La creencia errónea de nunca correr riesgos en la vida


Cuando las personas piensan que no deben correr riesgos en la vida, generalmente creen una serie de mentiras relacionadas entre sí tales como:
Uno de los objetivos más importantes de la vida es evitar los dolores, los agravios. Pase lo que pase, no debo sufrir a causa de ellos.
Correr riesgos en la vida puede conducir a una calamidad. Tal vez me vaya mal si corro este riesgo.
Lo más importante es estar seguro. Es terrible correr cualquier tipo de peligro.
Es terrible tomar una decisión equivocada.
Si trato de aprovechar alguna oportunidad, podría perder cosas vitales como el dinero, los amigos, la aprobación, el tiempo, la seguridad.
No debo perder nada. Es terrible perder algo.
No puedo permitirme cometer errores. Los errores son terribles.
Tengo que tener todo previsto, y anticipar cualquier posible dificultad y sufrimiento.
Tengo que planear al detalle todas mis acciones y las palabras que use para evitar pérdidas, sufrimientos y desgracias.
10. Dios no aprueba la conducta que corre riesgos.
Rolando llega 20 minutos antes de hora a su primera cita en la clínica, y decidido a hacer un buen uso del tiempo, escoge una revista de religión en la sala de espera. Tiene que obligarse a sí mismo a leerla, pero tal tipo de determinación tenaz, no es inusual en él.
"He estado tan tenso y nervioso últimamente, que apenas logro forzarme a ir a trabajar", explica al comienzo de la entrevista. Su sonrisa proviene de la absoluta obediencia de los músculos de sus labios que dejan a la vista una hilera de dientes. No hay razón por la cual sonreír, y en sus ojos no hay un asomo de risa.
"No es que sea algo tan molesto, pero el mes pasado, a un tipo que trabajaba bajo mi dirección, lo ascendieron por encima de mí", hace una pausa, suspira y continúa, "desde entonces, la idea de ir al trabajo me pone nervioso".
A medida que progresa la entrevista, se hace evidente que Rolando ve su trabajo de la misma forma que ve su vida: una carrera de obstáculos llena de posibilidades de correr riesgos. Su objetivo: pasar entre los obstáculos sin arriesgarse a nada ni probar nada nuevo.
El hombre que recibió la promoción de Rolando estaba dispuesto a aceptar lo que Rolando consideraba como un riesgo injustificado para la reputación y el capital de la compañía. El sospechar lo que ocurría en la oficina del jefe llenaba de ansiedad a Rolando. En su opinión, los riesgos que se estaban corriendo eran totalmente exagerados y peligrosos.
Rolando nunca había sido responsable de una decisión equivocada. No comprendía por qué otras personas que tomaban decisiones riesgosas con el dinero y el buen nombre de la compañía, podían obtener las mejores promociones mientras él permanecía en el tras-fondo sin ninguna posibilidad de ascender. Pensaba que deberían tomar en cuenta su buena reputación de hacer siempre lo mejor para la compañía.
En la iglesia estaba en el grupo de diáconos. Los demás miembros del grupo generalmente experimentaban dificultades en las reuniones por la negativa de Rolando de aceptar cambios. Cuando se hacía algún esfuerzo para encaminar a la iglesia en una nueva dirección hacia algún cambio, Rolando se negaba de una de dos maneras: lo impedía vociferando en contra o se quedaba sumergido en el silencio.
La esposa de Rolando representaba otra fuente de ansiedades. Cuando recién terminaban de pagar la última cuota por los dos automóviles, ella comenzó a hablar de la compra de una nueva casa. Para Rolando lo único que eso significaba era una hipoteca más grande sin ninguna seguridad de que jamás podrían terminar de pagarla.
"No entiendo por qué otras personas no comprenden el peso de mis advertencias", se queja Rolando.
Este es un hombre que raramente comete errores. Siempre ha hecho jugadas seguras y se ha negado terminantemente a actuar si había la más mínima duda acerca de las consecuencias de las decisiones. Estaba orgulloso de que podía mirar hacia atrás en su vida limpia de errores. Pensaba que el tomar decisiones acertadas era su don especial.
