La Trinidad de Dios

A. EL CREER EN LA EXISTENCIA DE DIOS
La creencia de que existe un ser divino mucho más grande que el hombre, ha sido común en todas las culturas y civilizaciones. Esto se debe, en parte, al hecho de que el hombre razona que tiene que existir una explicación para nuestro mundo y para la experiencia humana y que sólo un ser superior al hombre serviría para poder explicarlo.
El hombre, intuitivamente, por su propia naturaleza religiosa, propende a buscar un ser que de algún modo es mucho más alto y superior a él. Esto también puede ser explicado, en parte, por la obra del Espíritu Santo en el mundo y que se extiende a toda criatura, una obra que se designa en Teología como gracia común, en contraste con la obra especial del Espíritu relacionada con la salvación del hombre. El moderno fenómeno de muchos que afirman ser ateos surge de la perversión de la mente humana y la negación de que es posible cualquier explicación racional del universo. De acuerdo con esto, la Biblia declara que un ateo es un loco estúpido (Sal. 14:1).
Ordinariamente, el hombre no busca pruebas de su propia existencia, ni de la existencia de las cosas materiales, que reconoce por sus sentidos. Aunque Dios es invisible en su persona, su existencia es tan evidente que los hombres por lo general no requieren pruebas para el hecho de Dios. La duda de la existencia de Dios es debida evidentemente a la perversidad del propio hombre, a su ceguera y a la influencia satánica. La evidencia de la existencia de Dios en la creación es tan clara que el rechazarla es el fundamento de la condenación del mundo pagano, que no ha escuchado el Evangelio. Según Romanos 1:19-20, es «porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó, porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas».
La revelación de Dios mediante los profetas, antes de que la Escritura fuese escrita, y la revelación procedente de la Escritura, ha penetrado, en cierto grado, la conciencia total del hombre hoy día. Aunque el mundo, en general, está ignorante de la revelación escriturística, algunos conceptos de Dios han penetrado en el pensamiento de todo el mundo, de tal forma que la creencia en una especie de Ser superior es generalmente cierta incluso entre hombres a quienes no ha llegado directamente la Escritura.
Aunque los antiguos filósofos griegos ignoraron la revelación bíblica, no habiéndoles sido familiar, hicieron, sin embargo, algunos intentos para explicar nuestro universo sobre la base de un Ser superior. Varios sistemas de pensamiento han evolucionado:
1) el politeísmo; es decir, la creencia en muchos dioses;
2) hilozoísmo, que identifica el
principio de la vida encontrado en toda la creación como siendo Dios mismo; 
3) materialismo, que arguye que la materia funciona por sí misma de acuerdo con una ley natural y no es preciso ningún dios para su funcionamiento, teoría que apoya el moderno evolucionismo; y
4) panteísmo, que sostiene que Dios es impersonal e idéntico con la propia Naturaleza, y que Dios es inmanente, pero no trascendente. Existen, así, muchas variantes de tales conceptos respecto a Dios.
Argumentando en favor de la existencia de Dios, procediendo de los hechos de la creación, aparte de la revelación de la Escritura, pueden observarse cuatro clases generales o líneas de razón:
1) El argumento ontológico; sostiene que Dios tiene que existir, porque el hombre universalmente cree que existe. Esto, a veces, es llamado un argumento a priori.
2) El argumento cosmológico; mantiene que todo efecto necesita tener una causa suficiente, y, por tanto, el universo, que es un efecto, tiene que haber tenido un Creador como causa. Implicada en este argumento está la complejidad de un universo ordenado, que no pudo haber tenido existencia accidente.
3) El argumento teológico; resalta que cada diseño tiene que haber tenido un diseñador, y como la totalidad de la creación está intrincadamente diseñada e interrelacionada, tuvo, por tanto, que haber tenido un gran diseñador. El hecho de que todas las cosas funcionen juntas, indica que este diseñador ha tenido necesariamente que haber sido uno de infinito poder y sabiduría.
4) El argumento antropológico; arguye que la naturaleza y existencia del hombre resulta absolutamente inexplicable de no ser por la creación de Dios, quien tiene una naturaleza similar, pero mucho mayor que la del hombre.
Implicado en este argumento está el hecho de que el hombre tiene intelecto (capacidad para pensar), sensibilidad (capacidad para sentir) y voluntad (capacidad para realizar la elección moral). Tal extraordinaria capacidad apunta hacia el Uno que tiene similares pero mucho mayores capacidades y que ha creado al hombre.
