Consideraciones psiquiátricas de la posesión

Al explicar este fenómeno a psiquiatras a estos siete criterios habría que añadir que no se puede considerar dentro de este campo de la posesión los casos en que el sujeto meramente dice sentir una presencia. En la mayor parte de los casos estos fenómenos de posesión se producen tras participar en algún tipo de rito esotérico: ouija, práctica de espiritismo, santería afrocubana, macumba, vudú, etc. Este tipo de personas, tal como se ha mencionado en el punto 7, sufren alucinaciones sensoriales siempre con una temática muy precisa (la referida en el citado punto) pero no se ven afectadas por ningún tipo de delirio. Por el contrario hay una total ausencia de construcción patológica de conjuntos de ideas que puedan justificar ese tipo de trastornos explicados en los ocho puntos anteriores. El paciente mantiene un razonamiento claro, y se muesta sumamente crítico respecto a los síntomas que él mismo describe al médico. Es muy frecuente que comience su exposición al especialista médico o al sacerdote con las palabras "va a pensar que estoy loco", "no me va a creer" o "no sé por donde empezar". El mismo poseso es el primero en reconocer que su discurso va a resultar poco digno de crédito. El poseso sitúa perfectamente en el tiempo el inicio de sus trastornos. Y suele referir como causa de ellos la participación de ese rito esotérico.
Cuando se dice de alguien que es un psicótico caben varias definiciones, “la definición más limitada de psicótico se restringe a ilusiones o alucinaciones notables, con las alucinaciones teniendo lugar con ausencia de conocimiento de su naturaleza patológica"8. Como se ve no acaba de encajar este tipo de pacientes en el concepto de psicótico ya que mantienen una continua conciencia crítica respecto a los trastornos que refieren.
Podríamos decir que la posesión tiene algún ligero aspecto en común con la esquizofrenia paranoide. Dado que la característica esencial de una esquizofrenia de tipo paranoide es la presencia de notables ilusiones o alucinaciones en el contexto de una relativa preservación de la función cognitiva y afectiva9. El punto 7 (expuesto anteriormente) daría la impresión de que este tipo de pacientes entrarían en la clasificación para este tipo de enfermedad. Aunque hay que hacer notar que ese tipo de alucinaciones en estos casos mantendrán una temática
Aunque transcurran varios años, las alucinaciones no cambiarán de temática, ni tampoco variarán en su frecuencia. Frecuencia tan irrelevante que no llevarán a catalogar al que las padece de persona esquizoide. En este tipo de enfermos esta patología alucinatoria en ningún caso deriva hacia el delirio.
Lo verdaderamente relevante, el factor predominante, será el hecho de que en los momentos de mayor furia en los que emerge esa segunda personalidad da todos signos el paciente de sufrir un desorden disociativo de la personalidad. La presencia de una identidad distinta que toma control sobre la conducta de la persona entra plenamente en la descripción de esta patología de la disociación. Esta segunda identidad siempre aparece con unos rasgos muy fijos: hablará con rabia, con ira, exponiendo un gran odio hacia todo lo relativo a la religión, y hablará además con la expresión facial manifestando una gran tensión. En unos pacientes esta segunda identidad es locuaz en cuyo caso manifiesta una gran procacidad en su vocabulario y expresiones blasfemas. En otros pacientes esta segunda identidad es casi muda, hablando en contadas ocasiones y de un modo extremadamente lacónico, sus intervenciones cargadas de odio y tensión tienen en común con el tipo anterior en que la voz cambia por efecto de esa ira contenida.
Hablando de la generalidad de las patologías de personalidad disociada, en estos casos el paciente asume un segundo rol de modo inconsciente, y fruto de la profunda asimilación inconsciente de esa segunda personalidad puede venir la prontitud y coherencia de las respuestas adecuadas. Pero hay que hacer notar que en los enfermos de posesión esta segunda identidad siempre presenta los mismos rasgos, aunque dividida en esos dos tipos citados (personalidad locuaz o muda). ¿Cuales son esos rasgos? Esa segunda personalidad exclusivamente se manifiesta en los momentos de furia que producirán la amnesia de lo dicho y realizado durante esa crisis. Esa segunda personalidad siempre es maligna. Y, por último, manifiesta una terrible aversión a todo lo sagrado (personas, objetos o palabras).
El horror que sienten los posesos hacia todo lo sagrado, no supone ninguna fobia específica. Ya que incluso si apareciera como síntoma aislado completamente desligado a todo el cuadro de síntomas que acompañan a este síndrome aparecería claro que ese rechazo no es que provoque ansiedad, sino una reacción automática de ira. El poseso no manifiesta una ansiedad provocada por una exposición a cualquier objeto, persona o palabra sagrada. Sino que esa exposición es causa de emergencia de la segunda personalidad. Al no existir fobia tampoco ese rechazo provoca ningún desorden obsesivo-compulsivo, ni tampoco ese rechazo da lugar a ningún tipo de ritual de evitación (usada aquí la palabra ritual en su sentido psiquiátrico; dado el tema que tratamos la aclaración no es ociosa).
El pensamiento en todo momento (salvo en los momentos de trance) es claro, y esa es otra característica que suele llamar la atención de los especialistas que atienden a estos pacientes: la claridad de pensamiento, la capacidad de autocrítica, coexistiendo con los otros rasgos patológicos que por su gravedad deberían conllevar una evolución hacia una profunda desestructuración de la personalidad y el raciocinio.
