Los judaizantes

Anterior al gnosticismo, al arrianismo y a las demás peligrosas herejías con las cuales tuvo que lidiar el cristianismo, existió una falsa enseñanza que amenazó con romper la unidad de la naciente Iglesia; fue tan fuerte la sacudida que provocó, que incluso importantes líderes se vieron arrastrados por esta perversa enseñanza:
«Pero cuando Pedro vino a Antioquía, le resistí cara a cara, porque era de condenar.  Pues antes que viniesen algunos de parte de Jacobo, comía con los gentiles; pero después que vinieron, se retraía y se apartaba, porque tenía miedo de los de la circuncisión. Y en su simulación participaban también los otros judíos, de tal manera que aun Bernabé fue también arrastrado por la hipocresía de ellos.»  [Gálatas 2:11-13]
«JUDAIZANTES: Sustantivo que no aparece en las Escrituras, pero sí el verbo «judaizar» (Gálatas 2:14  Pero cuando vi que no andaban rectamente conforme a la verdad del evangelio, dije a Pedro delante de todos: Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como judío, ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar?). Por judaizantes se entiende a los conversos al cristianismo de procedencia judía que querían imponer la circuncisión y la observancia de la Ley de Moisés a los conversos de procedencia gentil, con el argumento de que era necesaria para la salvación. Esta tendencia, tan arraigada como natural en el contexto judío, puso en peligro la novedad y universalidad de la naciente Iglesia cristiana. Tuvo que ser examinada a fondo y combatida, especialmente por el apóstol Pablo. El Concilio de Jerusalén ofreció una declaración terminante respecto a la libertad cristiana (Hch. 15). Pablo, por su parte, presenta una poderosa refutación de la línea judaizante, que quería esclavizar a los cristianos bajo el yugo de la Ley de Moisés, de la que habían quedado libertados, al estar bajo la gracia por la obra redentora de Cristo (Gal. 6:15 Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación.; Col. 3:11 donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos.).» [ROPERO, Alfonso. Gran Diccionario Enciclopédico de la Biblia: Judaizantes]
«Los de Jerusalén subrayaban la vigencia de las promesas de Dios, la alianza (la ley) y la validez del carácter étnico del pueblo receptor de la alianza. Solo es pueblo elegido el pueblo judío porque Dios no ha fallado ni se ha echado atrás (cf. Rom 9,6.14; 11,1) de modo que el pagano solo puede ser heredero de esas promesa incorporándose (mediante la circuncisión) al pueblo elegido; lo mismo se aplica a cualquier creyente en Cristo; su condición de creyente no le exime del cumplimiento de la ley, porque Cristo no iguala a judíos y paganos, sino que exige a los creyentes en Él una mayor radicalidad, ser el verdadero Israel; Cristo, por tanto, no anula la ley y el bautismo no sustituye la circuncisión. Por su parte, los de Antioquía, más que discutir las razones teológicas esgrimidas por los de Jerusalén, parece que apelaron a los resultados de su misión a los paganos (cf. Hch 15,7-12). Así, mostraron que Dios no hace favoritismos con los judíos puesto que suscita la fe mediante el anuncio del evangelio (cf. Rom 10,14-17); que la fuerza de este anuncio provoca la fe en Cristo independientemente de la condición étnica o legal del creyente; que el Espíritu de Dios demuestra actuar con libertad más allá de sus propias expectativas (cf. Hch 10,44-48); que el mismo Cristo es un ejemplo de que la ley ya no tiene plena vigencia puesto que declara maldito (cf.Dt 21,22-23; Gal 3,13) al mismo Crucificado, luego ha sido ya superada por el acontecimiento de la cruz que es una llamada universal.» [AGUIRRE, Rafael. Así empezó el cristianismo, ed. Verbo Divino, p. 150]
“Después de las vivas discusiones que debieron tener lugar, Jacobo dio la decisión final y definitiva de parte de Dios, de que los creyentes procedentes de la gentilidad quedaban exentos totalmente de la Ley. Solamente debían guardar aquellos preceptos referidos a la idolatría, a la ingesta de sangre y a la fornicación (Hch. 15:20, 28). Fuera de estas cosas «necesarias», los creyentes de la gentilidad quedaban libres de todas las cargas en la libertad de Cristo.” [ROPERO, Alfonso. Gran Diccionario Enciclopédico de la Biblia: Concilio de Jerusalén]
Si bien el llamado “Concilio de Jerusalén” asestó un duro golpe a las aspiraciones de los judaizantes no supuso la extinción total de esta herejía; durante los siglos posteriores, de forma intermitente, siguió perturbando la paz de la Iglesia. Pablo nos asegura que después de la asamblea, o concilio de Jerusalén, tuvo un duro cruce con Pedro y Bernabé por este tema (leer el capítulo 2 de Gálatas).  