Desafortunadamente, Rolando no veía que en realidad cometía muchos errores y la mayoría de ellos muy serios. No eran errores de juicio como los que haría una persona que obra impulsivamente; eran de un tipo totalmente diferente.
Eran errores de omisión.
—Rolando, ¿estás convencido que estarías realmente errado si te decidieras a tomar algún riesgo en alguna situación?
—Creo que sí. Y debo señalar que gracias a mis convicciones, tengo una casa casi completamente pagada, una cuenta de ahorros bastante alta, y dos automóviles totalmente pagados ....
Mientras habla, se hace evidente que su creencia errónea le produce intensa ansiedad. Defiende su negativa a correr riesgos, pero no se explica por qué otras personas no comprenden ni aprecian su buen juicio.
Como resultado de sus creencias erróneas, ha evitado repetidamente tomar decisiones que tuvieran un resultado impredecible. Ha elegido, en lugar de eso, no hacer o no decir nada si la situación involucra algún riesgo. Toma la posición más segura posible en todo sentido. A causa de su búsqueda de seguridad, no ha obrado en forma responsable en numerosas ocasiones y no ha podido cosechar las recompensas que reciben las personas que están dispuestas a correr riesgos.
Las creencias erróneas de Rolando incluyen:
Dios está decididamente del lado de aquellos que revisan las cosas una y otra vez para asegurarse bien de los resultados positivos de sus elecciones.
Es absurdo, incluso es pecado, tomar decisiones que podrían terminar en la pérdida de algo.
 Si una persona toma una decisión que luego resulta ser errada, es una persona estúpida y culpable de su error.
Si una persona toma una decisión sin total seguridad de los resultados, es una conducta descuidada e infantil.
Dios no bendice los errores.
La meta y el objeto de la vida es protegerse a uno mismo y hacer jugadas seguras, previniendo y evitando cualquier daño posible.
Con estos intentos de evitar la ansiedad, Rolando se enseñó a sí mismo a ser ansioso. Para Rolando, evitar la ansiedad significaba la felicidad pero en toda su vida parecía no haber llegado al punto donde no existiera la ansiedad.
Julia es una viuda de 57 años. Su médico la aconseja que se mude a un clima más cálido, pero semejante idea la atemoriza.
—Tengo raíces aquí —protesta—. No conoceré a nadie en una nueva ciudad, todo me resultará muy extraño.
Los ojos le brillan al tratar de evitar las lágrimas. Se siente muy infeliz en su hogar actual y su salud está decayendo rápidamente. Si no se muda a un clima más cálido y seco, morirá. Pero la idea de un cambio le resulta tan amenazadora que ella la toma como una catástrofe. ¿Y si comete un error? ¿Y si la ciudad a la que se mude resulta ser poco amigable y no la tratan bien? ¿Y si se siente sola en la nueva ciudad? ¿Y. . . y . . . y. . .? La ansiedad que le produce es superior a lo que puede soportar. Extrae un pañuelo del bolsillo y comienza a sollozar.
—¿Y si realmente cometes un error, Julia? ¿Qué pasaría?
—¿Qué pasaría? Bueno, estaría en un lugar extraño, sin conocer a nadie. Estaría sola, ¡sería espantoso!
—¿Acaso eres muy feliz donde vives ahora?
—¡Claro que no! Soy muy infeliz. Mi esposo ya no está. Mis hijos viven en otras partes del país, estoy enferma casi todo el tiempo y no tengo mucho que hacer ....
Pero todavía insiste que no podría hacer un cambio como le aconseja el médico. Demasiado riesgoso. Se ha enseñado a sí misma a no probar nada, aun cuando, como ahora, está poniendo en peligro su vida por no seguir el consejo de su médico.
Muchas personas preferirían morir, literalmente, antes de probar algo nuevo o cambiar. Paradójicamente, aquello que más temen es lo que ocurre precisamente por no hacer el cambio ni probar. No es sabiduría lo que impulsa a una persona a no querer correr riesgos; es el temor, temor a perder la salud, la seguridad, la familiaridad, la comodidad, el control, el poder. Estas son amenazas demasiado grandes para correr un riesgo.
