No fue sino hasta que el hijo pródigo volvió arrepentido que el padre corrió a su encuentro, se asió de su cuello y le besó. No habría sido justo perdonarle si no hubiera mostrado primero arrepentimiento. El principio bíblico es: “...si se arrepiente, perdónale” (Luc_17:3).
Nada dice el pasaje de que el padre envió ayuda a su hijo pródigo mientras andaba en aquel país lejano. De haber hecho así, habría obstruido la obra de Dios en la vida de aquel rebelde. La meta del Señor era que el descarriado descendiera hasta abajo del todo. Sabía que el hijo tendría que llegar al fin de sí mismo, y que nunca levantaría los ojos a menos que hubiera tocado fondo. Cuanto antes se le rompiera la costra a la oveja descarriada, tanto mejor para él. El padre simplemente encomendó a su hijo al Señor, y esperó a que la crisis llegara al extremo.
ésta es una de las cosas más duras que los padres deben hacer, especialmente para las madres. La tendencia natural es sacar del apuro al hijo o a la hija rebeldes de cada situación difícil en que el Señor los coloca. Pero todo lo que estos padres consiguen es estorbar Su propósito y prolongar la agonía del ser amado.
Spurgeon dijo una vez: “El verdadero amor para aquellos que yerran consiste en no fraternizar con ellos en su error sino ser fieles a Jesús en todas las cosas”. Amar a una persona es no consentirla en su iniquidad. Por el contrario, el amor pone a la persona en las manos del Señor y ora: “Señor, restáurale, no importa cuál pueda ser el costo”.
Uno de los errores más grandes que David cometió fue traer de regreso a Absalón antes de que éste mostrara arrepentimiento. Un poco después Absalón ganaba los corazones del pueblo y tramaba una revuelta contra su padre. Finalmente hizo huir de Jerusalén a su padre y fue ungido como rey en su lugar. Pese a que Absalón se puso en camino con su ejército para destruir a David, este último instruyó a sus hombres a que le perdonaran la vida en el caso de una confrontación. Pero Joab lo pensó mejor e hirió de muerte a Absalón.
Los padres que están dispuestos a soportar el dolor de ver como el Señor humilla a su hijo o hija obligándolos a vivir en una pocilga, a menudo les ahorran un pesar más grande.