Porque esta es la voluntad de Dios: que haciendo bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres insensatos; como libres, pero no como los que
tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como siervos de
Dios.
1 PEDRO 2.15–16
La Palabra de Dios, tan impactante como profunda, enseña que la verdadera libertad solo puede encontrarse mediante la esclavitud de Cristo. Aunque piensen que son libres, todos los incrédulos son realmente esclavos del pecado, permanecen cautivos de sus deseos y atrapados en sus transgresiones. Es más, la Biblia denota solo dos categorías de personas en el mundo: los que son esclavos del pecado y los que son esclavos de la justicia.
Pablo contrastó estos dos grupos en Romanos 6.16–18. No existe tal cosa como la independencia moral absoluta. Cada persona es esclava, ya sea del pecado o de Dios.
La esclavitud a Cristo no significa solamente libertad del pecado, de la culpa y de la condenación. También es libertad para obedecer, para agradar a Dios y para vivir de la manera que nuestro Creador pretendía que viviéramos; en compañerismo íntimo con Él. Por tanto, «habéis sido libertados del pecado y [habéis sido] hechos siervos de Dios» (Romanos 6.22; cp. 1 Pedro 2.16). La esclavitud de Cristo, entonces, es la única libertad.
Los creyentes redimidos por Cristo y capacitados por el Espíritu Santo, tienen todo lo que necesitan para ganar la victoria sobre la tentación y el pecado. El poder del pecado fue roto permanentemente. La condenación de la ley se ha quitado para siempre. La libertad de la obediencia es para que la tengamos. Ahora, «sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu» (Romanos 7.6). Al ser los esclavos de Cristo, somos final y completamente libres. Al someternos a Él experimentamos la verdadera emancipación, pues su ley nos ha libertado por siempre de la ley del pecado y de la muerte (Romanos 8.2).