(Juan 11:9).
Cuando Jesús decidió volver a Judea, los discípulos se aterrorizaron. Los judíos habían tratado de apedrearle allí hacía apenas pocos días, y ahora hablaba de volver de nuevo. En respuesta al temor de los discípulos, el Señor dijo: “¿No son doce las horas del día?” A primera vista, la pregunta parece estar desconectada de la conversación. ¿A qué se refería con esto el Salvador? El día de trabajo normal consta de doce horas. Cuando una persona se rinde a Dios, cada día tiene su programa señalado. Nada puede impedir que se cumpla ese programa. Si Jesús regresaba a Jerusalén, o si los judíos trataban nuevamente de matarle, no podrían tener éxito. Su obra aún no había terminada. Su hora no había llegado todavía.
De cada hijo de Dios podemos decir que: “es inmortal hasta que haya terminado su obra”. Esta verdad debe darnos una gran paz y aplomo cuando enfrentamos los riesgos de la vida. Si estamos viviendo de acuerdo la voluntad de Dios, y seguimos reglas razonables de salud y seguridad, no podemos morir ni siquiera un segundo antes de tiempo. Nada puede sucedernos aparte de Su voluntad y consentimiento.
Muchos cristianos se ponen enfermos preocupándose por la comida que comen, el agua que beben y el aire que respiran. En nuestra sociedad que conscientemente permite la contaminación siempre hay algo
que sugiere que la muerte está llamando a la puerta. Pero esta ansiedad es vana. “¿No tiene el día doce horas?” ¿No ha rodeado Dios al creyente de una valla (Job 1:10) que hace que el diablo sea impotente para penetrar?
Si creemos esto, no andaremos con adivinanzas. No diremos: “si la ambulancia hubiera llegado unos minutos antes”, o “si el doctor hubiera detectado esta enfermedad hace cuatro semanas”, o “si mi esposo hubiera tomado una línea aérea diferente”. Nuestras vidas están planeadas con infinita sabiduría y poder. Dios tiene un horario perfecto para cada uno de nosotros, y Sus trenes siempre llegan a tiempo.