Aunque estos argumentos en favor de la existencia de Dios tienen considerable validez y el hombre puede ser justamente condenado por rechazarlos (Ro. 1:18-20), no han sido suficientes para llevar al hombre en la apropiada relación con Dios o producir una fe real en Dios, sin la asistencia de la completa revelación de Dios, confirmando todos los hechos encontrados en la Naturaleza, pero añadiendo a la revelación natural muchas verdades que ésta no hubiera desvelado por sí.
B. LA UNIDAD DE LA DIVINA TRINIDAD
En general, el Antiguo Testamento recalca el énfasis de la unidad de Dios (Ex. 20:3; Dt. 6:4; Is. 44:6), un hecho que también se enseña en el Nuevo Testamento (Jn. 10:30; 14:9; 17:11, 22, 23; Col. 1:15). Tanto en el Antiguo como en una gran parte del Nuevo Testamento también se indica que Dios existe como una Trinidad: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Muchos creen que la doctrina de la Trinidad está implícita en el uso de la palabra Elohim, como un nombre para Dios, y que está en una forma plural y parece referirse al Dios trino y uno.
En los principios del Génesis hay referencias al Espíritu de Dios, y los pronombres personales en plural se usan para Dios como en el Génesis 1:26; 3:22; 11:7.
Frecuentemente, en el Antiguo Testamento hay distinción dentro de la naturaleza de Dios, en términos de Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Isaías, en 7:14, habla del Hijo como Emanuel, «Dios con nosotros», que tiene que ser distinto del Dios Padre y del Espíritu. Este Hijo es llamado, en Isaías 9:6, «Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de Paz>.
En el Salmo 2:7, Dios Padre, referido como «Yo», indica que es su propósito tener a su Hijo como el supremo soberano sobre la tierra. Por lo mismo que el Padre y el Hijo quedan distinguidos, así Dios también se distingue del Espíritu Santo, como en el Salmo 104:30, donde el Señor envía a su Espíritu. A estas evidencias hay que añadir todas las referencias del Ángel de Jehová, que señala las apariciones del Hijo de Dios en el Antiguo Testamento como uno enviado por el Padre, y referencias al Espíritu del Señor, como el Espíritu Santo, distinto del Padre y del Hijo.
A esas evidencias del Antiguo Testamento el Nuevo añade una revelación adicional.
Aquí, en la persona de Jesucristo, está el Dios Encarnado, concebido por el Espíritu Santo, y, con todo, Hijo de Dios, el Padre. En el bautismo de Jesús, la distinción de la Trinidad se hace evidente con Dios Padre hablando desde los cielos, el Espíritu Santo descendiendo como una paloma y esparciendo luz sobre El, y el propio Jesucristo bautizado (Mt. 3:16-17). Esas distinciones de la Trinidad se observan también en pasajes tales como Juan 14:16, donde el Padre y el Consolador quedan distinguidos del propio Cristo, y en Mateo 28:19, donde los discípulos son instruidos para bautizar a los creyentes «en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo».
Las muchas indicaciones que hay, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, de que Dios existe o subsiste como trino y uno, han conformado la doctrina de la Trinidad como un hecho central de todas las creencias ortodoxas, desde los principios de la iglesia hasta los tiempos más modernos. Cualquier desviación de esto se considera como un apartamiento de la verdad escriturística. Aunque la palabra «trinidad» no se da en la Biblia, los hechos de la revelación escriturística no permiten otra explicación.
Aunque la doctrina de la Trinidad es un hecho central, el núcleo de la fe cristiana está más allá de la comprensión humana y no tiene paralelo en la experiencia del hombre.
La mejor definición es el sostener que, aunque Dios es uno, El existe en tres personas.
Estas personas son iguales, tienen los mismos atributos y son igualmente dignas de adoración, culto y fe. Con todo, la doctrina de la unidad de la Divinidad está clara en el sentido de que no hay tres dioses separados, como tres seres humanos separados, tales como Pedro, Santiago y Juan. De acuerdo con esto, la verdadera fe cristiana no es un triteísmo, como creencia en tres dioses. Por otra parte, la Trinidad no tiene que ser explicada como tres modalidades de existencia, es decir, que un solo Dios se manifiesta a sí mismo en tres formas. La Trinidad es esencial para el ser de Dios y es más que una forma de la revelación divina.