Veamos ahora qué opinaban los Padres de la Iglesia (grandes pastores, obispos, teólogos y apologistas de la joven Iglesia) acerca de los cristianos gentiles que miraban hacia el judaísmo y la Ley:
 «Como veo, muy excelente Diogneto, que tienes gran interés en comprender la religión de los cristianos, y que tus preguntas respecto a los mismos son hechas de modo preciso y cuidadoso, sobre el Dios en quien confían y cómo le adoran, y que no tienen en consideración el mundo y desprecian la muerte, y no hacen el menor caso de los que son tenidos por dioses por los griegos, ni observan la superstición de los judíos…». [Carta a Diogneto 1. Ropero, Alfonso. Lo Mejor de los Padres Apostólicos, ed. Clie]
“Pero, además, sus escrúpulos con respecto a las carnes, y su superstición con referencia al sábado y la vanidad de su circuncisión y el disimulo de sus ayunos y lunas nuevas, yo [no] creo que sea necesario que tú aprendas a través de mí que son ridículas e indignas de consideración alguna. Porque, ¿no es impío el aceptar algunas de las cosas creadas por Dios para el uso del hombre como bien creadas, pero rehusar otras como inútiles y superfluas? Y, además, el mentir contra Dios, como si Él nos prohibiera hacer ningún bien en el día de sábado, ¿no es esto blasfemo? Además, el alabarse de la mutilación de la carne como una muestra de elección, como si por esta razón fueran particularmente amados por Dios, ¿no es esto ridículo? Y en cuanto a observar las estrellas y la luna, y guardar la observancia de meses y de días, y distinguir la ordenación de Dios y los cambios de las estaciones según sus propios impulsos, haciendo algunas festivas y otras períodos de luto y lamentación, ¿quién podría considerar esto como una exhibición de piedad y no mucho más de necedad? El que los cristianos tengan razón, por tanto, manteniéndose al margen de la insensatez y error común de los judíos, y de su excesiva meticulosidad y orgullo, considero que es algo en que ya estás suficientemente instruido; pero, en lo que respecta al misterio de su propia religión, no espero que puedas ser instruido por ningún hombre.”     [Carta a Diogneto 4. Ropero, Alfonso. Lo Mejor de los Padres Apostólicos, ed. Clie]
«Mas como venimos diciendo que nuestra religión está cimentada sobre los antiquísimos documentos escritos de los judíos, cuando es generalmente sabido, y nosotros mismos lo reconocemos, es casi nueva, pues que data del tiempo de Tiberio. Quizá se quiera por ese motivo discutir su situación, y se dirá que cómo a la sombra de religión tan insigne, y ciertamente autorizada por la ley, nuestra religión rescata ideas nuevas, a ella propias, y sobre todo que, independientemente de la edad, no estamos conformes con los judíos en cuanto a la abstinencia de ciertos alimentos, ni en cuanto a los días festivos, ni en cuanto al signo físico que los distingue [la circuncisión], ni en cuanto a la comunicación del nombre, lo que convendría ciertamente si fuésemos servidores del mismo Dios. Pero el vulgo mismo conoce a Cristo, ciertamente como a un hombre ordinario, tal cual los judíos le juzgaron, con lo que se nos tomará más fácilmente por adoradores de un simple hombre. Mas no por eso nos avergonzamos de Cristo, teniendo por honra el llevar su nombre y ser condenados por causa de Él, sin que por eso tengamos de Dios distinto concepto que los judíos.» [TERTULIANO, Apología contra los gentiles 21.1-3 (Apologeticum). Ropero, Alfonso. Lo Mejor de Tertuliano, ed. Clie]
