La iglesia: Su culto en la oración y la acción de gracias


Como vimos en Romanos 12:1-2 y Hebreos 13:15-16, el cristiano, como sacerdote creyente, está ocupado con cuatro sacrificios: 
1) El sacrificio de su cuerpo (Ro. 12:1- 2); 
2) el sacrificio de alabanza (He. 13:15); 
3) el sacrificio de buenas obras (He. 13:16); y 
4) el sacrificio de la mayordomía o de la acción de dar presentada en la expresión «de la ayuda mutua no os olvidéis» (He. 13:16). Dios se agrada de tales sacrificios (He. 13:16). Hemos considerado ya el sacrificio de las buenas obras y la mayordomía de las posesiones temporales en el capítulo anterior, de modo que ahora consideraremos la obra del creyente sacerdote en la oración y la alabanza a Dios que
forman la parte esencial de la adoración.
En la edad presente la adoración no es cuestión de forma o circunstancias, sino en las palabras de Cristo a la samaritana: «Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren» (Jn. 4:24). En consecuencia, la adoración no está confinada a servicios sagrados en grandes catedrales; es la adoración del corazón del cristiano al expresar la alabanza y la intercesión ante su Padre Celestial en el nombre de Cristo. La oración y la alabanza son los principales elementos de la adoración y son actos de comunión directa de los hombres con Dios. El estudio de la doctrina de la oración y la alabanza en el Antiguo y el Nuevo Testamentos muestra que hay una revelación progresiva y un privilegio creciente.
A. LA ORACION ANTES DE LA PRIMERA VENIDA DE CRISTO
Aunque la oración personal y privada ha sido una práctica de los hombres piadosos a través de todas las edades, es evidente que la oración, en lo principal, era ofrecida por el patriarca en favor de su casa (Job 1:5) y, en el período que se extiende desde Moisés hasta Cristo, era ofrecida por los sacerdotes y gobernantes en favor de su pueblo. A través de todos los siglos comprendidos en este período la base de la oración consistía en invocar los pactos de Jehová (1 R. 8:22-26; Neh. 9:32; Dn. 9:4) y su santo carácter (Gn. 18:25; Ex. 32:11-14), y debía ser después de derramar la sangre del sacrificio (He. 9:7).
B. LA ORACION EN LA EXPECTACION DEL REINO
La pretensión mesiánica de Cristo y el reinado de su parte fue rechazado por la nación de Israel; pero durante los primeros días de su predicación, y cuando el reino era ofrecido a Israel, enseñó a sus discípulos a orar por el reino que se iba a establecer en la tierra.
La conocida oración el Padrenuestro aparece en Mateo 6:9-13 e incluye la petición «venga tu reino» (Mt. 6:10). Esta oración tiene primariamente en vista la realización del reinado sobre la tierra en el milenio cuando Cristo reine como supremo soberano sobre la tierra. La doxología contenida en Mateo 6:13 concluye: «porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén». Esta doxología no se encuentra en muchos manuscritos antiguos del Evangelio de Mateo y se omite en el relato paralelo de Lucas 11:2-4. Muchos creen que fue añadida por los copistas de las Escrituras como una forma adecuada de concluir la oración. Sea que haya formadoparte de Mateo originalmente o no, es un hecho que hace una afirmación correcta respecto de la doctrina del reino futuro.
Debido a que el Padrenuestro incluye además otros asuntos adecuados para todas las edades y circunstancias, tales corno la adoración del Padre, la petición del pan cotidiano y la liberación de la tentación, a menudo se ha tomado como una oración modelo. Sin embargo, es dudoso que ésa hay sido la intención de Cristo. La verdadera oración del Señor se encuentra en Juan 17, donde nuestro Señor intercedió p su iglesia en pleno reconocimiento del propósito de Di para su iglesia en la era actual.