Las personas de la Trinidad, aunque tengan iguales atributos, difieren en ciertas propiedades. De aquí que la Primera Persona de la Trinidad sea llamada Padre. La Segunda Persona es llamada el Hijo, como enviada por el Padre. La Tercera Persona es el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo. Esto es llamado en teología la doctrina de la procesión, y el orden no es nunca invertido, es decir, el Hijo nunca envía al Padre, y el Espíritu Santo nunca envía al Hijo. De la naturaleza de la unicidad de la Divinidad no existe ilustración o paralelo en la experiencia humana. Así pues, esta doctrina tiene que ser aceptada por la fe sobre la base de la revelación escriturística, incluso aunque esté más allá de toda comprensión y definición humanas.
C. LOS NOMBRES DE DIOS
En el Antiguo Testamento hay tres nombres atribuidos a Dios. El primer nombre, «Jehová> o «Yavé», es el nombre de Dios aplicado sólo al verdadero Dios. El primer nombre aparece en conexión con la creación en el Génesis 2:4, y el significado del nombre se define en el Éxodo 3:13-14 como «Yosoy el que soy>, es decir, el existente por sí mismo, el eterno Dios
El nombre más común para Dios en el Antiguo Testamento es Elohim, una palabra que es utilizada tanto para el verdadero Dios como para los dioses del mundo pagano. Este nombre aparece en el Génesis 1:1. Se ha debatido mucho este nombre, pero parece incluir la idea de ser el «Uno y Fuerte», el Ser que tiene que ser temido y reverenciado. A causa de estar en una forma plural parece incluir a la Trinidad, aunque pueda ser usado también en las Personas individuales de la Trinidad.
El tercer nombre de Dios en el Antiguo Testamento es Adonai, que comúnmente significa «dueño o señor», y es utilizado, no solamente de Dios como nuestro Dueño, sino también de los hombres que son amos sobre sus siervos. Con frecuencia se une a Elohin, como en Génesis 15:2; y cuando es usado así, recarga el énfasis del hecho de que Dios es nuestro Amo o Señor. Muchas combinaciones de estos nombres de Dios se encuentran a lo largo del Antiguo Testamento. El más frecuente es Jehová Elohim, o Adonai Elohim.
A estas combinaciones de los tres primitivos nombres de Dios hay que añadir muchos otros compuestos y que se encuentran en el Antiguo Testamento, tales como Jehovájiré, que significa «el Señor proveerá» (Gn. 22:13-14); Jehová-rafah, «el Señor que sana» (Ex. 15:26); Jehová-nissi, «el Señor es nuestra bandera» (Ex. 17:8-15); Jehovásalom, «el Señor es nuestra paz» (Jue. 6:24); Jehová-sidkenu, «el Señor es nuestra justicia» (Jer. 23:6); Jehová- sama, «el Señor está presente» (Ez. 48:35).
En el Nuevo Testamento se encuentran títulos adicionales en donde la Primera Persona se distingue por «el Padre», la Segunda como «el Hijo» y la Tercera como «el Espíritu Santo». Estos títulos, por supuesto, se encuentran también en el Antiguo Testamento, pero son más comunes en el Nuevo. La discusión respecto a estos términos seguirá en los capítulos que tratan de las tres Personas de la Trinidad.
D. LOS ATRIBUTOS DE DIOS
En el Ser esencial de Dios hay ciertos atributos inherentes o cualidades esenciales de Dios. Tales atributos están eternamente mantenidos por el Dios Trino y Uno y son iguales para cada persona de la Divinidad. Incluído en dichos atributos está el hecho de que Dios es Espíritu (Jn. 4:24), Dios es vida (Jn. 5:26), Dios existe por sí mismo (Ex. 3:14), Dios es infinito (Sal. 145:3), Dios es inmutable o sin cambios (Sal. 102:27; Mal. 3:6; Stg. 1:17), Dios es la verdad (Dt. 32:4; Jn. 17:3), Dios es amor (1 Jn. 4:8), Dios es eterno (Sal. 90:2; Jer. 23:23-24), Dios es omnisciente (Sal. 147:4-5) y Dios es omnipotente (Mt. 19:26).
Otras variantes de tales atributos pueden verse en el hecho de que Dios es bueno, Dios es misericordioso y Dios es soberano. Todas las perfecciones están atribuidas a Dios de forma infinita, y sus obras, así como su Ser, son perfectos. El gran diseño y los detalles del universo son evidencia de su infinita grandeza y soberanía, su poder, su sabiduría.