«¿No ven que los elementos jamás descansan ni guardan el sábado? Permanecen tal como nacieron. Porque si antes de Abrahán no había necesidad de la circuncisión, ni antes de Moisés del sábado, de las fiestas ni de las ofrendas, tampoco la hay ahora después de la venida de Jesucristo, Hijo de Dios, nacido según la voluntad de Dios de María, la Virgen del linaje de Abrahán. Porque, en efecto, el mismo Abrahán, estando todavía incircunciso, fue justificado y bendecido por su fe en Dios, como lo significa la Escritura; la circuncisión, empero, la recibió como un signo, no como justificación, según la misma Escritura y la realidad de las cosas nos obligan a confesar. […] Las naciones, en cambio, que han creído en Él y se han arrepentido de los pecados que han cometido, heredarán con los patriarcas, los profetas y con todos los justos todos de la descendencia de Jacob; y aun cuando no observen el sábado ni se circunciden ni guarden las fiestas, absolutamente heredarán la herencia santa de Dios.» [JUSTINO, Mártir.  Diálogo con el judío Trifón 23, 26. Ropero, Alfonso. Lo Mejor de Justino, ed. Clie]
«No os dejéis seducir por doctrinas extrañas ni por fábulas anticuadas que son sin provecho. Porque si incluso en el día de hoy vivimos según la manera del judaísmo, confesamos que no hemos recibido la gracia; porque los profetas divinos vivían según Cristo Jesús… Así pues, si los que habían andado en prácticas antiguas alcanzaron una nueva esperanza, sin observar ya los sábados, sino moldeando sus vidas según el día del Señor, en el cual nuestra vida ha brotado por medio de Él y por medio de su muerte que algunos niegan –un misterio por el cual nosotros obtuvimos la fe, y por esta causa resistimos con paciencia, para que podamos ser hallados discípulos de Jesucristo, nuestro solo maestro–» [IGNACIO de Antioquía, Carta a los Magnesios. 8, 9. Ropero, Alfonso. Lo Mejor de los Padres Apostólicos, ed. Clie]
«Por esto, siendo así que hemos pasado a ser sus discípulos, aprendamos a vivir como conviene al cristianismo. Porque todo el que es llamado según un nombre diferente de éste, no es de Dios. Poned pues a un lado la levadura vieja que se había corrompido y agriado, y echad mano de la nueva levadura, que es Jesucristo. Sed salados en Él, que ninguno de vosotros se pudra, puesto que seréis probados en vuestro sabor. ES ABSURDO HABLAR DE JESUCRISTO Y AL MISMO TIEMPO PRACTICAR EL JUDAÍSMO. Porque el cristianismo no creyó en el judaísmo, sino el judaísmo en el cristianismo, en el cual toda lengua que creyó fue reunida a Dios.»    [IGNACIO de Antioquía, Carta a los Magnesios 10. Ropero, Alfonso. Lo Mejor de los Padres Apostólicos, ed. Clie]
«Pero si alguno propone el judaísmo entre vosotros no le escuchéis, porque es mejor escuchar el cristianismo de uno que es circuncidado que escuchar el judaísmo de uno que es incircunciso. Pero si tanto el uno como el otro no os hablan de Jesucristo, yo los tengo como lápidas de cementerio y tumbas de muertos, en las cuales están escritos sólo los nombres de los hombres.  Evitad, pues, las artes malvadas y las intrigas del príncipe de este mundo, no suceda que seáis destruidos con sus ardides y os debilitéis en vuestro amor. Sino congregaos en asamblea con un corazón indiviso.» [IGNACIO de Antioquía, Carta a los Filadelfios 6. Ropero, Alfonso. Lo Mejor de los Padres Apostólicos, ed. Clie]
En las últimas décadas, la expansión de la escatología dispensacionalista ha abierto un poco la puerta al resurgir de los judaizantes. Afirmar que Israel (el Estado o nación de Israel) es el “pueblo elegido”, o que Israel es “el reloj profético de Dios” ayuda a aumentar la confusión sobre el tema.
