"Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido",
1 Corintios 2:12.
Mi experiencia no es la que vuelve real la redención. La redención es la realidad. La redención no tiene
ningún significado real para mí hasta que hable el lenguaje de mi vida consciente. Cuando he nacido de
nuevo, el Espíritu de Dios me lleva más allá de mí mismo, y de mis experiencias, y me identifica con Jesucristo. Pero si me quedo solo con mis experiencias personales, ellas no son fruto de la redención. Las experiencias creadas por la redención se confirman a sí mismas al llevarme más allá de mí, hasta el punto de que ya no les presto atención como el fundamento de la realidad, y sólo veo la realidad que produjo las experiencias. Mis experiencias no valen nada si no me mantienen en la fuente de la verdad: Jesucristo.
Si tratas de restringir la obra del Espíritu en tu vida para producir más experiencias subjetivas, descubrirás que Él destruye todas las limitaciones y te lleva de nuevo al Cristo histórico. Nunca fomentes una experiencia que no provenga de Dios y cuyo resultado no sea la fe en Él. Pero si lo haces, tu experiencia será anticristiana, sin importar que visiones o revelaciones hayas tenido. ¿Es Jesucristo el Señor de tus experiencias o tratas de ponerlas por encima de Él? ¿Hay alguna experiencia más querida para ti que tu Señor? Él debe ser tu Señor, y no le debes prestar atención a ninguna experiencia sobre la cual Él no reine. Vendrá el tiempo cuando Dios te haga sentir impaciente con tu propia experiencia y podrás decir sinceramente: "Sin importarlo que experimente, ¡estoy seguro de Él!"
Sé implacable contigo si tienes el hábito de hablar de las experiencias que has tenido. La fe basada en la
experiencia no es fe. Sólo la de que se fundamenta en la verdad revelada de Dios es verdadera fe.