Éste fue el testimonio que dio Juan cuando los líderes judíos enviaron sacerdotes y ayudantes del templo desde Jerusalén para preguntarle: ¿Quién eres?
Él dijo con toda franqueza: Yo no soy el Mesías.
Bien. Entonces, ¿quién eres? preguntaron . ¿Eres Elías? No contestó. ¿Eres el Profeta que estamos esperando? No.
Entonces, ¿quién eres? Necesitamos alguna respuesta para los que nos enviaron. ¿Qué puedes decirnos de ti mismo?
Juan contestó con las palabras del profeta Isaías: Soy una voz que clama en el desierto: “¡Abran camino para la llegada del SEÑOR!”.
Entonces los fariseos que habían sido enviados le preguntaron: Si no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta, ¿con qué derecho bautizas?
Juan les dijo: Yo bautizo con agua, pero aquí mismo, en medio de la multitud, hay alguien a quien ustedes no reconocen. Aunque su servicio viene después del mío, yo ni siquiera soy digno de ser su esclavo, ni de desatar las correas de sus sandalias.
Ese encuentro ocurrió en Betania, una región situada al este del río Jordán, donde Juan estaba bautizando.