Un hombre santo

Un hombre santo, orgulloso de serlo, ansiaba con
todas sus fuerzas ver a Dios. Un día Dios le habló
en un sueño: “¿Quieres verme? En la montaña,
lejos de todos y de todo, te abrazaré”.
Al despertar al día siguiente comenzó a pensar
qué podría ofrecerle a Dios. Pero ¿qué podía
encontrar digno de Dios?
“Ya lo sé”, pensó. “Le llevaré mi hermoso jarrón
nuevo. Es valioso y le encantará... Pero no puedo
llevarlo vacío. Debo llenarlo de algo”.
Estuvo pensando mucho en lo que metería en el
precioso jarrón. ¿Oro? ¿Plata? Después de todo,
Dios mismo había hecho todas aquellas cosas,
por lo que se merecía un presente mucho más
valioso.
“Sí”, pensó al final, “le daré a Dios mis oraciones.
Esto es lo que esperará de un hombre santo como
yo. Mis oraciones, mi ayuda y servicio a los demás,
mi limosna, sufrimientos, sacrificios, buenas
obras...”.
Estaba contento de haber descubierto justamente
lo que Dios esperaría y decidió aumentar sus
oraciones y buenas obras, consiguiendo un verdadero
récord. Durante las pocas semanas siguientes
anotó cada oración y buena obra colocando
una piedrecita en su jarrón. Cuando estuviera
lleno lo subiría a la montaña y se lo ofrecería
a Dios.
Finalmente, con su precioso jarrón hasta los bordes,
se puso en camino hacia la montaña. A cada
paso se repetía lo que debía decir a Dios: “Mira,
Señor, ¿te gusta mi precioso jarrón? Espero que
sí y que quedarás encantado con todas las oraciones
y buenas obras que he ahorrado durante
este tiempo para ofrecértelas. Por favor, abrázame
ahora”.
Al llegar a la montaña, oyó una voz que descendía
retumbado de las nubes: “¿Quién está ahí abajo?
¿Por qué te escondes de mí? ¿Qué has puesto
entre nosotros?”
“Soy yo. Tu santo hombre. Te he traído este precioso
jarrón. Mi vida entera está en él. Lo he traído
para Ti”.
“Pero no te veo. ¿Por qué has de esconderte
detrás de ese enorme jarrón? No nos veremos de
ese modo. Deseo abrazarte; por tanto, arrójalo
lejos. Quítalo de mi vista”.
No podía creer lo que estaba oyendo. ¿Romper su
precioso jarrón y tirar lejos todas sus piedrecitas?
“No, Señor. Mi hermoso jarrón, no. Lo he traído
especialmente para Ti. Lo he llenado de mis...”
“Tíralo. Dáselo a otro si quieres, pero líbrate de él.
Deseo abrazarte a ti. Te quiero a ti”.