“Sirviendo de buena voluntad, como al Señor y no a los hombres”
(Efesios 6:7).
Las instrucciones que Pablo da a los esclavos (Ef. 6:5-8) están llenas de significado para todos aquellos que profesan ser siervos de Jesucristo.
En primer lugar, muestran que cualquier trabajo honorable, a pesar de su insignificancia, puede hacerse para la gloria de Dios. Los esclavos a quienes Pablo escribía se dedicaban a fregar suelos, cocinar, lavar platos, cuidar animales o cultivar la tierra. Y el apóstol dijo que estos quehaceres podían ser hechos “para Cristo” (v. 5); que al ejecutarlos, los esclavos tomaban su lugar como “siervos de Cristo, haciendo la voluntad de Dios” (v. 6); que estaban sirviendo al Señor (v. 7); y que serían recompensados por Él, “por hacer un buen trabajo” (v. 8).
Es fácil trazar una dicotomía entre lo secular y lo sagrado. Consideramos que nuestro trabajo cotidiano es secular, mientras que nuestra predicación, testimonio y enseñanza bíblica son sagradas. Pero este pasaje enseña que el cristiano no debe hacer esta distinción. Percatándose de esto, la esposa de un conocido predicador colocó un letrero sobre el fregadero de su cocina que decía: “Aquí se celebran servicios divinos tres veces al día”.
Un siervo así estipulado,
Torna en divino el trabajo pesado;
Quien para Ti barre un suelo,
Hace la obra como algo ligero.
George Herbert
De aquí aprendemos otra lección: a pesar de la posición de una persona en la escala social, no está excluida de las grandes bendiciones y recompensas que ofrece el cristianismo. Quizás nunca cambiará su humilde uniforme de trabajo por un traje de lana inglesa, pero si su trabajo es de tal buena calidad que Cristo es con él glorificado, recibirá una grande recompensa. “Sabiendo que el bien que cada uno hiciere, ése recibirá del Señor, sea siervo o sea libre” (v. 8).
Si creemos esto, debiéramos orar, en las palabras de George Herbert:
Enséñame, mi Dios y Rey,
A verte siempre en todo a Ti,
Haciendo toda mi labor así,
Como si fuese para Ti.