En el seminario, cuando yo era un joven imberbe y todavía con abundante pelo sobre la cabeza, el profesor en una clase de Sagrada Escritura nos leyó el texto de Sant 2, 19: ¿Tú crees que hay un Dios? Haces bien. Hasta los demonios creen, pero se estremecen.
Y nos dijo que aunque el original griego usa el verbo "creer" que en realidad lo que quería decir el apóstol era que. hasta los demonios saben que Dios existe y se estremecen.
La explicación del profesor me satisfizo completamente. No sólo parecía congruente, sino que parecía la única explicación posible. Los demonios no podían tener fe, ya sabían que Dios existía, pensaba. Sin embargo, una sola cosa no me dejaba del todo feliz en todo este tema del verbo griego: ¿por qué el apóstol había usado una palabra si quería usar otra? ¿Por qué había usado el verbo creer pudiendo usar perfectamente el verbo saber? El asunto quedó olvidado durante unos quince años en mi memoria hasta que la conversación con un demonio en un exorcismo me dio la respuesta, una respuesta que nunca se me hubiera ocurrido aunque la hubiera pensado otros quince años más. He buscado aquel diálogo con ese demonio pero desafortunadamente no lo trascribí al acabar la sesión. Pero en esencia la respuesta a esta cuestión es la siguiente:
Los demonios no ven a Dios, saben que existe, pero no le ven. Con su inteligencia conocen que existe un ser espiritual que no es un espíritu más, sino la Divinidad. Pero sólo los bienaventurados ven su esencia. Los demonios le han escuchado (es decir, han tenido conocimiento de las especies inteligibles que les ha comunicado directamente), han visto sus efectos (por ejemplo, la creación del cosmos), pero no han visto su esencia. Su inteligencia les dice que el Creador, que el Motor Inmóvil, tiene que ser un ser infinito. Pero aunque conocen su existencia, no han visto lo que ven los bienaventurados. En ese sentido se puede decir que ellos creen, aunque no hayan visto.
Pero no es una fe sobrenatural, sino que ellos creen que existe lo que su inteligencia les dice que tiene existir. Es creer que El tiene que ser del modo que su inteligencia les dice que tiene que ser.
Pondré un ejemplo de esta fe natural: yo no tengo la menor duda, ni la más pequeña, de que el continente asiático existe aunque nunca he estado en él, ni lo he visto. Lo creo con la sola inteligencia de un modo natural. Algo así sucede con los demonios. Así como creer que existe Asia no es un acto sobrenatural, así los demonios creen en Dios de un modo natural. Pero saber que existe y que tiene que existir y que no puede ser de otra manera, no les causa gozo, sino pesar.
¿Por qué dice el apóstol que se estremecen? Pues se estremecen por saber que existe esa felicidad y no la pueden gozar. Lo que les apena no es tanto el haber perdido a Dios, sino la felicidad de Dios. Tampoco han visto nunca esa felicidad, ni la han gozado, y, sin embargo, saben que existe.
También se estremecen porque temen el castigo de Dios. Le odian y temen que Dios actúe como ellos, de un modo vengativo ante ese odio. Porque ellos todo lo ven según la deformación de su inteligencia.