Al escuchar esto, los de la Junta Suprema se enfurecieron mucho contra Esteban. Pero como Esteban tenía el poder del Espíritu Santo, miró al cielo y vio a Dios en todo su poder. Al lado derecho de Dios estaba Jesús, de pie. Entonces Esteban dijo: Veo el cielo abierto. Y veo también a Jesús, el Hijo del hombre, de pie en el lugar de honor.
Los de la Junta Suprema se taparon los oídos y gritaron. Luego todos juntos atacaron a Esteban, lo arrastraron fuera de la ciudad, y empezaron a apedrearlo. Los que lo habían acusado falsamente se quitaron sus mantos, y los dejaron a los pies de un joven llamado Saulo.
Mientras le tiraban piedras, Esteban oraba así: Señor Jesús, recíbeme en el cielo. Luego cayó de rodillas y gritó con todas sus fuerzas: Señor, no los castigues por este pecado que cometen conmigo.
Y con estas palabras en sus labios, murió.