La Iglesia: su servicio y mayordomía


A. SU SERVICIO A DIOS
Servicio es cualquier trabajo realizado en beneficio de otra persona. Cuando se estudia este tema en la Biblia, se observa una serie de similitudes y contrastes entre el Antiguo Testamento y el Nuevo. Casi cada doctrina se encuentra anunciada en el Antiguo Testamento y casi cada doctrina del Antiguo Testamento es acabada hasta la perfección en el Nuevo. El tema del servicio no es excepción; se vera que su estudio será en gran parte el reconocimiento del tipo del Antiguo Testamento y su relación con el antitipo del Nuevo Testamento.
El servicio que Dios pide, ya sea en el Antiguo Testamento o en el Nuevo, es entregado primariamente a un sacerdocio divinamente preparado. En el orden del Antiguo Testamento el sacerdocio era una jerarquía que estaba sobre la nación, y servían bajo la autoridad del sumo sacerdote. En el orden del Nuevo Testamento cada creyente es un sacerdote para Dios (1 P. 2:5-9; Ap. 1:6). Toda la compañía de sacerdotes que ministran en el Nuevo Testamento están bajo la autoridad de Cristo, que es el verdadero Sumo Sacerdote, de quien todos los demás sumos sacerdotes solo eran tipos.
Por lo tanto, en conformidad con el orden del Nuevo Testamento, el servicio ha sido entregado a todos los creyentes por igual y sobre la base de su relación sacerdotal con Dios. En su ministerio sacerdotal los sacerdotes del Nuevo Testamento, al igual que los sacerdotes del Antiguo, eran designados para servir a Dios y al hombre.
Como no habla un evangelio que predicar a las naciones en el Antiguo Testamento, el servicio sacerdotal durante el período que abarca consistió solamente en la realización, en el tabernáculo o en el templo, del ritual divinamente ordenado. En contraste con esto, el ministerio sacerdotal en el Nuevo Testamento es mucho más amplio en su alcance, e incluye no solamente el servicio a Dios y a sus hermanos en la fe, sino a todos los hombres en todo lugar.
1. El servicia de sacrificio es asombrosamente similar en el Antiguo y el Nuevo
Testamento. El sacerdote del Antiguo Testamento era santificado o apartado por el hecho de que había nacido en la familia sacerdotal de Leví y por el hecho de que él, tras la debida ceremonia, era investido sacerdote, oficio con carácter de continuo mientras viviera. Además, era purificado al principio de su ministerio por medio de un baño definitivo (Ex. 29:4).
En el cumplimiento del antitipo, el creyente sacerdote es purificado de una vez para siempre en el momento que recibe la salvación (Col. 2:13; Tit. 3:5) y, en virtud de su salvación, es apartado para Dios. Así también es introducido en la familia de Dios por el nuevo nacimiento. Además de esto, se exige particularmente del sacerdote del Nuevo Testamento que se dedique a Dios en forma voluntaria.
Tocante a su autodedicación, leemos: Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro racional culto" (Ro. 12:1). La frase "las misericordias de Dios" se refiere a los grandes hechos de la salvación que han sido planteados en los capítulos precedentes del libro de Romanos, misericordias a las que todo creyente ingresa en el momento de ser salvo; mientras que la presentación del cuerpo como sacrificio vivo es la autodedicación a la voluntad de Dios de todo lo que el creyente es o tiene. Lo que de esta manera se dedica a Dios, Él lo acepta y lo pone donde Él quiere en su campo de servicio (Ef. 2:10).
Según las Escrituras, este acto divino de aceptar y dar un lugar de servicio es la consagración. Por lo tanto, el creyente sacerdote puede dedicarse a sí mismo, pero nunca consagrarse a Dios. En conexión con el acto divino de la consagración, debiera observarse que la obra actual de Cristo como Sumo Sacerdote —recibir, dirigir y administrar el servicio de los creyentes— cumple lo que era tipificado por el ministerio del sacerdote del Antiguo Testamento en la consagración de los hijos de Leví.
Habiéndose rendido a Dios y al no conformarse más a este mundo, el creyente sacerdote experimentará la vida transformada por el poder del Espíritu que mora en él, y por aquel poder experimentará "cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta" (Ro. 12:2).
