Pero Dios me amó mucho y, desde antes de
nacer, me eligió para servirle. Además, me mostró quién era su Hijo, para que
yo les anunciara a todos los países del mundo la buena noticia acerca de él.
Cuando eso sucedió, no le pedí consejo a nadie, ni fui a Jerusalén para pedir
la opinión de aquellos que ya eran apóstoles.
Más bien, me fui inmediatamente a la
región de Arabia, y luego regresé a la ciudad de Damasco. Tres años después fui
a Jerusalén, para conocer a Pedro, y solo estuve quince días con él. También vi
allí al apóstol Santiago, hermano de Jesucristo nuestro Señor. Aparte de ellos,
no vi a ningún otro apóstol.
Les estoy diciendo la verdad. ¡Dios sabe
que no miento! Después de eso, me fui a las regiones de Siria y Cilicia. En ese
tiempo las iglesias de Cristo que están en Judea no me conocían personalmente.
Solo habían oído decir: Ese hombre, que antes nos hacía sufrir, está
ahora anunciando la buena noticia que antes quería destruir.
Y alababan a Dios por el cambio que él
había hecho en mí.