¿Quién es el pueblo elegido: Israel o la Iglesia? ¿Tiene Cristo dos pueblos, o dos novias? ¿Somos elegidos por nuestra sangre (nacer judíos o descendiente de judíos) o por la sangre de Cristo?  Si yo afirmo que el judío, o el Estado de Israel es el pueblo elegido, estoy afirmando que son especiales por sobre el resto; eso me llevaría a pensar que los palestinos y los israelitas no son iguales ante los ojos de Dios; por lo tanto en un enfrentamiento armado entre ellos Dios debería de estar a favor de los judíos y en contra de los palestinos. Es suficiente asomarse a alguna página pro-judía para ver cómo multitud de evangélicos alaban al ejército militar de Israel, ¡cómo se emocionan cuando presentan algún armamento o tecnología de guerra de avanzada! (como si Dios bendijese a los tanques, las balas y las bombas que destruyen las vidas que Él creó y que desea que se arrepientan y sean salvos). “¡Dios bendice al ejército de Israel!” gritan emocionados muchos evangélicos. Al parecer Dios lucha con el ejército israelita mientras miles de cristianos mueren como mártires, o son perseguidos ferozmente, y Dios no hace nada. ¿De verdad esto es así? Respóndanme esto: si un soldado judío muere en combate, ¿a dónde va?, ¿se va al cielo por el solo hecho de ser judío, aunque haya vivido sin creer en Cristo? Les anticipo la respuesta, y es no. La realidad es que el soldado judío que muere en combate va al mismo lugar que el soldado palestino que muere también; pues nadie se salva por ser judío o se pierde por el hecho de no serlo; si no creen en Cristo ambos tendrán el mismo final.
«Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén?  Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.» [Lucas 13:2-5]
Nadie se salva sin arrepentimiento, no importa si su sangre es judía o árabe; si no está lavado por la sangre de Cristo no es un elegido. Más allá de que afirmar que Dios hoy bendice al ejército del Israel, o que lucha con Israel (el Estado de Israel), o que bendice sus armas (o las de cualquier ejército), no es solo una ignorancia teológica, sino una perversidad impropia de seguidores de Cristo que aún no han comprendido las palabras “de tal manera amó Dios al mundo” (Juan 3:16-17)
Sin fe en Cristo no hay salvación:
“Nosotros, judíos de nacimiento, y no pecadores de entre los gentiles, sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado”. [Gálatas 2:15-16]
¿Qué está afirmando aquí el apóstol Pablo? Que los judíos de nacimiento para ser justificados deben creer en Cristo; nadie forma parte del pueblo elegido, o pueblo de Dios, si no es mediante la fe en Cristo. El pueblo elegido es el pueblo de los justificados, no un pueblo incrédulo.
 «pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa.»  [Gálatas 3:26-29]
Si alguien enseña que Dios hace diferencia entre un judío y un gentil que también enseñe que Dios hace acepción de personas entre hombre y mujer; pero el texto bíblico que acabamos de leer niega ambas cosas. ¿Pero, entonces los judíos no son el pueblo elegido? Dios eligió formar al pueblo de Israel para que por medio de ellos viniese el Mesías y todas las demás naciones fuesen bendecidas igualmente.
«Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones.»  [Gálatas 3:8]
«A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.  Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.»  [Juan 1:11-12]
¿Qué beneficio tiene el judío?
«¿Qué ventaja tiene, pues, el judío?, ¿o de qué aprovecha la circuncisión? Mucho, en todas maneras. Primero, ciertamente, que les ha sido confiada la palabra de Dios.»  [Romanos 3:1-2]
«Verdad digo en Cristo, no miento, y mi conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo, que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón. Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne; que son israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas;  de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén.»  [Romanos 9:1-5]
Pablo menciona los beneficios que tiene el judío, pero todo eso hasta la venida en carne de Cristo. ¿Y ahora?
«Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús… ¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe. Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley. ¿Es Dios solamente Dios de los judíos? ¿No es también Dios de los gentiles? Ciertamente, también de los gentiles.  Porque Dios es uno, y él justificará por la fe a los de la circuncisión, y por medio de la fe a los de la incircuncisión.»   [Rom 3:21-24,27-30]
Hoy, el judío no tiene más beneficio que el gentil, lo dice Pablo, no puede haber jactancia porque el Dios de los judíos y el de los gentiles es el mismo, es uno; y uno su pueblo elegido. No puede haber dos pueblos elegidos porque no hay dos formas de ser justificados; no existe una justificación especial para los judíos y otra para los gentiles. La única forma de ser justificados es mediante la fe en Cristo, tanto para uno como otro.
«Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.» [Romanos 10:12-13]
¿Y qué pasa con los israelitas?