Según el orden del Nuevo Testamento el servicio sacerdotal en el sacrificio hacia Dios es cuádruple: a) la dedicación de sí, que es, según se declara, un servicio racional (Ro. 12:1), o más literalmente un "culto espiritual" Como Cristo mismo era el sacrificador y el sacrificio, así el creyente puede glorificar a Dios ofreciendo todo su cuerpo como un sacrificio vivo a Dios; b) el sacrificio de labios que es la voz de alabanza y debe ser ofrecido continuamente (He. 13:15); c) el sacrificio de sustancia (Fil. 4:18); d) el sacrificio de buenas obras (He. 13:16).
En cuanto a la purificación de los sacerdotes, debe notarse nuevamente que el sacerdote del Antiguo Testamento al entrar en su santo oficio fue purificado de una vez por todas por un baño completo, que fue administrado por otro (Ex. 29:4); sin embargo, aunque estaba completamente bañado, se requería que se limpiara con un lavamiento parcial en el lavacro de bronce, y esto antes de emprender cualquier servicio sacerdotal. Al cumplir el significado típico de esto, el sacerdote del Nuevo Testamento, aunque enteramente purificado y perdonado al ser salvo, tiene que cumplir con la exigencia de confesar todo pecado conocido en todo tiempo a fin de mantenerse puro y en buenas condiciones para tener comunión con Dios (1 Jn. 1:9).
Así como la ordenación sacerdotal del sacerdote del Antiguo Testamento era para toda la vida, el sacerdote del Nuevo Testamento es un sacerdote de Dios para siempre.
2. El servicio de adoración, que será presentado detalladamente en un capitulo posterior, puede ser considerado aquí como parte del servicio de cada creyente sacerdote en la era actual, así como era parte de la adoración y el servicio de todo sacerdote del Antiguo Testamento. Así como en el orden del Antiguo Testamento los muebles del lugar santo simbolizaban la adoración sacerdotal y todo aspecto y
utensilio de aquel lugar hablaba de Cristo, la adoración del creyente es por Cristo y solamente por medio de Él. 
Repetimos que en el servicio hacia Dios la adoración del creyente puede ser el ofrecimiento de sí mismo a Dios (Ro. 12:1), el reconocimiento de todo corazón que la alabanza y la acción de gracias pertenecen al Señor (He. 13:15), o la presentación de ofrendas.
En conexión con la adoración de los sacerdotes del Antiguo Testamento había dos prohibiciones, y éstas también tienen un significado típico. No debían llevar incienso extraño (Ex. 30:9), lo que típicamente habla de la pura formalidad en el servicio a Dios, y no se permitía fuego extraño (Lev. 10:1), lo que simbolizaba el dejarse llevar por las emociones carnales como sustituto de la verdadera devoción a Cristo, o el amor a las cosas de menor importancia con exclusión del amor a Cristo (1 Co. 1:11-13; Col. 2:8, 16-19).
3. El servicio de intercesión, que consideraremos en un capítulo posterior, es una importante función del creyente sacerdote. Como el profeta es el representante de Dios ante el pueblo, así el sacerdote es el representante del pueblo ante Dios. Como el sacerdocio era una institución divina, siempre habla acceso a la presencia de Dios; sin embargo, ningún sacerdote de la antigua dispensación podía entrar en el lugar Santísimo salvo el sumo sacerdote, y esto, una sola vez en el año y con la sangre de un sacrificio (He. 9:7).
En esta dispensación Cristo, como sumo sacerdote, ha entrado con su propia sangre en el santuario celestial (He. 4: 14-16; 9:24; 10:19-22) y esta intercediendo por los suyos que están en el mundo (Ro. 8:34; He. 7:25). Cuando Cristo murió el velo del templo se rasgó, lo que significa que ahora está abierto el camino hacia el lugar Santísimo, no para el mundo, sino para todo aquel que acuda a Dios sobre la base de la sangre derramada por Cristo (He. 10:19-22).
Teniendo un acceso sin impedimentos a la presencia de Dios a causa de la sangre de Cristo, el sacerdote del Nuevo Testamento tiene el privilegio de ministrar en la intercesión (Ro. 8:26-27; He. 10:19-22; 1 Ti. 2:1; Col. 4:12).
B. SERVICIO AL HOMBRE
Hay un arreglo divino en el orden de la verdad como se encuentra en Romanos 12:1-8. Aquí, como en todas las Escrituras, el servicio cristiano no se menciona hasta que han sido presentadas las grandes cuestiones de la dedicación y la consagración.
