Se indica que hay tres Personas en la Trinidad -el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y que ellas son un solo Dios. La Primera Persona es designada como el Padre. Por lo tanto, el Padre no es la Trinidad, el Hijo no es la Trinidad y el Espíritu tampoco es la Trinidad. La Trinidad incluye las tres Personas. Aunque la doctrina del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo está presentada en el Antiguo Testamento y estos términos se dan a las Personas de la Trinidad, el Nuevo Testamento define y revela la doctrina total. Y en esta revelación neotestamentaria el Padre aparece eligiendo, amando y dando; el Hijo se revela sufriendo, redimiendo y sustentando; mientras que el Espíritu se manifiesta regenerando, impartiendo poder y santificando. La revelación del Nuevo Testamento se centraliza en revelar a Jesucristo, pero a la vez, presentando a Cristo como el Hijo de Dios, la verdad de Dios el Padre es de esta manera revelada. Dado el orden irreversible del Padre mandando y comisionando al Hijo, y el Hijo mandando y comisionando al Espíritu Santo, el Padre se designa correctamente en teología como la Primera Persona sin rebajar en ninguna manera la inefable deidad de la Segunda o la Tercera Persona.
En la revelación concerniente a la paternidad de Dios pueden observarse cuatro aspectos diferentes:
1) Dios como el Padre de toda la creación
2) Dios el Padre por relación íntima;
3) Dios como el Padre de nuestro Señor Jesucristo, y
4) Dios como el Padre de todos los que creen en Jesucristo como Salvador y Señor.
B. LA PATERNIDAD SOBRE LA CREACION
Aunque las tres Personas participaron en la creación y sostenimiento del universo físico y de las criaturas que existen en él, la Primera Persona, o sea Dios el Padre, en una manera especial es el Padre de toda la creación. De acuerdo a Efesios 3:14-15, Pablo escribe: «Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra.» Aquí toda la familia de criaturas morales, incluyendo ángeles y hombres, son declaradas para constituir una familia de la cual Dios es el Padre. De una manera similar, en Hebreos 12:9 la Primera Persona es nombrada como «el Padre de los espíritus», lo que parece otra vez incluir todos los seres morales tales como ángeles y hombres.
De acuerdo a Santiago 1:17, la Primera Persona es el «Padre de las luces», una expresión peculiar que parece indicar que Él es el originador de toda luz espiritual. En Job 38:7 los ángeles se describen como hijos de Dios (Job 1:6; 2:1). A Adán se le refiere como de Dios por creación en Lucas 3:38, por implicación, un hijo de Dios. Malaquías 2:10 hace la pregunta: « ¿No tenemos todos un mismo Padre? ¿No nos ha creado un mismo Dios?» Pablo, dirigiéndose a los atenienses en la colina de Marte, lo incluyó en este argumento: «Siendo, pues, linaje de Dios» (Hch. 17:29). En 1 Corintios 8:6 se hace la declaración: «Para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas.»
En las bases de estos textos hay suficiente campo para concluir que la Primera Persona de la Trinidad, como el Creador, es el Padre de toda la creación, y que todas las criaturas que tienen vida física deben su origen a Él. Solamente en este sentido es correcto referirse a la paternidad universal de Dios. Todas las criaturas participan en este sentido en la hermandad universal de la creación. Esto no justifica, sin embargo, el mal uso de esta doctrina por los teólogos liberales para enseñar la salvación
universal, o que cada hombre tiene a Dios como su Padre en un sentido espiritual.
C. LA PATERNIDAD POR UNA ÍNTIMA RELACION
El concepto y relación del padre y el hijo se usan en el Antiguo Testamento en muchas instancias para relacionar a Dios con Israel. De acuerdo a Éxodo 4:22, Moisés instruyó al Faraón: «Jehová ha dicho así: Israel es mi hijo, mi primogénito.» Esto era más que ser meramente su Creador y era menos que decir que ellos eran regenerados, pues no todo Israel tenía vida espiritual. Afirma una relación especial de cuidado divino y solicitud para con Israel similar a la de un padre hacia un hijo.
