No justos, sino pecadores

Con mucho lo más maravilloso de este pedigrí son los nombres de mujeres que aparecen en él.
No es normal encontrar nombres de mujeres en las genealogías judías. La mujer no tenía derechos legales; se la consideraba, no como una persona, sino como una cosa. No era más que una posesión de su padre o de su marido, quienes podían hacer con ella lo que quisieran. En la fórmula tradicional de oración matutina, el judío le da gracias a Dios por no haberle hecho ni un gentil, ni un esclavo, ni una mujer. La misma existencia de estos nombres en cualquier pedigrí es ya un fenómeno de lo más sorprendente y extraordinario.
Pero cuando nos fijamos en quiénes eran estas mujeres y en lo que hicieron, la cosa se vuelve todavía más alucinante. Rajab -o como se la llama en el Antiguo Testamento, Rahab ,era una prostituta de Jericó
(Josué 2:1-7). Rut no era judía, sino moabita (Rut 1:4), ¿y es que no establecía la ley misma que: « No entrará el amonita ni el moabita en la congregación del Señor, ni siquiera en su décima generación; no entrarán nunca en la congregación del Señor?» (Deuteronomio 23:3)? Rut pertenecía a un pueblo ajeno y aborrecido. Tamar fue una seductora y adúltera (Génesis 38). Betsabé, la madre de Salomón era la mujer de Urías a la que David sedujo con una crueldad imperdonable (2 Samuel 11 y 12). Si Mateo hubiera escarbado las páginas del Antiguo Testamento buscando candidatas improbables no podría haber descubierto cuatro antepasadas de Jesucristo más increíbles. Pero sin duda hay algo encantador en esto. Aquí; justamente al principio, Mateo nos da una muestra del Evangelio de Dios en Jesucristo, porque nos muestra las barreras que se vienen abajo.
(i) Desaparece la barrera entre judío y gentil. Rahab, la mujer de Jericó, y Rut, la mujer de Moab, hallan su sitio en el pedigrí de Jesucristo. Ya está aquí la gran verdad de que en Cristo no hay judío ni griego. Aquí, en el mismo principio, encontramos el universalismo del Evangelio y del amor de Dios.
(ii) Desaparece la barrera entre varón y mujer. En ningún pedigrí ordinario se encontraría el nombre de ninguna mujer; pero sí en el de Jesús. El viejo desprecio ha desaparecido; y varones y mujeres se encuentran en el mismo nivel en el amor de Dios y son igualmente importantes en Sus propósitos.
(iii) Desaparece la barrera entre santo y pecador. Dios se las arregla para usar para Su propósito a los que han sido grandes pecadores. «Yo he venido -dijo Jesús-, no para llamar a los justos, sino a los pecadores (Mateo 9:13).
Aquí, al principio mismo del evangelio, se nos da un adelanto de la amplitud del amor de Dios que lo
abarca todo. Dios puede encontrar servidores entre aquellos que los respetables ortodoxos evitarían con
horror.