Inmediatamente después del mensaje acerca de estos puntos fundamentales se introduce el tema de la concesión de dones para el servicio, y en relación a esto es importante observar la amplia diferencia que hay entre el uso bíblico de la palabra "don" y el sentido que se le da en el lenguaje común. Generalmente se entiende por don alguna habilidad natural recibida por nacimiento y que lo capacita a uno para hacer cosas especiales. Según el uso bíblico de la palabra, don es un ministerio del Espíritu que mora en el creyente. Es el Espíritu que realiza un servicio y usa al creyente como un instrumento. En ningún sentido es algo que el creyente obra solo, ni siquiera algo hecho por el creyente con ayuda del Espíritu. El servicio cristiano se presenta como una "manifestación del Espíritu"(1 Co. 12:7), del mismo modo que el carácter cristiano es un fruto del Espíritu (Ga. 5:2-23).
Aunque cada creyente posee algunos dones divinamente otorgados (1 Co. 12:7; Ef. 4:7), hay una diversidad de dones (Ro. 12:6; 1 Co. 12:4-11; Ef. 4:11). Los creyentes no han sido todos designados para hacer la misma cosa. En esto hay un contraste con el oficio sacerdotal en que todos los creyentes sacrifican, adoran e interceden. Aunque algunos dones representativos que son generales han sido nombrados en las Escrituras (Ro. 12:6-8; 1 Co. 12:8-11; Ef. 4:11), y aunque algunos de éstos evidentemente han cesado (1 Co. 13:8), es probable que el ministerio del Espíritu a través de los creyentes sea variado según las circunstancias en medio de las cuales deben servir.
Los dones son otorgados para que el siervo de Dios sea para "provecho" (1 Co. 12:7), y está, por lo tanto, implícito que el servicio brindado en la fuerza de la carne no es provechoso. La manifestación del Espíritu en el ejercicio de un don es como "ríos de agua viva" (Jn. 7:37-39), y es la realización de las "buenas obras que Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas" (Ef. 2:10).
Sin necesidad de exigencia alguna, los creyentes llenos del Espíritu Santo están constantemente activos en el ejercicio de sus dones. Los cristianos carnales, aunque poseen un don, no están activos en su ejercicio, ni responden a las exhortaciones humanas. Sin embargo, cuando arreglan cuentas con Dios por la confesión del pecado, la rendición de su vida y el caminar en dependencia del Espíritu que mora en ellos, inmediatamente son llenos del Espíritu y como resultado desean hacer la voluntad de Dios, y por su poder suficiente que obra en ellos llegan a ser útiles en el servicio para el que fueron ordenados por Dios. Los cristianos no son llenos del Espíritu Santo como resultado de estar activos en el servicio; la verdad es que están activos en el servicio porque están llenos del Espíritu. Asimismo, a veces es la
voluntad de Dios que toda actividad cese y que el siervo fatigado descanse. Fue Cristo quien dijo: "Venid vosotros aparte... y descansad."
C. SU MAYORDOMIA
La responsabilidad del cristiano en la mayordomía puede ser considerada bajo tres aspectos: 1) ganar dinero, 2) poseer dinero, 3) dar dinero. Puesto que el dinero obtenido por medio del trabajo es vida humana en forma concreta, y por cuanto el dinero así ganado es un factor vital en la vida espiritual y en el progreso material, el hijo de Dios debe enfrentar su responsabilidad como mayordomo que será juzgado ante el tribunal de Cristo (Ro. 14:10-12). Con demasiada frecuencia el hijo de Dios gana el dinero, lo posee o lo da sin reconocer la relación fundamental que sustenta con Dios.
1. El cristiano debe ganar el dinero de una manera que sea digna de la relación que el cristiano tiene con Dios. Como nos amonesta el mandamiento, "hacedlo todo para la gloria de Dios" (1 Co. 10:31). Ha sido ordenado divinamente que todos trabajen (Gn. 3:19; 2 Ts. 3:10), y el cristiano no ha sido exceptuado. Sin embargo, para el creyente espiritual e instruido el trabajo es más que sólo ganarse la vida; es hacer la voluntad de Dios. Todo empleo, por sencillo que sea, debe ser aceptado por el hijo de Dios coma una tarea específicamente asignada por Dios, y debe ser hecha para Él, o no hacerse.
