En este mundo hay tantas personas llenas de amarguras y frustraciones que hacen sentir mal a todo el que tenga el infortunio de pasar por su lado.
No permitas que a ti te roben la paz, esa dulce quietud que concede Dios a los suyos y que tanto envidia el enemigo de las almas.
Ninguna tormenta de ira satánica puede perturbar la calma del que está a cuentas con Dios.
Los impíos no pueden tener paz, las pasiones del corazón del hombre sin Dios son como furiosas tormentas, pero no importa cuán feroz sea la tempestad, quien se vuelve a Jesús clamando: ¡Señor, sálvame! encuentra quietud, una gracia maravillosa que aquieta las contiendas de la pasión humana y amor abundante en el que el corazón encuentra descanso.
¡Cuántas veces hemos acudido a nuestro Salvador en medio de una tempestad abrumadora, y hemos sentido que nos ha tomado en sus brazos inundándonos de Su bendita paz!
Una experiencia gloriosa que da testimonio de la verdad de Sus promesas:
Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en tí persevera.