Su plan de Salvación, según está revelado en las Escrituras, es otra evidencia de su amor, su justicia y su gracia. Ningún aspecto de la creación es demasiado grande para que El tenga sobre todo lo existente un completo control, y ni siquiera el más pequeño detalle, incluso la caída de un gorrión, es demasiado pequeño para no quedar incluido en su plan soberano.
E. LA SOBERANIA DE DIOS
Los atributos de Dios ponen de manifiesto que Dios es lo supremo sobre todo lo existente. No queda nada sujeto a otro poder, autoridad o gloria y no está sujeto a ninguna entidad que sea superior a El. El representa la perfección hasta un grado infinito en cualquier aspecto de su Ser.
El no puede jamás ser sorprendido, derrotado o disminuido. No obstante, sin sacrificar su autoridad o comprometer la realización final de su perfecta voluntad, Dios se ha complacido en dar a los hombres una medida de libertad y de elección, y para el ejercicio de esta elección Dios mantiene al hombre responsable.
A causa de estar el hombre, en su depravado estado, ciego e insensible a la obra de Dios, aparece claro en la Escritura que los hombres no deben apartarse de Dios, suprimiendo al Espíritu de sus corazones (Jn. 6:44; 16:7-11). Del lado humano, sin embargo, el hombre es responsable de su incredulidad y se le ordena que crea en el Señor Jesucristo con el objeto de que pueda ser salvado (Hch. 16:31). Es también verdad que en los asuntos de los hombres, especialmente de los cristianos, Dios actúa para que se cumpla su voluntad (Fil. 2:13). Con todo, El no fuerza a los hombres a que se entreguen a Dios, sino más bien les exhorta a que lo hagan (Ro. 12:1, 2).
El hecho de que Dios haya otorgado una cierta libertad al hombre no introduce un factor de incertidumbre en el universo, puesto que Dios se anticipa y conoce hasta el infinito todo lo que los hombres harán en respuesta a las influencias divinas y humanas y que se producen en sus vidas. Su soberanía, por tanto, se extiende infinitamente a todo acto, incluso si temporalmente ha de ser en el mal, por permitirlo, y que en última instancia todo redunda en que Dios pueda ser glorificado.
F. EL MANDATO DE DIOS
El propósito soberano de Dios se define teológicamente como el mandato de Dios, refiriéndose al plan general que incluye todos los acontecimientos de cualquier clase que puedan ocurrir. El mandato de Dios incluye esos acontecimientos que Dios hace por sí mismo, y también incluye todo lo que Dios lleva a cabo mediante la ley natural, sobre la cual El es absoluto soberano. Más difícil de comprender es el hecho de que su mandato soberano también se extiende a todos los actos de los hombres, los cuales están incluidos en su plan eterno.
Aunque sea incomprensible para nosotros, es evidente que el Dios omnisciente,
teniendo un completo conocimiento de lo que el hombre hará en su libertad, al decidir conceder al hombre la libertad de elección, no introduce ningún elemento de incertidumbre. El plan divino, de acuerdo con esto, incluyó el permitir el pecado como Adán y Eva lo cometieron, con todos los resultados de esta comisión del pecado. Ello incluye el divino remedio de Cristo, muriendo en la cruz, y toda la obra del Espíritu Santo en llevar a los hombres el arrepentimiento y la fe.
Aunque la obra de Dios en el corazón humano es inescrutable, la Biblia determina claramente que si bien, de una parte, lo que el hombre hace fue incluido en el mandato eterno de Dios, de otra, el hombre opera con libertad de elegir y es responsable de sus libres actos de elección. El mandato de Dios no es el fatalismo --un control de todos los acontecimientos ciego y mecánico--, sino que es el plan inteligente, amoroso y sabio, en el cual el hombre, responsable de sus actos, se mantiene responsable por lo que hace, siendo, por lo demás, recompensado por sus buenas obras. El mandato de Dios puede ser dividido en subdivisiones tales como su mandato de crear, su mandato de preservar el mundo, su mandato de Providencia y su sabio gobierno del universo. Su mandato incluye las promesas o alianzas de Dios, sus propósitos en la Divina Providencia y su gracia, supremamente manifestada hacia el hombre. Ante semejante Dios, el hombre sólo puede inclinarse en sumisión, en amor y en adoración.