Mateo 1:21
Cuando una persona es querida, todo lo relacionado con ella se vuelve querido por su bien. Así, tan preciosa es la persona del Señor Jesús en la estimación de todos los verdaderos creyentes, que todo acerca de Él lo consideran inestimable más allá de todo precio. "Todas tus vestiduras huelen a mirra, áloe y casia", dijo David, como si las mismas vestiduras del Salvador estuvieran tan endulzadas por su persona que no pudiera sino amarlas.
Cierto es que no hay un lugar donde ese pie santificado haya pisado, no hay una palabra que esos benditos labios hayan pronunciado, ni un pensamiento que Su amorosa Palabra haya revelado, que no sea para nosotros precioso más allá de todo precio. Y esto es cierto de los nombres de Cristo: todos son dulces al oído del creyente.
Ya sea que Él sea llamado el Esposo de la Iglesia, su Esposo, su Amigo; ya sea llamado el Cordero inmolado desde la fundación del mundo, el Rey, el Profeta o el Sacerdote, todos los títulos de nuestro Maestro : Silo , Emanuel, Admirable, el Consejero Fuerte, todo nombre es como un panal lleno de miel, y deliciosas son las gotas que destilan de él.
Pero si hay un nombre más dulce que otro en el oído del creyente, ese es el nombre de Jesús. ¡Jesús! es el nombre que mueve las arpas del cielo a la melodía. ¡Jesús! la vida de todas nuestras alegrías. Si hay un nombre más encantador, más precioso que otro, es este nombre. Está entretejido en la misma urdimbre y trama de nuestra salmodia. Muchos de nuestros himnos comienzan con él, y casi ninguno, que sirva para algo, termina sin él. Es la suma total de todas las delicias. Es la música con que suenan las campanas del cielo; una canción en una palabra; un océano para la comprensión, aunque una gota para la brevedad; un oratorio inigualable en dos sílabas; una recopilación de los aleluyas de la eternidad en cinco letras.