Prediciendo el favor especial sobre la casa de David, Dios reveló a David que su relación hacia Salomón sería como de un padre hacia un hijo. El dijo a David: «Yo le seré a él padre, y él me será a mi hijo» (2 S.7:14). En general, Dios declara que su cuidado como un Padre será sobre todos quienes confían en El como su Dios. De acuerdo al Salmo 103:13, la declaración se hace: «Como el padre se compadece de sus hijos, se compadece Jehová de los que le temen.»
D. EL PADRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
La revelación más importante y extensa con respecto a la paternidad de Dios se relaciona con la vinculación de la Primera Persona a la Segunda Persona. La Primera Persona se describe como «el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo» (Ef. 1:3). La revelación teológica más comprensiva del Nuevo Testamento es que Dios el Padre, la Primera Persona, es el Padre del Señor Jesucristo, la Segunda Persona.
El hecho de que Jesucristo en el Nuevo Testamento se refiere frecuentemente como el Hijo de Dios, y que los atributos y obras de Dios le son constantemente asignados, constituye de una vez la prueba de la deidad de Jesucristo y la doctrina de la Trinidad como un todo, con Cristo como la Segunda Persona en relación a la Primera Persona, como un hijo está relacionado a un padre.
Los teólogos, desde el siglo l han luchado con una definición precisa de cómo Dios es el Padre de la Segunda Persona. Obviamente los términos «padre» e «hijo» son usados de parte de Dios para describir la íntima relación de la Primera y Segunda Persona, sin cumplir necesariamente todos los aspectos que serían verdaderos en una relación humana de padre e hijo. Esto es especialmente evidente en el hecho de que ambos el Padre y el Hijo- son eternos. El error de Arrio en el siglo IV, que el Hijo fue el primero
de todos los seres creados, fue denunciado por la Iglesia temprana como una herejía, en vista del hecho de que la Segunda Persona es tan eterna como la Primera Persona.
Algunos teólogos, mientras que afirmaban la preexistencia de la Segunda Persona, han intentado empezar el papel de la Segunda Persona como un Hijo en algún tiempo en la creación, en la Encarnación, o en algún punto subsiguiente de especial reconocimiento hacia la Segunda Persona, como su bautismo, su muerte, su resurrección o su ascensión. Todos estos puntos de vista, sin embargo, son falsos, ya que la Escritura parece indicar que la Segunda Persona ha sido un Hijo en relación a la Primera Persona desde toda la eternidad.
La relación de Padre e Hijo, por lo tanto, se refiere a la deidad y unidad de la Santa Trinidad desde toda la eternidad, en contraste a la Encarnación, en la cual el Padre estaba relacionado a la humanidad de Cristo, la cual empezó en un tiempo. Dentro de la ortodoxia, y en conformidad a ella, las palabras del Credo de Nicena (325 d.C.) en respuesta a la herejía arriana del siglo IV- declaran: «el Unigénito Hijo de Dios, engendrado del Padre antes que todos los mundos; Dios de dioses, Luz de luz, Dios absoluto, engendrado, no hecho, siendo de una sustancia con el Padre. En igual manera, el Credo de Atanasio declara: «El Hijo es del Padre solamente; no hecho ni creado, sino engendrado... desde la eternidad de la sustancia del Padre.»
Usando los términos Padre e Hijo para describir la Primera y Segunda Personas, los términos son elevados a su más alto nivel, indicando unidad de vida, unidad de carácter y atributos, y aun una relación en la cual el Padre pudiera dar y enviar al Hijo, aun cuando esto se relaciona esencialmente con la obediencia del Hijo muriendo en la cruz. La obediencia de Cristo está basada sobre su calidad de Hijo, no en ninguna desigualdad con Dios el Padre en la unidad de la Trinidad.
Mientras que la relación entre la Primera y la Segunda Personas de la Trinidad es en realidad como la de un padre con su hijo y la de un hijo con su padre (2 Co. 1:3; Gá. 4:4; He. 1:2), el hecho en sí de esta relación ilustra una verdad vital que para hacerse accesible a nosotros condesciende a expresarse en la forma de pensamiento que corresponde a una mente finita.
