Hay una pequeña ciudad portuaria en la orilla del océano donde muchos barcos se estrellaron contra las rocas debido a un clima violento.
Esta ciudad se hizo conocida gracias a un equipo de rescate dedicado que ayudó a los marineros en peligro. El equipo de rescate se reuniría al sonido de la sirena y correría al lugar del accidente, arriesgando la vida y la integridad física para salvar a los marineros de ahogarse.
Con el paso del tiempo, los ciudadanos de ese pequeño pueblo recaudaron suficiente dinero para construir una estación de rescate cerca de la costa. Si bien esto facilitó enormemente la operación, también suavizó al equipo dedicado.
Con el paso del tiempo se fueron añadiendo algunas de las comodidades y conveniencias que tenían otras estaciones de rescate.
Con el paso de los años el puesto de salvamento se convirtió en un club social donde la gente del pueblo se reunía para divertirse y relajarse. Los barcos seguirían chocando contra las rocas, la alarma seguiría sonando, pero al final nadie respondió. Se mostraban reacios a abandonar sus comodidades porque su compromiso de rescatar a los miserables marineros no podía rivalizar con su complacencia.