El hecho incidental de que a Dios le haya placido dar el pan y el vestido a sus hijos par medio del trabajo cotidiano no debe oscurecer la verdad mayor de que Dios, en su infinito amor, está preocupado del cuidado de sus hijos, y esto sin referencia a su poder de ganar dinero (Fil. 4:19; He. 13:5). No es veraz el dicho: "Dios provee solamente para los que no pueden proveer para sí mismos." Él cuida de los suyos en todo tiempo, puesto que todo lo que tienen proviene de Él (1 S. 2:7).
En las relaciones entre los hombres hay que reconocer la necesidad de los contratos y salarios, porque "el obrero es digno de su salario" (Lc. 10:7); pero, en relación con su Padre, el ideal más alto del cristiano acerca de su trabajo es que, sea lo que fuere que haga, lo hace por voluntad de Dios, por amor. a Él y como expresión de su devoción a Él. Del mismo modo, lo que recibe no lo ha ganado, sino que es la expresión del cuidado amoroso del Padre. Tal actitud no es sentimental ni poca práctica; es la única
base sobre la que el creyente puede santificar todo su trabajo haciéndolo para la gloria de Dios, o puede estar en condiciones de «estar siempre gozoso» (1 Ts. 5:16) en medio de las cargas de la vida.
2. La posesión de dinero constituye una gran responsabilidad para todo cristiano sincero. En vista de la gran necesidad que se observa en todas las direcciones y del inmensurable bien que el dinero puede hacer, todo cristiano espiritual debe enfrentar la cuestión práctica relativa a la retención de sus posesiones en su poder. Sin duda, con frecuencia la voluntad de Dios es que uno conserve la propiedad; pero el cristiano rendido no da esto por concedido. Solo debe quedarse con su propiedad cuando Dios
le orienta específicamente al respecto, y debiera estar sometido a su control. Los motivos que obran sobre los hombres, ricos y pobres —el deseo de ser ricos (1 Ti. 6:8- 9, 17-18; Stg. 1:11; He. 1~:5; Fil. 4:11), el deseo de prevenir alga para el día de la necesidad (Mt. 6:25-34) y el deseo de proveer para los demás—, son dignos de elogio solo en la medida que cumplan la voluntad de Dios específicamente revelada a cada individuo.
3. El dar dinero que el cristiano ha ganado es un aspecto importante de cualquier servicio que el creyente brinda a Dios. El yo y el dinero son raíces de muchos males, y en el gasto del dinero, como en su adquisición y posesión, se espera que el cristiano esté en una relación de gracia con Dios. Esta relación supone que él primero se ha entregado a Dios can una dedicación sin restricciones (2 Co. 8:5); y una verdaderandedicación a Dios del yo incluye todo lo que uno es y tiene (1 Co. 6:20; 7:23; 1 P. 1:18- 19) —su vida, tiempo, fuerzas, capacidades, ideales y posesiones En lo referente a dar dinero, el principio de la gracia incluye el reconocimiento, por parte del creyente, de la autoridad soberana de Dios sobre todo lo que el creyente es y tiene, y contrasta con el sistema legal del Antiguo Testamento de los diezmos que estaban en vigor coma una parte de la ley hasta que la ley fue puesta a lado (Jn. 1:16-
17; Ro. 6:14; 7:1-6; 2 Co. 3:1-18; Ga. 3:19-25; 5:18; Ef. 2:15; Col. 2:14). Aunque algunos principios de la ley han seguido y se han reafirmado bajo la gracia, coma la observancia del sabbat, el diezmo no se ha impuesto sobre el creyente de ésta dispensación. Así coma el día del Señor superó al reposo legal y se ha adaptado a los principios de la gracia de una manera que el sabbat no podía, el diezmo ha sido superado par un sistema nuevo de dar que se adapta a las enseñanzas de la gracia de una manera que el diezmo no podía hacerlo.