Aunque brevemente mencionada en el Antiguo Testamento (Sal. 2:7; Is. 7:14; 9:6-7), es una de las enseñanzas más amplias del Nuevo Testamento, como puede verse en los puntos que señalamos a continuación:
1. Se declara que el Hijo de Dios ha sido engendrado por el Padre (Sal. 2:7; Jn. 1:14, 18; 3:16, 18; 1 Jn. 4:9).
2. El Padre reconoce como su Hijo al Señor Jesucristo (Mt. 3:17; 17:5; Lc. 9:35).
3. El Señor Jesucristo reconoce a la Primera Persona de la Trinidad como su Padre (Mt. 11:27; 26:63-64; Lc. 22:29; Jn. 8:16-29, 33-44; 17:1).
4. Los hombres reconocen que Dios el Padre es el Padre del Señor Jesucristo (Mt.
16:16; Mr. 15:39; Jn. 1:34, 49; Hch. 3:13).
5. El Hijo manifiesta su reconocimiento del Padre sometiéndose a El (Jn. 8:29, 49).
6. Aun los demonios reconocen la relación que existe entre el Padre y el Hijo (Mt. 8:29).
En contraste al concepto de Dios el Padre como el Creador, el cual se extiende a todas las criaturas, está la verdad de que Dios es el Padre, en una manera especial, de aquellos que creen en Cristo y han recibido la vida eterna.
El hecho de que Dios es el Padre de toda la creación no asegura la salvación de todos los hombres ni tampoco les da a todos vida eterna. La Escritura declara que hay salvación sólo para aquellos que han recibido a Cristo por la fe como su Salvador. La afirmación de que Dios el Padre es el Padre de toda la Humanidad, y que hay, por lo tanto, una hermandad universal entre los hombres, no significa que todos son salvos e irán al cielo. La Escritura enseña, en lugar de lo anterior, que sólo aquellos quienes creen en Cristo para salvación son hijos de Dios en un sentido espiritual. Esto no es en el terreno de su nacimiento natural dentro de la raza humana, ni en el terreno en el cual Dios es su Creador, sino más bien está basado sobre su nacimiento segundo, o espiritual, nacimiento dentro de la familia de Dios (Jn. 1:12; Gá. 3:26; Ef. 2:19; 3:15; 5:1).
Por medio de la obra de regeneración que efectúa el Espíritu Santo, el creyente es hecho un hijo legítimo de Dios. Y siendo Dios su Padre en verdad, el redimido es impulsado por el Espíritu a exclamar: «Abba, Padre.» Por haber nacido de Dios, es ya un participante de la naturaleza divina y, sobre la base de ese nacimiento, ha llegado a ser un heredero de Dios y coheredero con Cristo (Jn. 1:12-13; 3:3-6, Ro. 8:16-17; Tit. 3:4-7; 1 P. 1:4). El acto de impartir la naturaleza divina es una operación tan profunda efectuada en el creyente; que nunca se dice que la naturaleza así impartida pueda removerse por alguna causa. Al llegar a la consideración de lo que las Escrituras enseñan tocante al poder y autoridad de Satanás en la actualidad, se darán más pruebas de que todos los hombres no son, por su nacimiento natural, hijos de Dios. Sobre este particular tenemos la evidencia de las más claras y directas enseñanzas del Señor Jesucristo. Refiriéndose a los que persisten en su incredulidad, El dice: «Vosotros sois de vuestro padre el diablo» (Jn. 8:44). Y de manera semejante se expresa cuando, al describir a los no regenerados, dice: «La cizaña son los hijos del malo» (Mt. 13:38). El apóstol Pablo dice que los no salvos son «hijos de desobediencia» e «hijos de ira» (Ef. 2:2-3).
Debe siempre recalcarse que ningún ser humano puede por su propia fuerza convertirse en un hijo de Dios. Esta es una transformación que sólo Dios es capaz de hacer, y El la efectúa únicamente a base de la sola condición que El mismo ha establecido, es decir, que Cristo sea creído y recibido en su carácter de único y suficiente Salvador (Jn. 1:12).
La paternidad de Dios es una doctrina importante del Nuevo Testamento (Jn. 20:17; 1 Co. 15:24; Ef. 1:3; 2:18; 4:6; Col. 1:12-13; 1 P. 1:3; 1 Jn. 1:3; 2:1, 22; 3:1). La seguridad del amor y el cuidado de nuestro Padre Celestial son un gran consuelo para los cristianos y un estímulo a la fe y la oración.