Los sentimientos de frustración de Rolando se habían aumentado hasta el punto en que sentía que todo su mundo se venía abajo. Se sentía amenazado e infeliz en el trabajo después de perder la promoción que sentía que merecía, y se sentía frustrado y amenazado en casa, por la idea de su esposa de comprar una casa nueva. Sus hijos significaban nuevas amenazas a medida que crecían y tomaban sus propias decisiones, decisiones que Rolando no podía controlar o adecuar a sus demandas relacionadas al temor. Se sentía asediado e incomodado por muchas cosas: sus vecinos que habían comprado una casa rodante que el sabía que iba más allá de los recursos de ellos, la decisión de la iglesia de comprar una propiedad para campamentos de verano, las nuevas disposiciones sobre los impuestos, el clima, el precio de la gasolina, las intenciones de su hijo de ser músico, su madre, que se niega a ir a un hogar de ancianos donde estaría más segura, aunque menos feliz que en su hogar. No comprendía por qué la gente hacía las cosas irracionales que hacía.
A medida que Rolando continuó con sus sesiones de terapia, comenzó un estudio inquisitivo de sus hábitos. Con ayuda, pudo ver situaciones en donde se había dicho a sí mismo mentiras paralizantes acerca de los riesgos.
Le resultó penoso hablar acerca de su adolescencia.
—Recuerdo lo infeliz que me sentía siempre, me sentía muy solo. Si quería llamar a alguien, o simplemente mostrarme amistoso con alguien, no lo podía hacer. Si había un grupo de niños parados en algún lugar, no me atrevía a unirme a ellos. Siempre tenía miedo de ser rechazado, supongo. Cuando era chico, mi madre resolvía todos mis problemas. Además, solía invitar a sus amigas que tenían hijos de mi edad. Conocía a todos los niños de la manzana y los invitaba para eventos especiales que ella misma inventaba, y de una manera u otra lograba que yo siguiera adelante. Pero cuando entré en la adolescencia pareció como que todo el mundo se me venía abajo. Odiaba la escuela aun cuando todo el mundo me decía que era muy inteligente. Nunca pedía a nadie que hiciera algo conmigo. Nunca me acercaba intencionalmente a nadie para conversar, como lo hacen los demás ....
—¿Sabes qué te hacía comportarte de ese modo?
—Bueno, creo que tenía terror de que me rechazaran. Por ejemplo, temía invitar a algún amigo a hacer algo y que dijera que no. Tenía mucho miedo y me sentía atado. El sólo pensar en ello ahora me hace sentir muy mal, ¿por qué?
—Por varias razones. Por ejemplo, invitar a un amigo sería correr un riesgo, ¿verdad?
—Sí, podría rechazarme.
La agitación de Rolando creció. Mientras hablaba fue despedazando el vasito desechable de café.
—Sabía que me podía desenvolver tan bien como los demás niños en muchas cosas, pero sencillamente no traté de hacerlo. Cosas como deportes, debates públicos, sencillamente no lograba obligarme a participar. Me sentía muy, muy solo. También me sentía irritado. Tenía fantasías acerca de disparar un arma contra algunas personas. Aún ahora cuando me siento frustrado y enojado en el trabajo, me encuentro pensando en tomar un revólver y pararme en medio del vestíbulo y comenzar a disparar.
Las creencias erróneas de Rolando tenían lazos muy fuertes sobre sus pensamientos y sus acciones. Aunque era probable que nunca llevara a cabo su fantasía de disparar un arma, se sentía infeliz de tener semejantes pensamientos.
—¡Soy cristiano! —exclamaba—. ¿Cómo se me pueden meter semejantes ideas en la cabeza?
