Mientras Jesús hablaba, llegó un jefe de los judíos, se arrodilló delante de él y le dijo: ¡Mi hija acaba de morir! Pero si tú vienes y pones tu mano sobre ella, volverá a vivir.
Jesús se levantó y se fue con él. Sus discípulos también lo acompañaron.
En el camino, pasaron por donde estaba una mujer que había estado enferma durante doce años. Su enfermedad le hacía perder mucha sangre. Al verlos pasar, la mujer pensó: Si tan sólo pudiera tocar el manto de Jesús, con eso quedaría sana. Entonces se acercó a Jesús por detrás y tocó su manto.
Jesús se dio vuelta, vio a la mujer y le dijo: Ya no te preocupes, tu confianza en Dios te ha sanado.
Y desde ese momento la mujer quedó sana.
Jesús siguió su camino hasta la casa del jefe judío. Cuando llegó, vio a los músicos preparados para el entierro, y a mucha gente llorando a gritos.
Jesús les dijo: Salgan de aquí. La niña no está muerta, sino dormida.
La gente se rió de Jesús.
Todos en esa región supieron lo que había pasado.