(1 Timoteo 5:4).
Sin duda has escuchado algo como esta expresión: “es un demonio en su casa y un santo en la calle”. Describe la horrible tendencia a ser bondadosos y sociables con aquellos del mundo exterior y sin embargo, duros y crueles en casa.
Es un defecto que no está limitado a ninguna clase de gente en particular. Los jóvenes tienen que guardarse de él. Es tan fácil ser una personalidad de la televisión con los propios amigos, y pese a todo ser un terror a los propios padres. Los maridos pueden guardar una apariencia encantadora con sus socios de negocios, no obstante, al regresar a casa desaparece aquel encanto y vuelven a la normalidad como seres egoístas e irritables. Los predicadores pueden tener un estilo centelleante en el púlpito y una pésima disposición en el espacio familiar.
Una perversa propensión común de nuestro estado caído consiste en dañar a aquellos que están más cerca de nosotros, que se esfuerzan extremadamente por nosotros, y que en nuestros mejores momentos los amamos en verdad. Ella Wheeler Wilcox escribió: Una gran verdad en la vida he encontrado, En muchos lugares por los que he andado; Que la única gente que realmente herimos Son aquellos a quienes más amamos. Adulamos a los que apenas conocemos, Y complacemos a invitados pasajeros, Desconsiderados, muchos golpes damos A aquellos a quienes más amamos.
Otro poeta haciendo eco de estos sentimientos, escribió así: “Al invitado sonreímos y al extraño saludamos, mas a los nuestros, aunque les amamos, nos mostramos amargados”.
“Es muy fácil tener una religión de iglesia, de reunión de oración o de obra cristiana; pero es totalmente distinto tener una religión diaria.
‘Mostrar piedad a nuestra propia familia’ es una de las partes más vitales del cristianismo, pero también es muy escasa; y no es cosa rara encontrar cristianos que ‘hacen su justicia’ delante de los hombres ‘para ser vistos de ellos’, pero fallan lamentablemente cuando se trata de mostrar su piedad en la casa. Conocí a un padre de familia que era tan poderoso en oración en la reunión semanal de oración y tan impresionante al exhortar, que toda la iglesia era edificada con su piedad. No obstante, al volver a su hogar después de las reuniones era tan tosco y detestable, que su esposa y su familia temían pronunciar una palabra en su presencia” (H. W. Smith).
Samuel Johnson decía: “todo animal venga sus dolores sobre aquellos que están cerca”. El hombre debe evitar esta tendencia natural.
El verdadero indicador de nuestro carácter cristiano no es lo que somos en público, sino lo que somos en casa