Algunos han sostenido que el Padrenuestro se usa impropiamente en esta era, y, sin embargo, por sus muchas características que le hacen apto para todo tiempo, y su sencillez se ha hecho muy querido para muchos creyentes; aún más no es impropio que los que viven actualmente anhelen c oración la venida del reino milenial. Sinembargo, debe entenderse claramente que este reino no vendrá por esfuerzo humano antes de la segunda venida de Cristo, como algunos han enseñado, sino que espera el glorioso regreso de Cristo, que por su poder establecerá su reino sobre la tierra.
C. LA ORACION DE CRISTO
En Juan 17 se presenta la verdadera oración del Señor revela una libertad hasta lo sumo en la comunión entre Padre y el Hijo. En este capítulo Cristo ejerce su oficio de Sumo Sacerdote, y el tema de su oración es la necesidad de los creyentes sobre la tierra en la edad futura que vendría después de Pentecostés.
Mientras estuvo sobre la tierra antes de su muerte, Cristo pasó largo tiempo en oración (Mt. 14:23), aun toda la noche (Lc. 6:12), y es probable que la forma de su oración era 1a misma comunión familiar con Su Padre que se encuentra en Juan 17. La oración de Cristo no parece depender de las promesas o pactos, sino más bien descansa en su propia persona y en la obra sacerdotal del sacrificio. La oración d Cristo, especialmente en Juan 17, es, en consecuencia, un revelación de la obra intercesora de Cristo a la diestra d Dios Padre y que prosigue a través de toda la dispensación actual.
D. LA ORACION BAJO LA RELACION DE LA GRACJA
La oración no es igual a través de todas las edades, sino que, como todas las demás responsabilidades humanas, se adapta a las diversas dispensaciones. Con el gran avance de la revelación proporcionada por el Nuevo Testamento, la oración adquiere el nuevo estado de oración en el nombre de Cristo en la revelación plena de su sacrificio sobre la cruz.
Entre los siete rasgos sobresalientes de la vida del creyente bajo la gracia con Cristo mencionados en el aposento alto y en Getsemaní (Jn. 13:1 - 17:26) se incluye la oración. La enseñanza de Cristo sobre el tema vital de la oración se da en tres pasajes (Jn. 14:12-14; 15:7; 16:23-24). Según esta palabra de Cristo, la posibilidad presente de la oración bajo la gracia se eleva por sobre las limitaciones terrenales en la esfera de las relaciones infinitas que obtiene en la nueva creación. Esta forma de oración puede considerarse bajo cuatro aspectos.
1. La función de la oración incluye no solamente la alabanza sino la presentación de las necesidades del creyente en la presencia del Señor, y la intercesión por los demás.
El racionalismo enseña que la oración es irrazonable porque un Dios omnisciente sabría mejor que el hombre que ora aquello que éste necesita. Sin embargo, Dios, en su soberanía, ordenó la oración como el medio para el cumplimiento de su voluntad en el mundo y ha instruido a los que creen en Él para que presenten sus peticiones. La importancia de la oración se revela en Juan 14:13-14, donde Cristo prometió hacer todo lo que le pidiésemos en su nombre. Consecuentemente, Dios ha elevado la importancia de la oración al punto de que en gran parte Dios ha condicionado su acción a la oración fiel del creyente.
Esta responsabilidad es cosa establecida. Ya no es cuestión de racionalidad; es cuestión de ajuste. Es probable que no podamos comprender todo lo que hay detrás de ello, pero sabemos que en el ministerio de la oración el hijo de Dios es introducido en una asociación vital con la obra de Dios en una manera que de otro modo no podría participar. Pon cuanto el cristiano puede participar en la gloria que sigue, se le da la oportunidad de participar en el logro de ella. Esta responsabilidad en asociación no es extendida al creyente como una concesión especial; es la función normal de un persona por la cual ha sido derramada la sangre expiatoria (He. 10:19-20), y que ha sido vitalmente unido con Cristo en la nueva. Creación. No es irracional que una persona que e parte viva de Cristo (Ef. 5:30) tenga parte en su servicio en su gloria.
