“Mirad lo que oís”
(Mar_4:24).
El Señor Jesús nos amonesta a que seamos cuidadosos con lo que oímos. Somos responsables de controlar lo que entra a través de la puerta del oído, así como de emplear lo que escuchamos como es debido.
No debemos dar oído a lo que es manifiestamente falso. Las sectas están vomitando su propaganda en volumen sin precedente. Siempre están buscando a alguien que esté dispuesto a escuchar. Juan dice que no debemos recibir en nuestra casa a los sectarios, ni siquiera saludarles, porque están contra Cristo.
No debemos escuchar lo que es engañosamente subversivo. Los jóvenes en colegios, universidades y seminarios están expuestos cada día a una andanada de comentarios que ponen en duda y niegan la Palabra de Dios. Escuchan explicaciones poco convincentes de los milagros y deforman el sentido simple de la Escritura. Se esfuerzan en minimizar la persona del Señor con alabanzas descoloridas. Aun si no logran destruir la fe del estudiante, sí desfiguran su pensamiento. Es imposible escuchar enseñanza subversiva y no ser afectado por ella. “¿Tomará el hombre fuego en su seno, sin que sus vestidos ardan? ¿Andará el hombre sobre brasas sin que sus pies se quemen?” (Pro_6:27-28). La respuesta es obvia: “No”.
No debemos escuchar lo que es impuro o indecente. En la sociedad de hoy, la peor forma de contaminación es la de la mente. La palabra “inmundicia” es la que describe mejor a la mayoría de los periódicos, revistas, libros, programas de radio, televisión, películas de cine y conversaciones. Al estar constantemente expuesto a esto, el cristiano corre el riesgo de perder el sentido de la enorme maldad del pecado. ¡Y éste no es el único peligro! Cuando escuchamos historias viles y provocativas, éstas regresan una y otra vez para atormentarnos en nuestros momentos más santos.
No debemos llenar nuestras mentes con baratijas y cosas indignas o frívolas. La vida es demasiado breve y la tarea demasiado urgente como para entregarnos a estas cosas. “En un mundo como el nuestro, todos debemos ser celosos”.
Viéndolo de manera positiva, debemos ser cuidadosos para oír la Palabra de Dios. Cuanto más nos saturemos de ella y obedezcamos sus sagrados preceptos, más pensaremos según los pensamientos de Dios, más seremos transformados a la imagen de Cristo, y estaremos más alejados de la contaminación moral de nuestro medio ambiente.