Todo el mundo conoce las tentaciones que Satán hizo a Jesús en el desierto. La tentación de los panes, de los reinos, de ser reconocido. Ahora bien, ¿por qué le tienta a que le adore cuando no ha logrado siquiera que acepte la tentación de que quebrantara el ayuno? ¿Y por qué finalmente le tienta a que se tire del pináculo del Templo? Si ha despreciado la gloria del mundo entero, ¿por qué la última tentación es de menor cuantía? A primera vista parecería lógico que la tentación comenzara por el pecado más grande. Y al no conseguirlo, que Satán le tentara con pecados cada vez menores, de menor malicia. Si una llave no entra por una cerradura, se intenta con otra más pequeña. ¿Qué lógica siguen esas tentaciones? Parecería más razonable que le tentara con la idolatría primero, y al no conseguirlo que le tentara con algo intermedio, y finalmente con lo que ni siquiera es pecado venial como era el romper un ayuno voluntario.
Pero esta primera impresión de que se trata de una sucesión ilógica de tentaciones es una falsa impresión. La sucesión de ataque sigue una lógica más sutil. Sigue el orden de tentaciones que sufre un alma que se decide a llevar una vida espiritual. Por eso hay un gran simbolismo en estas tres tentaciones. El demonio primero tienta con tentaciones de la carne, simbolizadas en el pan. Esta tentación simboliza lo que en ascética se llama la noche del sentido. Si un alma resiste este tipo de tentaciones (todas las de los apetitos corporales), ya no hay razón para continuar tentando en un campo en el que alma ya se ha fortificado suficientemente.
Pasada la noche del sentido, el Diablo tienta con el mundo. El santo siente la belleza del mundo, los atractivos de ese mundo que ha dejado. Esto es símbolo de la noche del espíritu. En la noche del espíritu no se tienta con tal o cual delectación concreta. Sino que la tentación entonces es el mundo entero en el que uno vive, pero del que ya no se goza. Si se resiste esta prueba, ya sólo quedará la posibilidad de la soberbia. Una vez que uno ha sobrepasado la noche del espíritu, el último peligro que queda es la soberbia por los propios dones recibidos. Por eso la última tentación va contra la humildad.
Las tres tentaciones son símbolo de las fases de las tentaciones de la vida espiritual. A ello hay que añadir que concretamente las que el Diablo le hizo a Jesús fueron especialmente sutiles. Se le tienta primero no al pecado, sino a la imperfección, es decir a dejar de hacer un bien. Después le tienta con el bien espiritual de los pueblos. Es como si le dijera, haz un signo de reconocimiento hacia mí que soy soberbio, y en pago me pongo de tu lado. Sólo te pido un signo de reconocimiento y te ayudaré en tu tarea de salvar almas. ¿Es que no eres humilde? ¿Es que no eres capaz de anonadarte un poco más por el bien eterno de las almas? La segunda tentación como se ve, también admite un sentido tremendamente espiritual. No se le pedía a Jesús que dejara de ser Dios, sólo se le pedía el sacrificio de humillarse un poco. ¿El Justo que había hecho tantos sacrificios por las almas no podría hacer uno más? Es la tentación de hacer un pequeño mal por lograr un grandísimo bien. La tercera tentación es la de la soberbia, la de no ocultarse, la de ser reconocido públicamente. Era prescindir del hecho de que es Dios en el momento que El determina, el que ensalza a sus servidores. Pero aunque Dios determine ese momento y esa hora, ¿por qué no adelantar ese momento? ¿Por qué permanecer en la oscuridad cuando se puede hacer tanto bien saliendo a la luz de un modo glorioso y espectacular? La tercera tentación, como se ve, es la más compleja de todas.