Cuando algo nos resulta doloroso, automáticamente queremos librarnos de ello, ya sea un pensamiento, una acción, un hecho, una situación o un estímulo físico. "¡Mamá! Me duele aquí, ¡sácame el dolor!", dice el niño, y mamá le da un beso donde le duele, lo arrulla, ora, y el niño se calma. Cuando el adulto siente dolor y exclama: "¡Ayúdenme, por favor, que alguien me ayude!", no hay respuesta y el dolor persiste, entonces busca en su bolsa de mecanismos usados para enfrentar el dolor. Uno de esos mecanismos para hacer desaparecer el dolor podrá consistir en hacer desaparecer a las personas que lo causan. También puede consistir en hacer desaparecer la presencia de personas felices que sólo le recuerdan sus propias pérdidas y su dolor. Es por eso que frecuentemente nos sentimos aliviados cuando leemos acerca de otros que sufren tragedias o pérdidas u oímos acerca de los fracasos de alguien. De alguna manera nos alivia nuestras ansiedades personales. Dices: "Eh, después de todo, no estoy tan mal. Aquí hay un tipo a quien se le incendió la casa y su esposa y sus cuatro niños murieron, y aquí hay uno que ha ido a la prisión por malversación de fondos, y aquí hay una estrella de cine que murió por una sobredosis de pastillas para dormir. Después de todo, yo estoy muy bien".
El deseo de Rolando de extinguir la angustia que sentía por sentirse solo y excluido encontraba expresión en sus fantasías de disparar un arma. Trataba de borrar el dolor borrando a la gente.
"No entiendo por qué tenía tanto miedo de ser rechazado. La gente me resultaba sumamente intimidadora. Alguien me dijo una vez que si yo no trataba de hacer amigos, nunca los tendría. Bueno, es verdad. Me quedé encerrado y nadie se me acercó para tratar de trabar amistad. No parecía amigable, ¿cómo iba a serlo? Tenía pánico de todo el mundo".
El temor de Rolando a arriesgarse lo privó de una adolescencia feliz y productiva. Fueron años de confusión, de angustia y sufrimientos a causa de su creencia errónea de que es terrible arriesgarse.
Pensaba que el tomar riesgos podía resultar en un rechazo. Ser rechazado sería terrible. Sus creencias erróneas eran:
Nadie debe rechazarme.
Todo el mundo tiene que ser amable conmigo.
Nadie debe herir mis sentimientos o no querer estar conmigo.
Sería terrible si alguien intencionalmente hiriera mis sentimientos.
¡Todo esto es MENTIRA!
Si crees algunas de estas mentiras, por favor, considera por un momento la verdad.
Dios mismo tomó el riesgo de una gran pérdida cuando se determinó a construir su reino. Tomó el mayor de los riesgos que conoce la historia cuando envió a su Hijo, Jesús, a la tierra, para nuestro beneficio. Cuando Jesús comenzó su ministerio, arriesgó la pérdida de su reputación, su familia, la seguridad terrenal, el hogar, la popularidad y los amigos; literalmente, todo lo que una persona puede perder, para hacer la voluntad de su Padre.
Mira el riesgo que tomó Dios cuando creó al hombre con libre albedrío. Tomó el riesgo de que el hombre podría usar su voluntad para rebelarse contra Dios, su creador y protector. Y eso es precisamente lo que ocurrió.
Como resultado del riesgo que tomó Dios, ocurrió lo peor que podría haber ocurrido. El hombre se rebeló realmente contra Dios y tomó su propio camino. "Todos nosotros nos descarriamos como ovejas" (Isa_53:6), nos dice la Palabra de Dios. "Todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios" (Rom_3:23). Sin embargo, Dios creó al hombre perfecto, sin mancha, sin pecado, santo y "bueno" a sus ojos, ¡creó al hombre a su propia imagen! (Gen_1:26). El riesgo que corrió fue muy grande, y mira lo que sucedió.
No podemos concluir que Dios no sabía lo que. hacía, o que porque corrió el riesgo, actuó en forma impulsiva o sin juicio (como nos acusamos a nosotros mismos cuando corremos algún riesgo). Para Dios el premio era tan grande, que valía la pena correr el riesgo.
