(Jeremías 45:5).
Existe una tentación sutil aun en el servicio cristiano, de querer ser grande, de ver nuestro nombre en las revistas o escucharlo por la radio. Pero ésta es una trampa atroz porque despoja a Cristo de Su gloria, nos roba el gozo y la paz y nos coloca como blanco para los dardos de Satanás.
Despoja a Cristo de Su gloria. Como decía C. H. Mackintosh: “Cuando un hombre o su obra vienen a ser notables, se oculta un gran peligro. Cuando la atención se dirige a alguien o algo que no sea el Señor
Jesús, podemos estar seguros de que Satanás está logrando su objetivo. Una obra puede comenzar de una manera muy sencilla, pero por falta de santa vigilancia y espiritualidad de parte del obrero, él mismo o los resultados de su obra pueden atraer la atención general y caer en la trampa del maligno.
La meta grande e incesante de Satanás es deshonrar al Señor Jesús, y si puede hacerlo con lo que parece ser el servicio cristiano, ha logrado una importante victoria”. Bien decía Denney: “Ningún hombre puede demostrar al mismo tiempo que es grande y que Cristo es maravilloso”.
En el modo de obrar nos robamos a nosotros mismos. Alguien dijo: “nunca conocí la verdadera paz y el gozo en el servicio hasta que cesé de esforzarme en ser grande”. El deseo de ser grandes nos hace blanco fácil del ataque de Satanás. La caída de una personalidad bien conocida deshonra indeciblemente la causa de Cristo. Juan el Bautista renunció con energía a cualquier reclamo de grandeza. Su lema era: “Es necesario que Él crezca; y que yo mengüe”.