Cabe destacar que, en conexión con el anuncio del nuevo oficio de la oración como una sociedad en la ejecución dE plan, es que Cristo afirmó: «las obras que yo hago, él la hará también, y aun mayores las hará» (Jn. 14:12), frase que es inmediatamente seguida por la segura afirmación de que solo Él emprende la tarea de responder a este ministerio de oración. Tan vital es esta unión del esfuerzo entre la oración y lo que Dios obrará en su respuesta que se dice que el creyente es el que hace las obras mayores.
2. El privilegio de orar en el nombre del Señor Jesús que bajo la gracia se extiende a todo hijo de Dios, da a la oración una característica que la eleva a un grado infinito que la eleva por sobre toda otra forma de oración que haya existido en el pasado o exista en el futuro. Asimismo, la forma presente de la oración supera todos los privilegios precedentes; porque cuando Cristo dijo: «Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre» (Jn. 16:24), y así desechó toda otra base de oración que había existido.
Podemos estar seguros de que el nombre del Señor Jesúscristo atrae la atención del Padre y que el Padre no solo oirá cuando se usa ese nombre, sino que se sentirá inclinado hacer lo que se le pida por amor de su amado Hijo. El nombre de Cristo es equivalente a la persona de Cristo, y el nombre no se da a los creyentes para ser usado como un conjuro. La oración en el nombre de Cristo comprende el reconocimiento de sí como una parte viva de Cristo en la nueva creación y, por lo tanto, limita los temas de oración a aquellos proyectos que están en línea directa con los propósitos y la gloria de Cristo. Es hacer una oración que Cristo podría pronunciar. 
Puesto que orar en el nombre de Cristo es como poner la firma de Cristo a nuestra petición, es razonable que la oración tenga esa limitación.
Habiendo señalado que a veces la pobreza espiritual si se debe al hecho de que nosotros no pedimos, Santiago sigue diciendo que «pedís y no recibís, porque pedís mal, gastar en vuestros deleites» (Stg, 4:2-3). Así la oración puede llegar a ser, o una atracción para obtener las cosas del yo, o una forma de lograr las cosas de Cristo. El creyente, habiendo sido salvado del yo y estando vitalmente unido con Cristo (2 Co. 5:17-18; Cal. 3:3), ya no está preocupado del yo. Esto no es decir que se abandonan los mejores intereses del creyente; es afirmar que ahora se consideran estos intereses como que pertenecen a la nueva esfera en que Cristo es todo en todos. Estando en Cristo, es normal que nosotros oremos en su nombre y es anormal orar solo por los deseos del yo que nada tienen que ver con la gloria de Cristo.
Puesto que la oración solo es posible sobre la base de la sangre derramada y en virtud de la unión vital del creyente con Cristo, la oración de los inconversos no puede ser aceptada por Dios.
3. El alcance de la oración bajo la gracia se afirma en la frase "todo lo que", pero no sin que haya limitaciones razonables. Es todo lo que pidiereis en mi nombre, según el propósito y la gloria de Cristo. Antes que sea posible ofrecer la verdadera oración, el corazón debe conformarse a la mente de Cristo. "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecéis en vosotros, pedid todo lo que queréis (Jn. 15:7); esto es verdadero; porque bajo este ajuste de corazón el hijo de Dios pedirá solamente las cosas que están dentro de la esfera de la voluntad de Dios.
Bajo la gracia, hay perfecta libertad de acción para aquel en quien Dios está obrando así el querer como el hacer, por su buena voluntad (Fil. 2:13). Asimismo, hay una libertad de petición ilimitada para el que ora dentro de la voluntad de Dios. Al creyente que está lleno del Espíritu Santo se le dice «De igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad pues qué hemos de pedir corno conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los. Santos» (Ro. 8:26-27). La perspectiva de la oración bajo la gracia no es estrecha; es tan infinita como los intereses eternos de aquel en cuyo nombre tenemos el privilegio de orar.