Dios quiere que lo imitemos. "Sed, pues, imitadores de Dios", dice Efe_5:1. Como seguidor de Cristo, imítalo. Eso incluye imitar su disposición a correr algunos riesgos. Puedes pasar por momentos en que no veas más que un paso del camino, pero puedes confiar en Dios en cada paso. Puedes confiar en Dios para solucionar las consecuencias que tú no puedas solucionar. Puedes creer que el correr riesgos es saludable.
La fe misma es un riesgo. Tienes que confiar en Dios y actuar por fe para el paso que no puedes ver. Si vas a caminar sobre el agua, tienes que estar dispuesto a arriesgarte a que te puedas hundir hasta el fondo.
No puedes vivir una vida feliz y pacífica, sin riesgos.
Para ganar un amigo tienes que correr el riesgo del rechazo.
Para salir con personas del sexo opuesto, tienes que correr el riesgo de ser rechazado o de que no caigas bien.
Para hablar y ser escuchado por otros tienes que correr el riesgo del desaire, la corrección o la censura.
Para ser tenido en cuenta, tienes que correr el riesgo de ser ignorado.
Para obtener un trabajo tienes que correr el riesgo de que no acepten tu solicitud.
Para ser un líder corres el riesgo de recibir críticas y oposición.
Para obtener un ascenso en el trabajo, tienes que correr el riesgo de que otro lo obtenga.
Para ganar, tienes que correr el riesgo de perder.
Estos riesgos no son malos.
     La creencia errónea de que es estúpido o pecaminoso tomar decisiones que pueden salir mal es infundada. Se nos dice que seamos astutos como serpientes, y sencillos como palomas (Mat_10:16). La sabiduría no implica actuar ni con temor ni con cobardía.
En el amor no hay temor (1Jn_4:18), significa que el amor de Dios ha barrido con el poder del temor sobre nuestra vida, si es que estamos dispuestos a usar los métodos de Dios para vencerlo. "Echen todos sus temores en mí" (Paráfrasis de 1Pe_5:7). El Señor explica: "Déjenme todos sus temores, yo sé qué hacer con ellos". Es de esta manera en que somos liberados para poder correr riesgos.
Entonces, nuestra principal preocupación no será que tengamos éxito o fracasemos. No estamos esclavizados por el temor a los resultados negativos. De buena gana nos permitimos o exponemos a un posible fracaso, a posibles resultados negativos. El temor angustioso y la ansiedad ya no tienen un papel dominante en nuestra vida.
El cristiano que camina en el Espíritu, bajo la voluntad de Dios, puede confiar que el resultado de sus acciones en fe está totalmente en las manos del Padre. La verdad para el cristiano es que el desastre, las catástrofes, o el fracaso total, no pueden ocurrir. ¡No tenemos ningún derecho de pensar en esos términos!
Dios nunca falla.
Un refrán que es realidad para el hijo de Dios es: "El que no se aventura, no cruza la mar". Moisés, cuando condujo a Israel en el desierto; Abraham, cuando dejó su casa sin tener ninguna idea de su destino final; Daniel, cuando continuó orando en contra de la ley del rey; los apóstoles que predicaban que el Cristo crucificado había resucitado y que volvería, a pesar de las tremendas represalias: todos corrían riesgos. Se arriesgaban con el conocimiento de que si no se arriesgaban, no podrían ganar.
. . . aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo (Flp_3:8).
Estas no son las palabras de un hombre insatisfecho, manejado por la ansiedad de perder algo precioso. Pablo estaba dispuesto a arriesgar todo lo que se podía arriesgar porque sabía con absoluta seguridad a quién pertenecía, y la relación con Cristo Jesús le era más importante que su propia comodidad y aun su vida.
Todos, en algún momento u otro de la vida, tomamos decisiones sin el beneficio de conocer las consecuencias. Nuestro desdichado amigo, Rolando, comenzó a comprender este hecho, y cuando lo hizo, comenzó a identificar sus creencias erróneas acerca de correr riesgos. Usando nuestro sistema de tres puntos, identificó, debatió o arguyó y reemplazó sus creencias erróneas con la verdad, en ese orden. De ninguna manera fue un proceso rápido.