«Digo, pues: ¿Ha desechado Dios a su pueblo? En ninguna manera. Porque también yo soy israelita, de la descendencia de Abraham, de la tribu de Benjamín… ¿Qué pues? Lo que buscaba Israel, no lo ha alcanzado; pero los escogidos sí lo han alcanzado, y los demás fueron endurecidos.»  [Romanos 11:1,7]
¿Quiénes son los escogidos de Israel? Los que creen. ¿Y quiénes los rechazados? Los que se niegan a creer. Lo aclara Pablo más adelante
«Pues las ramas, dirás, fueron desgajadas para que yo fuese injertado. Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme. Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará. Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado.  Y aun ellos, si no permanecieren en incredulidad, serán injertados, pues poderoso es Dios para volverlos a injertar.»  [Romanos 11:19-23]
No hay dos pueblos elegidos porque solo hay un olivo, en ese único olivo coexisten simultáneamente ramas naturales (los judíos que creen en Cristo) y ramas injertadas (los gentiles que creen en Cristo).
  «Pues si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo, no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti.»   [Romanos 11:17-18]
Dios no ha olvidado su misericordia para con los israelitas, en nuestras congregaciones hay muchos descendientes de judíos que se confiesan cristianos y lo son verdaderamente; y así ha sido a través de los siglos, la Iglesia (el único pueblo elegido) es ese olivo que tiene raíces, tronco y ramas naturales (judíos elegidos mediante la fe en Cristo) y ramas injertadas (gentiles elegidos mediante la fe en Cristo) y ambos conviviendo en armonía.
 «Por tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne, erais llamados incircuncisión por la llamada circuncisión hecha con mano en la carne. En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz,  y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades. Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca;porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu.»   [Efesios 2:11-22]
Hay un solo pueblo, un solo cuerpo, un solo Espíritu, un solo fundamento, una sola piedra principal, un solo edificio, un solo templo. El apóstol Pablo es muy claro, no hay dos pueblos elegidos; la Iglesia es el único cuerpo de Cristo y la única Novia. Y es también la Iglesia el único “reloj de Dios”.
«Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles.»  [Romanos 11:25] 
Por más de 35 años he escuchado a los judaizantes afirmar que el Estado de Israel es el reloj de Dios, el que marca los tiempos de Dios; y ante cada conflicto que la nación de Israel ha tenido con sus vecinos han aprovechado la ocasión para anunciar la inminente venida de Cristo, del anticristo, de la gran tribulación, etc. Claro que luego han ido cambiando el libreto cuando todo se calmaba y se retornaba a la tranquilidad. Los judaizantes son vendedores de humo en conferencias y congresos, donde cada luna de sangre es una señal inminente del rapto; eso sí, aunque el rapto sea inminente no se olvidan de vender sus libros y de cobrar en dólares sus disertaciones. Pero Pablo nos dice que lo que realmente marca los tiempos es que «haya entrado la plenitud de los gentiles», luego Dios se ocupará de Israel «y luego todo Israel será salvo» [Romanos 11:26]
Hay mucha variedad dentro de los grupos judaizantes, y no todos enseñan lo mismo. En muchas de nuestras congregaciones vemos un aumento de la simbología judía: banderas del Estado de Israel, danzas hebreas, shofares, mantos hebreos, etc., algunos inofensivos, otros fuera de lugar; porque al fin y al cabo nosotros somos creyentes de entre los gentiles y no tenemos por qué adoptar costumbres ajenas; pero estas cosas no son propiamente “judaizar” aunque bien haríamos en no sumarnos a estas modas que nada tienen que ver con la esencia de la Iglesia.  No olvidemos que son los judíos los que deben convertirse en parte de la Iglesia, y no la Iglesia convertirse al judaísmo. 
