La batalla contra la carne

Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne.
Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis.
GÁLATAS 5.16–17
«Carne» en este contexto no se refiere al cuerpo físico. Tampoco describir una parte específica de nuestro ser. Pablo no está estableciendo un dualismo entre lo material y lo inmaterial del ser humano, o entre el cuerpo y el alma. «Espíritu» en esos versículos se refiere al Espíritu Santo.
«Carne» se refiere al pecado que permanece en nosotros mientras estamos en esta tierra. Se trata de una corrupción que permea e influye en todos los aspectos de nuestro ser: cuerpo, mente, emociones y voluntad. Es lo que nos hace susceptibles al pecado, incluso después de que somos hechos partícipes de la naturaleza divina (cp. 2 Pedro 1.4). Aunque el pecado no reina en nosotros, no deja de estar en nosotros. Está destronado, pero no destruido.
Entonces «la carne» no es el cuerpo, el alma o cualquier otra parte de nuestro ser. Es un principio que actúa en nosotros. Es la fuente y el estímulo de nuestro pecado. Aunque privado de su dominio, no ha sido despojado de su potencia, pasiones o capacidad persuasiva. Las ondas de la carne batallan contra nuestros deseos piadosos con el fervor de un monarca depuesto a recuperar su trono.