Recapitulando, si un psiquiatra no supiera nada de posesiones, los síntomas que observaría en un poseso típico le llevarían a ver en él un desorden disociativo de la personalidad que provoca alucinaciones sensoriales (escasas), una aversión aguda a lo sagrado, junto con agitaciones propias de una crisis histeriforme.
Como se ve un complejo conjunto de síntomas, todos ellos en un mismo sujeto y manifestándose con simultaneidad. Ello nos lleva a rechazar las clasificaciones simplistas de aquellos que, sin haber visto un caso real, sentencian que se trata de tal o cual enfermedad mental. El cuadro sintomatológico aquí definido refleja un síndrome tan especial que no se lo puede encuadrar sin más en tal o cual apartado de la patología psiquiátrica. Hay que admitir que nos encontramos no ante un desorden mental simple, sino ante un síndrome para el que hay que buscar un lugar específico dentro de la catalogación médica. Y digo un síndrome porque es un conjunto de signos y síntomas que existen a un tiempo y definen un cuadro morboso determinado. Cuadro morboso que se repite de un modo milimétrico en los pacientes que lo padecen y cuya simultaneidad en la concurrencia de esos rasgos (antes descritos) llevan a la perplejidad a los especialistas que los atienden.
Por lo tanto, es totalmente inadecuado hablar de este hecho como esquizofrenia, psicosis, y mucho menos como epilepsia, porque el cuadro entero no encaja en la catalogación de cada una de estas enfermedades. Este síndrome sólo encaja en pequeñas partes de la sintomatología de esas otras patologías. Pienso que el mejor término, puesto que hay que crear una denominación ex profeso, sería síndrome demonopático de disociación de la personalidad.
El DSM, en el Apéndice I, ofrece un glosario de síndromes relacionados con culturas étnicas detérminadas10, en la pg 849 aparece el término zar al que se da la siguiente definición descriptiva:
Un término general de Etiopia, Somalia, Egipto, Sudán, Irán y otras sociedades del Medio Oriente aplicado la experiencia de espíritus poseyendo a una persona. Las personas poseídas por un espíritu puede experimentar episodios disociativos que pueden incluir gritos, risas, golpes de la cabeza contra la pared, cantos o llantos. Las personas pueden mostrar apatía y apartamiento, rehusando comer o el llevar a cabo las tareas diarias, o pueden desarrollar una relación a largo plazo con el espíritu que los posee.
Pero mucho más importante que ese término, que había que reseñar ya que esa obra hace mención, el DSM en el apartado 300.15 dedicado a los desórdenes no especificados de otra manera (pg 490) trata de un modo confuso y mezclado con otros desórdenes, el cuadro que aquí se ha presentado de un modo detallado. Ese apartado trata este tema de un modo sumario esta cuestión, y ya advierte que hay casos en que la característica predominante es un síntoma disociativo (...) y que [sin embargo] no concuerdan con los criterios de ningún desorden específico. Es interesante observar lo categóricos que se muestran algunos especialistas en clasificar el síndrome que he descrito (y de los que ellos sólo han tenido referencias) como una mera y simple disociación, cuando el mismo DSM, ante la evidencia de casos conocidos de primera mano, advierte claramente que hay casos que escapan a los criterios de la misma clasificación que acaba de hacer. Y de modo expreso el DSM menciona la posesión (al final del punto 4 del apartado 300.15) como un tipo de trance en el que la característica predominante es esa disociación de la personalidad pero cuyas características no coinciden con los criterios dados para ningún tipo de desorden de disociación.
Lo denominemos como lo hay que convenir que clasificarlo en otra de las categorías hasta ahora existentes es podar el fenómeno de muchos de sus elementos específicos. Por eso es más adecuado crear un término específico para una realidad específica. No basta con decir que es una patología demonopática pues son muchos los desórdenes psiquiátricos en los que el enfermo cree ser un demonio, o que la persona con la que convive se ha transformado en un demonio, o que oye voces de demonios, etc.
Tampoco basta con decir que es una mera disociación de la personalidad, porque la disociación aquí descrita presenta un cuadro demasiado sui generis en las características que la acompañan (vg. fase convulsiva sin pérdida de conciencia, una fobia exacerbada en medio de una crisis de apariencia histeriforme). Sin embargo, esa disociación de la personalidad, con ser sólo un síntoma diagnóstico más, es el más específico de la posesión. Así que por ello creo que psiquiatricamente el término más adecuado sería, como ya he dicho antes, síndrome demonopático de disociación de la personalidad, incluyendo en la palabra síndrome todas las fobias específicas y los otros aspectos de los que he hablado. Creo que de todos los términos es el más descriptivo de sus características esenciales. El adjetivo demonopático no aparece en vano, ya que designa el tema con el que cursa la enfermedad, y es necesario mencionarlo parra evitar confusiones con el término desorden de trance de disociación que se menciona en el DSM (apartado 300.15, punto 4, pg 490) y que se prestaría a confusión con otros casos, puesto que hay trances (por ejemplo, los hipnóticos) en los que se puede producir esa disociación temporal e inducida y que nada tienen que ver con el cuadro aquí descrito. El que se añada el término de disociación de personalidad también es necesario. Pues además de ser la característica más patente y predominante en esta enfermedad, nos ayuda a no confundir esta patología con otras en que el enfermo cree estar poseso pero cuyo cuadro es claramente esquizoide. El esquizoide presentará quizá un cuadro histriónico, un cuadro obsesivo y su pensamiento aparecerá desestructurado, características estas radicalmente diferentes al cuadro que presentan los afectados del síndrome ya descrito.