Creencia errónea:
Es un pecado cometer un error.
     Argumento:
Los errores no son necesariamente pecaminosos. Muchos errores resultan del hecho de que como ser humano no soy omnisciente, y no hay nada malo en eso. Si cometo un error por actuar según mi naturaleza, tengo un Salvador para salvarme de mis propios errores y para conducirme al camino de la verdad. No quiero andar según mi naturaleza carnal, y no quiero cometer errores debido a la ignorancia, pero, hasta donde alcanzo a ver, no hago ninguna de las dos cosas, de modo que elijo actuar en fe, aun sabiendo que corro el riesgo de cometer un error.
     Reemplazo con la verdad:
He valorizado demasiado el hacer las cosas bien y el ser siempre aceptado. No es vital para  mí el ser aceptado, y el hacer las cosas bien el 100 por ciento de las veces. Dios no falla. Yo tengo mi fe y mi confianza puesta en él. En el pasado, he tratado de ser mi propio señor, pero ahora, al correr riesgos, le entrego a Dios el señorío de mi vida.
Rolando comprendió que no sería el fin del mundo si invitaba a un amigo a jugar a los bolos o a pescar, y éste rechazaba la invitación. Comprendió que no era el fin del mundo si no siempre elegía el camino más seguro y menos riesgoso.
"Sé que no tengo que buscar correr menos riesgos que los que corrió Jesús", razonó. Descubrió que podía soportar incluso cuando era rechazado, aun si sus decisiones no resultaban como quería o como esperaba. ¡Podía soportarlo!
Aprender a correr riesgos aceptables con su carrera y con las finanzas fue más difícil para Rolando, porque las consecuencias eran más grandes, pero también allí realizó progresos, oponiéndose tenazmente a las creencias erróneas con la verdad. Luego obró de acuerdo a lo que sabía que era la verdad.
Puedes ayudarte a ti mismo a cambiar. Si has albergado algunas de las creencias erróneas acerca de correr riesgos que hemos discutido en este capítulo, puedes luchar para cambiar esas creencias erróneas y las conductas que producen.
En la siguiente lista, marca los comportamientos que tú sueles evitar porque te resultan riesgosos:
Contarle a alguna otra persona tus debilidades, pecados o errores.
Invertir dinero en algo que tiene muchas posibilidades de poder redituar ganancia.
Pedir una cita.
Aceptar una cita.
Pedir un aumento.
Decirle a alguien que él o ella te gusta mucho.
Decirle a alguien que lo quieres.
Hablarle claro a alguien que alguna vez te intimidó.
Contarle a alguien en cuanto a las cosas que deseas o necesitas.
Invitar a alguien a aceptar a Jesús como Salvador y Señor.
Hablarle a un extraño en una sala de espera o en un ómnibus.
Invitar a alguien (que no sea de tu familia) a que pase una tarde (o mañana) charlando   o compartiendo contigo.
Esta es una lista incompleta, de modo que por favor, pídele al Señor que te recuerde esferas en las que tienes temor de correr riesgos. Especialmente aquellas esferas en que se requiere agradar a Dios. El Espíritu Santo las traerá a tu memoria. Escríbelas en tu cuaderno de notas. Escribe las creencias erróneas acerca de correr riesgos que te impiden actuar apropiadamente en cada situación.
Lo que sigue es un ejemplo tomado del cuaderno de notas de una persona:
Creencia errónea: Está mal permitir que alguien se entere de mis puntos débiles. Tengo miedo de correr el riesgo que involucra el hablarle a otro acerca de mis debilidades. La creencia errónea que continuamente me repito a mí mismo es que las intimidades son muy personales y es peligroso revelarlas a los demás. Si me abro a alguien, esa persona podrá rechazarme algún día. En ese caso, desearé jamás haber compartido cosas tan personales y profundas acerca de mí. Además, ¿y si esa persona piensa mal de mí después que le revele mis verdaderos sentimientos? Sería espantoso. Me sentiría destrozado. Es más seguro no decir mucho acerca de sí mismo. Es más seguro guardar cierta distancia.
