“Antes, sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”
(Efe_4:32).
En lo que respecta al perdón bíblico, hay un orden definido que debemos seguir, y si lo hiciésemos, evitaríamos muchos dolores de cabeza y de corazón.
Lo primero que debes hacer cuando alguien te causa un mal es perdonar en tu corazón a esa persona. Todavía no le dices que le has perdonado, pero al perdonarle en tu corazón, dejas el asunto entre el Señor y el ofensor. Esto impide que tus jugos gástricos se vuelvan ácido sulfúrico, y te veas afectado por otros males físicos y emocionales.
Entonces ve al hermano y repréndele (Luc_17:3). En lugar de dejar correr la lengua contando cómo te juzgaron injustamente: “Ve y repréndele estando tú y él solos” (Mat_18:15). Trata de guardar en privado el problema en la medida que sea posible.
Si el ofensor no lo reconoce, entonces ve una vez más con uno o dos testigos (Mat_18:16). Esto proporciona un testimonio bíblico y adecuado en cuanto a la actitud del ofensor. Si no cede, entonces lleva el asunto a la asamblea, acompañado por los testigos. Si aún así se niega a escuchar el juicio de la iglesia, debe quedar fuera de la comunión de la iglesia (Mat_18:17).
Pero si en algún momento durante este proceso, se arrepiente, entonces perdónale (Luc_17:3). Aunque le perdonaste de antemano en tu corazón, es ahora cuando debes administrarle el perdón. Aquí es importante no restarle importancia al asunto. No le digas: “No te preocupes, todo está bien; en realidad no hiciste nada malo”. Más bien, lo que debes decir es: “Te perdono de muy buena gana. Ahora el asunto está zanjado. Oremos juntos”.
La vergüenza de tener que confesar y arrepentirse puede disuadirle de volver a causarte daño. Pero aun si repite su pecado y luego se arrepiente, debes perdonarle. Aun si lo hiciera siete veces en un día y se arrepintiese siete veces, debes perdonarle, pienses que sea sincero, o no (Luc_17:4).
Nunca debemos olvidar que Dios nos ha perdonado millones de veces. Así, no debemos titubear cuando se trata de perdonar a alguien por lo que, hablando figuradamente, tan sólo vale unos cuantos céntimos (Mat_18:23-35).