Durante años, los sionistas han estado ansiosos por destruir las fuerzas de Resistencia en la asediada Franja de Gaza, un enclave palestino de 2,2 millones de habitantes. Vieron la situación actual como un momento oportuno para lograr este objetivo. Sin embargo, la ventana para lanzar una invasión terrestre total de Gaza puede estar cerrándose, especialmente después del ataque lanzado la noche del viernes contra el enclave costero que resultó en un fracaso total para el régimen de Tel Aviv.
Los líderes israelíes de derecha, encabezados por Benjamín Netanyahu e impulsados por intereses personales, desempeñan un papel crucial en este contexto. Muchos observadores creen que después de la guerra, Netanyahu será incapaz de soportar la humillación de la derrota y que su gabinete de coalición finalmente colapsará.
Puede intentar, aunque sea en vano, destruir al Movimiento de la Resistencia Islámica Palestina (HAMAS) como medio de compensar esta ignominia. No obstante, Netanyahu teme que un ataque terrestre aumente aún más las bajas del ejército israelí en Gaza, un enclave que se ha convertido en un pantano para las tropas sionistas. Netanyahu sabe que, con las grandes bajas sufridas hasta ahora, las desastrosas implicaciones de entrar en Gaza asoman en el horizonte.
Si las instituciones militares y de seguridad israelíes no han podido anticipar el ataque sorpresa de HAMAS, les resulta cada vez más difícil predecir los formidables peligros y sorpresas que les aguardan en Gaza.
Hoy en día, HAMAS cuenta con una fuerza militar bien entrenada que asciende a miles, como se demostró el 7 de octubre. Su extensa red subterránea de túneles y escondites secretos en Gaza sigue siendo un misterio. Si las fuerzas terrestres sionistas entran en Gaza, es muy probable que se enfrenten a una segunda derrota tras su revés inicial en la mañana del 7 de octubre.
Por otro lado, Estados Unidos está profundamente preocupado por el inicio de operaciones terrestres por parte del régimen israelí contra la bien fortificada Gaza. La Administración Biden teme las posibles repercusiones de esta medida, incluida la escalada del conflicto y la apertura de nuevos frentes.
Actualmente, la Casa Blanca no tiene intención de verse envuelta en nuevos conflictos en la ya volátil región de Asia Occidental, ya que su atención se centra en Oriente, particularmente en China. Sin embargo, la conflagración de un conflicto en Asia Occidental rico en petróleo podría impedir esta dirección geoestratégica. De ahí que Biden y su equipo estén ejerciendo presión sobre Tel Aviv para que se abstenga de lanzar una operación terrestre a gran escala en Gaza.
Otra preocupación gira en torno a la participación de actores adicionales y la expansión de la guerra. Actualmente, Israel teme amenazas a lo largo de sus fronteras septentrionales. Desde el inicio de la operación ‘Tormenta de Al-Aqsa’ han estallado enfrentamientos feroces, pero intermitentes, entre Hezbolá y las fuerzas israelíes a lo largo de la línea de separación con El Líbano.
Estos enfrentamientos han provocado la muerte de varios soldados sionistas y la destrucción de su equipo militar. La escalada de tensiones con Hezbolá incluso ha llevado a los colonos israelíes a evacuar las zonas cercanas a la frontera.
Además, el régimen de Tel Aviv está extremadamente preocupado por que Hezbolá se una al conflicto. Los funcionarios sionistas son conscientes de que el poder militar y la potencia de fuego que posee el movimiento libanés superan en cientos de veces los de HAMASs y la Yihad Islámica Palestina. Por lo tanto, en caso de una guerra generalizada con Hezbolá, la dinámica sobre el terreno sufriría cambios dramáticos.
Los grupos del Eje de la Resistencia de la región Asia Occidental, en Siria, Irak y Yemen, desempeñan papeles indispensables para disuadir al régimen sionista de lanzar un ataque terrestre contra Gaza.
En los últimos días, estos actores regionales han emitido advertencias claras tanto al régimen israelí como a Estados Unidos, afirmando que si los ataques a Gaza persisten y los sionistas proceden con una operación terrestre, la expansión del conflicto y la apertura de nuevos frentes de guerra se volverá inevitable.
Yemen ha declarado que si continúa la brutal y bárbara agresión del régimen israelí contra Gaza, Saná atacará a los barcos israelíes en el mar Rojo y, lo que es más peligroso, cerca del estratégico estrecho de Bab-el-Mandeb.
Mientras tanto, las fuerzas de Resistencia iraquíes han amenazado con atacar bases estadounidenses, a menos que el régimen israelí cese sus implacables ataques contra los civiles en Gaza. Esta amenaza sin precedentes se materializó en los últimos días cuando estas facciones de Resistencia lanzaron ataques con drones y cohetes contra varias bases estadounidenses en Siria e Irak.
En Siria, el conflicto podría estallar desde los Altos del Golán ocupados. Si las tensiones a lo largo de las fronteras septentrionales de la Palestina ocupada se intensifican, se prevé que los altos del Golán serán testigos de otro frente de guerra contra el ejército sionista.
Es muy evidente que el régimen israelí se encuentra atrapado en una especie de un callejón sin salida: si ampliar la guerra o ponerle fin. Las autoridades israelíes son plenamente conscientes de que lanzar un ataque terrestre tendría consecuencias nefastas y podría exacerbar las pérdidas sufridas hasta ahora. Además, podría enredarlos en un conflicto regional a gran escala donde la victoria sería bastante difícil de alcanzar.
Alternativamente, el régimen israelí podría optar por aceptar la derrota y salvarse de una destrucción segura. Sus líderes deben reconocer que prolongar esta guerra, que aumenta la probabilidad de su expansión, sólo acelerará la ruina inexorable de Israel.