Nadie podrá presentarse ante mí sin una ofrenda.

Para recuperar la primera cría de un burro, podrás pagar rescate al SEÑOR entregando como sustituto un cordero o un cabrito; pero si no pagas rescate para recuperarlo, tendrás que quebrarle el cuello al animal. Sin embargo, tienes la obligación de pagar el rescate por todo primer hijo varón. Nadie podrá presentarse ante mí sin una ofrenda.
Éxo 34:20 
Toda criatura primogénita debe ser del Señor, pero como el asno era inmundo, no se podía presentar en sacrificio. ¿Entonces que? ¿Debería dejarse libre de la ley universal? De ninguna manera. Dios no admite excepciones. El asno es lo que le corresponde, pero no lo aceptará; no abatirá la reclamación, pero sin embargo no puede estar satisfecho con la víctima. No quedaba otra vía de escape que la de la redención: la criatura debe salvarse mediante la sustitución de un cordero en su lugar; o si no se redime, debe morir. Alma mía, aquí tienes una lección. 
Ese animal inmundo eres tú mismo; tú eres justamente la propiedad del Señor que te hizo y te preserva, pero eres tan pecador que Dios no te aceptará, no puede aceptarte; y ha llegado a esto, el Cordero de Dios debe estar en tu lugar, o debes morir eternamente. Que todo el mundo sepa de tu gratitud a ese Cordero inmaculado que ya sangró por ti, y así te redimió de la fatal maldición de la ley. ¿No debió haber sido a veces una pregunta con el israelita quién debía morir, el asno o el cordero? ¿No se detendría el buen hombre a estimar y comparar? Ciertamente no hubo comparación entre el valor del alma del hombre y la vida del Señor Jesús, y sin embargo, el Cordero muere, y el hombre se salva del asno. 
Alma mía, admira el amor ilimitado de Dios por ti y por los demás de la raza humana. ¡Los gusanos se compran con la sangre del Hijo del Altísimo! ¡Polvo y cenizas redimidos con un precio muy superior al de la plata y el oro! ¡Qué condenación habría sido la mía si no se hubiera encontrado una redención abundante! La rotura del cuello del asno no fue más que una pena momentánea, pero ¿quién medirá la ira venidera a la que no se puede imaginar un límite? Inésimamente querido es el glorioso Cordero que nos ha redimido de tal condenación.