Después que hayas escrito en tu cuaderno de notas, compara tu creencia errónea con las siguientes citas de las Escrituras y hazte las siguientes preguntas:
"Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo" (Flp_3:7). ¿Estoy dispuesto a aceptar pérdidas por amor de Cristo?
"Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan" (Heb_11:6). ¿Estoy dispuesto a obrar en fe, y creer en Dios con todo mi ser?
Lee la parábola de los talentos en Mat_25:14-30, donde el Señor nos enseña que espera que corramos riesgos. Si no corremos riesgos, no podemos poner en funcionamiento con efectividad los preciosos dones que el Señor nos ha dado. Si no nos arriesgamos no podemos usar ninguno de los dones del Espíritu, no podemos testificar de Jesús, no podemos orar por la sanidad de nadie, no nos atreveremos a pedir que alguien ore por nosotros, no daremos con generosidad para la casa de Dios, no amaremos, no perdonaremos, no alabaremos, ni pediremos que se nos dé algo. No avanzaremos en el campo en que el Señor nos ha puesto. En lugar de eso, enterraremos todo lo que Dios nos ha dado, en el frío implacable de la tierra, como hizo uno de los siervos de la parábola. En esa parábola, Dios se opone claramente al temor de correr riesgos.
ESCUCHA LAS PALABRAS QUE TE DICES A TI MISMO
A veces, las palabras que te dices nunca llegan a constituir frases claras y precisas. Son más bien como impresiones. Julia, la mujer que se niega a mudarse a un clima más cálido para el bien de su salud, no se daba cuenta de lo que se estaba diciendo al comienzo, porque nunca había llegado a decirse: "Me voy a decir a mí misma la creencia errónea de que sería terrible estar sola en una ciudad extraña". Era más bien como un sentimiento de ansiedad que experimentaba cuando se imaginaba a sí misma abandonada y sola en un lugar extraño.
Pero una vez que identificas la creencia errónea, tienes que argüiría, rebatirla. "No, no sería terrible estar sola en un lugar extraño. Dios me ha prometido claramente que nunca me dejará ni me abandonará. Es tonto que dude de eso. Además, hay iglesias y cristianos maravillosos en cada ciudad del país. Será emocionante conocer y trabar amistad con cristianos. Será toda una aventura. ¡Le agradezco a Dios por haberme provisto una oportunidad de correr riesgos y de emociones nuevas a esta altura de mi vida!"
Nunca pierdas una oportunidad para reemplazar una creencia errónea con la verdad.
Si te esfuerzas en cambiar, desarrollarás hábitos que se mantendrán toda tu vida. Cada vez que se introduzca una creencia errónea en tu sistema de ideas, la podrás reconocer como tal, argüiría y reemplazarla con la verdad. ¡JESUS ES SEÑOR DE MI VIDA!
EL CAMBIO
Para lograr mejores resultados, la técnica para extinguir tu comportamiento temeroso, es ir dando pasos cortos al comienzo. Comienza enfrentando pequeños riesgos que no son paralizantes, luego progresa paso por paso hacia riesgos más serios. El resultado de ese ir corriendo riesgos progresivamente será:
Enseñarte a buscar la voluntad del Señor en situaciones en las que has sentido temor.
Confiar en que el Señor te sostendrá, según su voluntad.
Obedecer al Señor en seguir su guía para actuar.
Experimentar la bendición del Señor al enfrentarte a tus ansiedades con su ayuda.
Al hacer precisamente aquello que temes, te sobrepones al temor. ¿Comprendes? Eso sucederá a medida que progreses gradualmente de un riesgo a otro mayor. Si sólo has anotado riesgos mayores en tu cuaderno de notas, vuelve al Señor para que te muestre algunos menores para que puedas comenzar a actuar. De allí en adelante, progresa con otros mayores, y observa el cambio que se produce en tu vida. Tal vez sientas, como Rolando después que firmara los papeles para la compra de una nueva casa: "Estoy experimentando algo totalmente nuevo en mi vida . . . ¡paz!"