4. Todo creyente fiel debiera prestar cuidadosa atención a la práctica de la oración. Es altamente importante que los creyentes observen un horario regular de oración.
Debieran evitar todo uso irreverente de la oración o las repeticiones inútiles que caracterizan al mundo pagano, y debieran seguir el orden divino prescrito para la oración bajo la gracia. Esto se afirma en las siguientes palabras: «En aquel día no me preguntaréis nada. De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre os lo dará» (Jn. 16:23), y la oración será hecha en el Espíritu (Jud. 20).
Este orden no ha sido impuesto en forma arbitraria. Sin embargo, dirigir la oración a Cristo es abandonar su mediación orando a Él, en lugar de orar por medio de Él, sacrificando, por lo tanto, el rasgo más vital de la oración baja la gracia: la oración en su nombre. Dirigir la oración al Espíritu de Dios es orar al Espíritu, en lugar de orar por él, y ello implica que hasta ese punto estamos dependiendo de nuestra propia suficiencia.
Entonces podría concluirse que, bajo la gracia, la oración debe ser dirigida al Padre en el nombre del Hijo y en el poder del Espíritu Santo.
E. LA ORACION DE ACCION DE GRACIAS
La verdadera acción de gracias es la expresión voluntaria de una gratitud de corazón por los beneficios recibidos. Su efectividad depende de la sinceridad, así como su intensidad depende del valor que se le dé a los beneficios recibidos (2 Co. 9:11). La acción de gracias es algo completamente personal. Hay obligaciones que nos corresponden a nosotros y que podrían asumirlas otras personas, pero nadie puede
ofrecer palabras de acción de gracias en lugar nuestro (Lv. 22:29).
La acción de gracias no es de ningún modo un pago por el beneficio recibido; más bien es reconocer con gratitud el hecho de que el que ha recibido el beneficio está endeudado con el dador. Puesto que no hay pago que pueda hacerse a Dios por sus beneficios incontables e inmensurables, a través de las Escrituras se sostiene la obligación de ser agradecidos a Dios, y toda acción de gracias está estrechamente relacionada con la adoración y la alabanza.
Bajo el antiguo orden las relaciones espirituales de Dios se expresaban de una manera material. Entre éstas se hizo provisión para la ofrenda, sacrificio de acción de gracias (Lv. 7:12, 13, 15; Sal. 107:22; 116:17). En forma similar, en esta era es un privilegio del creyente hacer ofrendas y sacrificios de acción de gracias a Dios. Sin embargo, si mientras se ofrece la donación de acción de gracias el motivo incluye un pensamiento de compensación, se destruye el valor esencial de la acción de gracias.
El tema de la oración se menciona muchas veces en el Antiguo Testamento y frecuentemente en los Salmos. En el Antiguo Testamento se da dirección explicita para las ofrendas de acción de gracias (Lv. 7:12-15), y la alabanza y la acción de gracias fueron especialmente enfatizadas en el avivamiento que hubo bajo la dirección de Nehemías (Neh. 12:24-40). Del mismo modo, el mensaje profético del Antiguo Testamento anuncia las acciones de gracias como uno de los rasgos especiales de la adoración en el reino venidero (Is. 51:3; Jer. 30:19). Del mismo modo, hay incesantes acciones de gracia en los cielos (Ap. 4:9; 7:12; 11:17).
Una característica importante de la acción de gracias en el Antiguo Testamento es la apreciación de la persona de Dios sin consideración de los beneficios recibidos de Él (Sal. 30:4; 95:2; 97:12; 100:1-5; 119:62). Aunque ha sido constantemente descuidado, el tema de la acción de gracias es importantísimo y ese tipo de alabanza es razonable y adecuado. Bueno es alabarte, oh Jehová (Sal. 92:1).
