El cuerpo humano tiene muchas partes, pero las muchas partes forman un cuerpo entero, lo mismo sucede con el cuerpo de Cristo.
Entre nosotros hay algunos que son judíos y otros que son gentiles; algunos son esclavos, y otros son libres. Pero todos fuimos bautizados en un solo cuerpo por un mismo Espíritu, y todos compartimos el mismo Espíritu.
Así es, el cuerpo consta de muchas partes diferentes, no de una sola parte. Si el pie dijera: No formo parte del cuerpo porque no soy mano, no por eso dejaría de ser parte del cuerpo. Y, si la oreja dijera: No formo parte del cuerpo porque no soy ojo, ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo?
Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿cómo podríamos oír? O, si todo el cuerpo fuera oreja, ¿cómo podríamos oler? Pero nuestro cuerpo tiene muchas partes, y Dios ha puesto cada parte justo donde él quiere. ¡Qué extraño sería el cuerpo si tuviera sólo una parte!
Efectivamente, hay muchas partes, pero un solo cuerpo. El ojo nunca puede decirle a la mano: No te necesito. La cabeza tampoco puede decirle al pie: No te necesito.
De hecho, algunas partes del cuerpo que parecieran las más débiles y menos importantes, en realidad, son las más necesarias. Y las partes que consideramos menos honorables son las que vestimos con más esmero. Así que protegemos con mucho cuidado esas partes que no deberían verse, mientras que las partes más honorables no precisan esa atención especial.
Por eso Dios ha formado el cuerpo de tal manera que se les dé más honor y cuidado a esas partes que tienen menos dignidad. Esto hace que haya armonía entre los miembros a fin de que los miembros se preocupen los unos por los otros.
Si una parte sufre, las demás partes sufren con ella y, si a una parte se le da honra, todas las partes se alegran. Todos ustedes en conjunto son el cuerpo de Cristo, y cada uno de ustedes es parte de ese cuerpo.
A continuación hay algunas de las partes que Dios ha designado para la iglesia: en primer lugar, los apóstoles, en segundo lugar, los profetas, en tercer lugar, los maestros, luego los que hacen milagros, los que tienen el don de sanidad, los que pueden ayudar a otros, los que tienen el don de liderazgo, los que hablan en idiomas desconocidos. ¿Acaso somos todos apóstoles? ¿Somos todos profetas? ¿Somos todos maestros? ¿Tenemos todos el poder de hacer milagros? ¿Tenemos todos el don de sanidad? ¿Tenemos todos la capacidad de hablar en idiomas desconocidos? ¿Tenemos todos la capacidad de interpretar idiomas desconocidos? ¡Por supuesto que no! Por lo tanto, ustedes deberían desear encarecidamente los dones que son de más ayuda. Pero ahora déjenme mostrarles una manera de vida que supera a todas las demás.