En 2 Corintios 8:1 - 9:15 se resume lo que es el dar baja la gracia, ilustrada par la experiencia de los santos de Corinto. En este pasaje descubrimos:
a) Cristo era su ejemplo. La forma en que el Señor se dio a sí mismo (2 Co. 8:9) es el patrón de toda dádiva bajo la gracia. Él no dio una décima parte; lo dio todo.
b) Su dádiva fue de su profunda pobreza. Aquí se emplea una sorprendente combinación de frases para describir lo que los corintios experimentaron en su acción de dar (2 Co. 8:2): "en grande prueba de tribulación", la abundancia de su gozo, "su profunda pobreza", riquezas de su generosidad. Además, acerca de la liberalidad a pesar de la gran pobreza, debemos recordar que la ofrenda de la viuda (Lc. 21:1-4), que fue objeto de elogio de parte de nuestro Señor, no era una parte, sino todo lo que ella tenla.
c) La donación de ellos no fue par mandamiento ni por necesidad. Bajo la ley, el diezmo era un mandamiento y su pago era una necesidad; baja la gracia Dios no esta buscando el don, sino una expresión de devoción de parte del dador. Bajo la gracia no se impone ley alguna, y no se estipula ninguna proporción en el dar; y aunque es cierto que Dios obra en el corazón rendido así el querer coma el hacer par su buena voluntad (Fil. 2:13), Él solamente se agrada en la ofrenda dada con alegría (2 Co. 9:7).
Si existiera una ley que determinara el monto que debe darse, indudablemente habría quienes tratarían de cumplir con el pago aun contra sus propios deseos. Así la ofrenda de ellos sería hecha "con tristeza" y "por necesidad". Si se dice que para sostener la obra del evangelio debe tenerse dinero sin importar Si fue dado con alegría a can tristeza, podemos responder que lo que cumple con el propósito deseado no es la cantidad dada, sino la bendición divina sobre la ofrenda.
Cristo dio de comer a cinco mil personas con cinco panes y dos peces. Hay evidencias abundantes como para demostrar que, dondequiera que los hijos de Dios han cumplido su privilegio de dar baja la gracia, su liberalidad ha dado coma resultado tener "siempre en todas las cosas todo lo suficiente", lo que ha hecho que los creyentes abunden en buenas obras, porque Dios es poderoso para hacer qué aun la gracia de dar "abunde en cada creyente (2 Co. 9:8).
d) Los cristianos primitivos "a sí mismos" se dieron primeramente. La ofrenda aceptable es precedida de una completa entrega de si mismo (2 Co. 8:5). Esto sugiere la importante verdad de que el dar baja la gracia, al igual que el dar bajo la ley, está limitado a una cierta clase de personas. El diezmo jamás fue impuesto por Dios a otra nación fuera de Israel. Así la ofrenda cristiana está limitada a los creyentes y es más aceptable cuando es dada por creyentes que han ofrendado sus vidas al Señor.
e) Además, los cristianos de la iglesia primitiva daban sistemáticamente. Al igual que con los diezmos, se sugiere una regularidad sistemática en el dar bajo la gracia. "Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado"(1 Co. 16:2). Esta orden ha sido dirigida a "cada uno" (cada cristiano), y esto no excusa a nadie; el dar debe ser de lo que se ha apartado para ello.
f) Dios sostiene al dador. Dios sostendrá la ofrenda de gracia con sus ilimitados recursos temporales (2 Co. 9:8- 10; Lc. 6:38). En esta conexión se puede ver que los que dan tanto como la décima parte, normalmente prosperan en las cosas temporales; pero coma el creyente no puede tener relación con la ley (Ga. 5:1), es evidente que esta prosperidad es el cumplimiento de la promesa baja la gracia, y no el cumplimiento de promesas baja la ley. Así ninguna bendición es dependiente de un diezmar con exactitud.
Las bendiciones son atorgadas porque el corazón se ha expresado a través de la ofrenda. Es clara que no habrá ofrenda hecha a Dios de corazón que Él en su -gracia no reconozca. En esto no hay oportunidad para que personas astutas se hagan ricos.
La ofrenda debe ser de corazón, y la respuesta de Dios será según su perfecta voluntad hacia su hijo. Él puede responder concediendo riquezas materiales, o por medio de bendiciones temporales según Él lo estime conveniente.
g) Las verdaderas riquezas son de Dios. Los cristianos corintios fueron enriquecidos can posesiones celestiales. Se puede ser rico en posesiones de este mundo y no ser rico para con Dios (Lc. 12:21). A tales personas se extiende la invitación de que compren del Señor oro que es refinado en fuego (Ap. 3:18). Por media de la absoluta pobreza de Cristo en su muerte, todos pueden ser enriquecidos (2 Co. 8:9); Es posible ser rico en fe (Stg. 2:5) y rico en buenas abras (1 Ti. 6:18); pero en Cristo Jesús el creyente recibe las "riquezas de su gracia (Ef. 1:7) y las riquezas de su gloria" (Ef. 3:16).