“Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”
(Filipenses 4:13).
Es fácil interpretar mal un versículo como éste. Cuando lo leemos, nos vienen a la mente cientos de cosas que no podemos hacer. En el ámbito de lo físico, por ejemplo, pensamos en algunas hazañas extravagantes que, para llevarse a cabo, requieren de un poder sobrehumano, o pensamos en grandes logros intelectuales que están más allá de nuestra capacidad.
Viéndolo así, las palabras del apóstol, lejos de ser un consuelo, se convierten en una tortura.
Lo que realmente nos enseña este versículo, es que el Señor nos dará el poder suficiente para hacer cualquier cosa que quiera que hagamos.
Dentro de la esfera de Su voluntad no hay imposibilidades. Pedro conocía este secreto. Comprendía que por sus propias fuerzas, no podría caminar sobre el agua. Pero estaba persuadido de que si el Señor le ordenaba hacerlo, entonces podía hacerlo. Tan pronto como Jesús le dijo: “Ven,” Pedro saltó de la barca al agua, y caminó hacia Él.
Normalmente, una montaña no se deslizaría al mar simplemente porque yo se lo mandara. Pero si esa montaña se interpone entre mí y el cumplimiento de la voluntad de Dios, entonces puedo decirle: “Quítate”, y será hecho.
En resumidas cuentas: “Sus mandamientos son capacitaciones”, por lo tanto, Dios siempre dará fuerza suficiente para soportar cualquier prueba. Nos capacitará para resistir toda tentación y conquistar cualquier hábito. Nos fortalecerá para que pueda llevar una vida de pensamientos limpios, motivos puros y hacer siempre las cosas que le agradan.
Cuando me falta fuerza suficiente para realizar alguna cosa o me derrumbo física, mental o emocionalmente, debo preguntarme si se debe a que he descuidado Su voluntad y estoy buscando mis propios deseos. Es posible trabajar para Dios sin estar haciendo la obra de Dios. Una labor así no trae consigo la promesa de Su poder.
Por eso, es importante saber que estamos avanzando de acuerdo a Sus planes. Sólo así podemos tener la confianza gozosa de que Su gracia nos sostendrá y capacitará.