En el Nuevo Testamento el tema de la acción de gracias se menciona unas cuarenta y cinco veces, y esta forma de alabanza se ofrece por las bendiciones temporales y por las espirituales. La infaltable práctica de Cristo de dar gracias por los alimentos (Mt. 15:36; 26:27; Mr. 8:6; 14:23; Lc. 22:17, 19; Jn. 6:23; 1 Co. 11:24) debiera ser un ejemplo efectivo para todos los creyentes. El apóstol Pablo también fue fiel en este sentido (Hch. 27:35; Ro. 14:6; 1 Ti. 4:3-4).
La acción de gracias de parte del apóstol Pablo es digna de atención. Él usa la frase «Gracias a Dios» en relación con Cristo el «don inefable» (2 Co. 9:15), tocante a la victoria obtenida sobre el sepulcro y que fue asegurada por medio de la resurrección (1 Co. 15:57), y en conexión con el triunfo presente que es nuestro por medio de Cristo (2 Co. 2:14). Su acción de gracias a Dios por los creyentes (1 Ts. 1:2; 3:9), por Tito en particular (2 Co. 8:16), y su exhortación en el sentido de que se den acciones de gracias por todos los hombres (1 Ti. 2:1) son igualmente lecciones objetivas para todos los hijos de Dios.
Cabe destacar dos importantes características de la acción de gracias según el Nuevo Testamento.
1. La acción de gracias debe ser incesante. Par cuanto la adorable persona de Dios no cambia y sus beneficios nunca cesan, y puesto que la abundante gracia de Dios redundará para gloria de Dios por la acción de gracias de muchos (2 Co. 4:15), es razonable que las acciones de gracias sean dadas a Él sin cesar. De esta forma de alabanza leemos: «Ofrezcamos siempre a Dios, por medio de Él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre» (He. 13:15; compárese con Ef. 1:16; 5:20; Cal. 1:3; 4:2). Esta característica de la acción de gracias también se enfatiza en el Antiguo Testamento (Sal. 30:12; 79:13; 107:22; 116:17).
2. Las acciones de gracias deben ser ofrecidas por todo como se dice en Efesios 5:20: «Dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.» Un mandamiento similar se encuentra en 1 Tesalonicenses 5:18: «Dad Jesús» (cf. con Fil. 4:6; Cal. 2:7; 3:17).
Hay mucha distancia entre dar gracias siempre por todo y el dar gracias algunas veces y por algunas cosas. Sin embargo, habiendo aceptado que a los que aman a Dios todas las cosas ayudan a bien, es correcto que se dé gracias a Dios por todas las cosas. Esta alabanza, que honra a Dios, puede ser ofrecida solamente por los que son salvos y que están llenos del Espíritu (Ef. 5:18-20). Dani
gracias en todo, porque ésta es la voluntad de Dios para con vosotras en Cristoel dio gracias a Dios enfrente de la sentencia de muerte (Dn. 6:10), y Jonás dio gracias a Dios desde el vientre del gran pez y desde las profundidades del mar (Jon. 2:9).
El abundante pecado de la ingratitud hacia Dios se ve ilustrado por uno de los sucesos registrado en la vida de Jesús. Cristo limpió a diez leprosos, pero solamente uno volvió para dar gracias, y éste era samaritano (Lc. 17:11- 19). Aquí debemos notar que la ingratitud es un pecado, y se incluye como uno de las pecados de las últimos días (2 Ti. 3:2).
Es probable que haya sincera gratitud de parte de muchos inconversos que tratan de ser agradecidos a Dios por los beneficios temporales; pero fallan lamentablemente al no apreciar el don de su Hijo, lo que los convierte en personas muy ingratas ante la vista de Dios.
En los Estados Unidos se estableció un día llamado de Acción de Gracias. Fue establecido por creyentes y para los creyentes reconociendo que el pecador que rechaza a Cristo no puede ofrecer una acción de gracias aceptable a Dios