En el caso verdaderamente excepcional de que haya una revelación mística en un alma y al director espiritual le entre la duda de que pueda estar en medio el demonio hay dos criterios que puede seguir en situaciones de ese tipo:
1. Seguir toda inspiración que nos lleve al bien como si viniera de Dios
2. Obedecer al director espiritual por encima de toda revelación.
Si una revelación, mensaje, aparición, lo que sea, verdadera o falsa, producto de la imaginación, del demonio, o de Dios, nos lleva a hacer el bien, es decir, nos incita a obras de caridad, de oración, de sacrificio, etc, entonces sigámosla como si viniera directamente de Dios. Porque, en el peor de los casos, si es el demonio el que nos está predicando el bien, ¿por qué no hacerle caso? Si el demonio nos predica el buen camino, ¿no habremos de hacerle caso por el hecho de ser malo el predicador? Con esta regla de conducta se quitan todo tipo de escrúpulos y se evitan pérdidas de tiempo tratando de buscar el origen de las inspiraciones del alma.
Ahora bien, siempre hay que anteponer la orden del confesor o director espiritual, a esas supuestas revelaciones. No importa lo bueno y noble que nos pida esa supuesta revelación, todo deberá supeditarse a la obediencia al confesor. Pues incluso lo que proviene directamente de Dios discurre por los caminos de la obediencia a los legítimos pastores. La recepción de revelaciones es un don menor que el de la obediencia.
Así que si esas revelaciones provienen del demonio, una de dos: o entrarán en conflicto con la obediencia al confesor o pronto dejarán de conducir al bien intercalando incitación al mal en ellas. Poco aguanta el demonio predicando el bien. Por el contrario, si la revelación es de Dios, no hay conflicto entre revelación y director espiritual porque la obediencia al director espiritual es obediencia a Dios a través de ese clérigo.
La obediencia a una revelación es siempre obediencia a una supuesta revelación. Mientras que la obediencia al confesor siempre es algo santo, siempre es algo seguro.
El dirigido debe recordar la máxima de obedecer siempre mientras no sea pecado. El místico no sólo no está liberado de la obediencia, sino que especialmente él está más sujeto a ella. Y la razón está en que el místico siempre está en peligro de caer en la soberbia. Por eso él debe desconfiar más de su propio juicio y someterse y ser humilde a un hombre más pecador que él. De lo contrario le puede pasar como al Diablo, que enamorado de sí mismo corrompa cuanto ha recibido.
Y digo esto con especial conocimiento de causa, pues hace años fui escogido como director espiritual de un alma que tenía varios dones extraordinarios. La veracidad de esos dones pude comprobarla en varias ocasiones sin ninguna duda. Pero aquella persona poco a poco comenzó a no escuchar mis indicaciones. Consideraba ella que estaba tan avanzada en la perfección que podía ser guiada directamente por el Espíritu Santo. Al ver que una terrible soberbia se veía en el horizonte, todavía lejano, mis indicaciones se convirtieron en órdenes. Pero la persona optó por seguir sus propias inspiraciones más que lo que yo le decía. Así que lentamente a lo largo de los años siguientes pude contemplar en primera fila, por decirlo así, como se iba llenado de más y más soberbia. Finalmente le di un ultimatum, o me obedecía o dejaba de ser su director espiritual. Optó por seguir su propio camino. El del Espíritu Santo, según ella. Un año después, me enteré por amigos de él que acabó cayendo en pecados más y más graves. Tras no pocos pecados, perdió sus dones. Dones que yo había conocido reales e impresionantes. Terrible historia, que siempre me recordará que en el camino a la santidad hay muchos que quedan en la cuneta y de los que nunca conoceremos sus nombres.