La Biblia Católica se divide en Nuevo y Antiguo estamento, el cual a su vez se divide en Libros Protocanónicos (39 libros en lengua hebrea, canonizados primero) y Libros Deuterocanónicos (siete libros en lengua griega, literalmente significa "segundo canon").
El Antiguo Testamento tiene como base el texto masorético, autorizado por eruditos judíos.
Podría decirse que el principal criterio para calificar a un libro de apócrifo es considerar que carece de inspiración divina. El primero en usar ese término fue San Jerónimo, para referirse a los libros que llegaron a ser los deuterocanónicos, cuando tradujo la Vulgata latina.
Su origen es griego, generalmente traducido por escondido o secreto.
Cuando algunos apócrifos se incorporaron a la Septuaginta, los israelitas convocaron a un Concilio en Jamnia para analizarlos. Acordaron aceptar los que reunieran ciertas condiciones: concordancia con la ley mosaica, haberse escrito en Palestina y en hebreo, y antes de la muerte de Esdras, quien según los hebreos fijó bajo mandato divino la lista de libros canónicos del Antiguo Testamento. Debido a que esos libros, probablemente escritos entre 150 a.C. y 100 d.C. (por lo menos dos siglos después de que murió Esdras), no reunían las condiciones establecidas, fueron separados de los otros.
Del Nuevo Testamento, el primer intento de agrupar los libros dignos de ser integrados se da a finales del s.II y se conoce como fragmento de Muratori. Data aproximadamente de 170 - 180 d. C. y contenía los cuatro Evangelios, el Apocalipsis de Juan, trece cartas de Pablo y Sabiduría. Faltaba la Epístola a los Hebreos y las Epístolas de Pedro.
Son numerosas las listas de libros considerados como revelados: de Melitón de Sardis (177 d.C.), Orígenes (230 d.C.), Atanasio (326 d.C.), Cirilo (348 d.C.), Hilario de Pointiers (358 d.C.), Concilio de Laodicea (363 d.C., que prohibió leer los libros apócrifos en las iglesias), Epifanio (368 d.C.), Gregorio Nacianceno (370 d.C.), Anfiloquio (380 d.C.), Rufino (395 d.C.) y Jerónimo (395 d.C.). hay quienes dicen que en el Concilio de Hipona, en 393 d.C., convocado por el Papa Dámaso, es la primera afirmación de la lista canónica.
Pero es hasta el año 1546, cuando tuvo lugar el Concilio de Trento, que en su cuarta sesión del 8 de abril de ese año se fijaron definitivamente los libros canónicos y los apócrifos. Se excluyeron de la Vulgata tres de los diez que había agregado: el tercero y el cuarto de Esdras y la Oración de Manasés.
Los llamados Libros Canónicos son, por lo tanto, los que la Iglesia acepta como revelados por Dios. Benedicto P. XV, en su encíclica Spiritus Paraclitus, dice: Los Libros de la Sagrada Escritura (...) fueron compuestos bajo la inspiración, o la sugestión, o la insinuación, y aún el dictado del Espíritu Santo, más todavía, el mismo Espíritu fue quien los redactó y publicó. Esta misma encíclica, se dice que Jesús afirma la iluminación divina en el escritor, donde Dios mueve su voluntad a escribir lo que ha de transmitirse a la humanidad.
En el Segundo Concilio del Vaticano, en la Constitución Dogmática "Dei Verbum" sobre la Divina Revelación, la Iglesia dice que por un acto de bondad y amor a la humanidad Dios ha decidido revelarse a sí mismo y a su voluntad. Dios se ha manifestado a los Padres de la Iglesia para prometer la salvación. Refiriéndose explícitamente al Nuevo testamento, la Constitución sostiene que sus libros principales son los Cuatro Evangelios y que si origen es indudablemente apostólico, predicado por mandato de Cristo, inspirado por el Espíritu Santo y trasmitido por escrito por los cuatro apóstoles. Acepta la historicidad de los evangelios, pero afirma que son fieles a la vida de Cristo y que obedecen a una tradición oral. Lo reitera la encíclica Divino Afflante Spiritu, de Pío P. XII en 1943.
La Iglesia Católica reitera su condena a los libros apócrifos. Pío P. IX , en la Encíclica Noscitis et nobiscum de 1849 ataca lo que denomina lecturas emponzoñadas y privilegia la difusión de libros escritos por hombres de sana y reconocida doctrina.