"La supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación de su gran poder, que obró en Cristo cuando le levantó de los muertos".
Efesios 1:19-20
En la resurrección de Cristo, como en nuestra salvación, no se manifestó nada menos que un poder divino. ¿Qué diremos de aquellos que piensan que la conversión es obra del libre albedrío del hombre y se debe a su propia mejor disposición? Cuando veamos a los muertos levantarse de la tumba por su propio poder, entonces podemos esperar ver a pecadores impíos por su propia voluntad volverse a Cristo. No es la palabra predicada, ni la palabra leída en sí misma; todo poder vivificante procede del Espíritu Santo. Este poder era irresistible.
Todos los soldados y los sumos sacerdotes no pudieron guardar el cuerpo de Cristo en el sepulcro; La muerte misma no pudo retener a Jesús en sus ataduras: aun así, irresistible es el poder que se manifiesta en el creyente cuando es resucitado a una vida nueva. Ningún pecado, ninguna corrupción, ningún demonio en el infierno ni pecadores en la tierra pueden detener la mano de la gracia de Dios cuando intenta convertir a un hombre. Si Dios omnipotentemente dice: "Tú deberás", el hombre no dirá: "No lo haré". Observe que el poder que levantó a Cristo de entre los muertos fue glorioso. Reflejó honor a Dios y provocó consternación en las huestes del mal. Entonces hay gran gloria para Dios en la conversión de cada pecador.
Era poder eterno. "Cristo, habiendo resucitado de entre los muertos, ya no muere; la muerte ya no tiene dominio sobre él". Así que nosotros, resucitados de entre los muertos, no volvemos a nuestras obras muertas ni a nuestras viejas corrupciones, sino que vivimos para Dios. "Porque él vive, nosotros también vivimos". "Porque estamos muertos, y nuestra vida está escondida con Cristo en Dios". "Así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros debemos andar en novedad de vida". Por último, marque en el texto la unión de la vida nueva a Jesús. El mismo poder que levantó la Cabeza obra la vida en los miembros. ¡Qué bendición ser vivificado junto con Cristo!