Todos los creyentes se dedicaban a las enseñanzas de los apóstoles, a la comunión fraternal, a participar juntos en las comidas (entre ellas la Cena del Señor), y a la oración.
Un profundo temor reverente vino sobre todos ellos, y los apóstoles realizaban muchas señales milagrosas y maravillas.
Todos los creyentes se reunían en un mismo lugar y compartían todo lo que tenían, vendían sus propiedades y posesiones y compartían el dinero con aquéllos en necesidad.
Adoraban juntos en el templo cada día, se reunían en casas para la Cena del Señor y compartían sus comidas con gran gozo y generosidad, todo el tiempo alabando a Dios y disfrutando de la buena voluntad de toda la gente, y cada día el Señor agregaba a esa comunidad cristiana los que iban siendo salvos.