(Romanos 7:18).
Si un joven creyente aprende esta lección al comienzo de su vida cristiana, se ahorrará después un mundo de problemas.
La Biblia nos enseña que NO HAY NADA BUENO en nuestra naturaleza vieja, mala y no regenerada. Ésta no mejora un ápice cuando nos convertimos. Tampoco cambia tras muchos años de vida cristiana consistente. De hecho, Dios no está tratando de mejorarla. La ha condenado a muerte en la Cruz y desea que la mantengamos en esa condición.
Si en verdad creo esto, me librará de una búsqueda inútil. No buscaré algo bueno donde Dios ya ha dicho que no existe. Me librará de la decepción de no encontrar nada bueno en mi interior, sabiendo, en primer lugar, que no lo hay. Me liberará de la introspección. Debo comenzar con la premisa de que en el yo no hay victoria. De hecho, ocuparme de mí mismo es un
presagio de derrota.
Me guardará del error de consejos psicológicos y psiquiátricos que enfocan todo en el yo. Semejantes “terapias” solamente agravan el problema en vez de resolverlo.
Me enseñará a ocuparme en el Señor Jesús. Robert Murray McCheyne decía, “Por cada vez que miras al yo, mira diez veces a Cristo”.
¡Éste es un buen equilibrio! Alguien dijo que aun un yo santificado es un pobre sustituto para un Cristo glorificado. Y un himno dice: “Cuán dulce es huir del yo y refugiarse en el Salvador”.
Es muy común en la predicación moderna y en los nuevos libros cristianos, el llevar a la gente a una borrachera introspectiva, ocupándoles en su temperamento, su imagen propia, sus temores e inhibiciones. El movimiento en su totalidad es una tragedia de pérdida de equilibrio y deja tras sí una estela de escombros humanos.
“Soy demasiado malo para ser digno de pensar en mí mismo; lo que deseo es olvidarme de mí y mirar a Dios, quien sí que es digno de todos mis pensamientos”.