Los judaizantes se infiltran sutilmente al principio, comienzan rechazando toda terminología grecolatina, prohibiendo usar términos como Jesús, Cristo, iglesia, Dios, etc., por considerarlos corruptos o paganos. Si no dices en tu oración Yeshúa,  Elohim, Masiaj, Ruaj HaKodesh, Baruj Adonai… no pienses en ser escuchado por el Altísimo; básicamente, si no pronuncias correctamente el nombre del Señor Él no se da por enterado de que le estás hablando. Cuando hayan logrado hacerte hablar en esa mezcla ridícula de hebreo y español, y te hagan creer que eres más espiritual por ello, irán a por más. A continuación te dirán que el dogma de la Trinidad es un invento católico (no todos los judaizantes son anti-trinitarios, dentro del pentecostalismo hay judaizantes trinitarios). Otros irán más lejos aún, te obligarán a guardar el Sabbat, te hablarán de la Torá, de la Ley, de guardar las costumbres judías y las fiestas del Antiguo testamento; luego te prohibirán comer  alimentos “impuros”, y finalmente te convencerán de que si te circuncidas serás un verdadero israelita heredero de la bendición de Abraham. ¿Crees que estoy exagerando? Muchos ya han sido atrapados por estos sectarios judaizantes, no te olvides que Pablo luchó ferozmente contra ellos porque sabía el peligro que acarreaban; ni siquiera los llamó “hermanos”:
«y esto a pesar de los falsos hermanos introducidos a escondidas, que entraban para espiar nuestra libertad que tenemos en Cristo Jesús, para reducirnos a esclavitud, a los cuales ni por un momento accedimos a someternos, para que la verdad del evangelio permaneciese con vosotros.»  [Gálatas 2:4-5]
En teoría el judaizante no niega que la justificación es por la fe en Cristo, pero en la práctica busca justificarse por el cumplimiento de la Ley; una Ley que fue dada temporalmente
«Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa»  [Gálatas 3:19]
«Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas»  [Romanos 3:21] 
«De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo»  [Gálatas 3:24-25] 
La Ley mosaica fue un tutor, un siervo, un pedagogo, un instructor que condujo hasta Cristo, pero una vez en Cristo ya no estamos guiados por ella. Lo absurdo del judaizante es que prefiere al tutor y no a Cristo, se queda con lo caduco, con lo que ya cumplió su función y no tiene más utilidad.
«Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia»   [Romanos 6:14] 
«Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra.»   [Romanos 7:6] 
«Al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer.»  [Hebreos 8:13] 
Los que estamos en Cristo no estamos bajo la Ley de Moisés, pero tampoco estamos sin ley porque estamos bajo la Ley de Cristo.
«Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley; a los que están sin ley, como si yo estuviera sin ley (no estando yo sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo), para ganar a los que están sin ley.»  [1Co 9:20] 
El judaizante pretende resucitar la Ley porque (en la práctica) le parece insuficiente la resurrección de Cristo; quiere subir al Sinaí para cumplir la Ley dada allí porque le parece poco la Ley dada en el Sermón del Monte, claro, en el Sermón de Mateo 5-7 no hay lugar para el mérito propio; y después de todo es más fácil no comer cerdo que poner la otra mejilla y amar a los enemigos.  El judaizante no puede comprender que el fin, la meta, el cumplimiento, la culminación de la Ley es Cristo
«Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación. Porque yo les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no conforme a ciencia. Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios; porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree.»    [Romanos 10:1-4] 
Cristo es el cumplimiento de la Ley, por lo tanto, el que permanece en Cristo ha cumplido cabalmente la Ley. No estamos en Cristo porque cumplimos la Ley, sino que cumplimos la Ley al estar en Cristo.
«Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud.  He aquí, yo Pablo os digo que si os circuncidáis, de nada os aprovechará Cristo. Y otra vez testifico a todo hombre que se circuncida, que está obligado a guardar toda la ley. De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído.»  [Gálatas 5:1-4]
El judaizante es un apóstata que ha caído de la Gracia; es un sepulcro cuya hermosa lápida son las tablas de la Ley, pero debajo de ella hay huesos secos, arrogancia y autojustificación. Es un falso maestro que te dirá que la Iglesia en general está equivocada, pero él tiene la verdad; te dirá que tu Biblia está mal traducida, pero él sabe la verdadera traducción. Te dirá que él conoce el verdadero nombre de Elohim mientras que tú invocas un nombre errado. Te empezará hablando del Mesías pero terminará en Moisés (cuando el camino correcto es al revés); te sacará de los pies de la Cruz y te llevará al Sinaí. Te hará creer que eres más espiritual porque guardas los días y las fiestas, y porque no comes esto o aquello; te hará creer que la vida no está en comer la carne y la sangre de Cristo en la Santa Cena o Eucaristía, sino que la vida está en no comer cerdo o ciertos peces y mariscos. Habiendo comenzado por el Espíritu terminarás por la carne, te desligarás de Cristo para atarte a la Ley, y abandonarás al Amo para irte con el sirviente. Ten en cuenta que si emprendes ese camino será muy difícil que luego vuelvas atrás, pues pasar de la Ley a Cristo trae vida, pero pasar de Cristo a la Ley significa muerte.
 «ES ABSURDO HABLAR DE JESUCRISTO Y AL MISMO TIEMPO PRACTICAR EL JUDAÍSMO» Ignacio, obispo de Antioquía y mártir.
Gabriel Edgardo Llugdar