Cuando Jacob se dirigía a la tierra
de Canaán vio ante él en el camino unos ángeles de Dios que le dieron buenas
referencias de su futuro; al sitio en que aparecieron lo llamó Campamento de
Dios. Deseando saber cuáles eran las intenciones que tenía su hermano a su
respecto, envió mensajeros para que lo averiguaran con exactitud, temiendo que
subsistiera la antigua enemistad. Les encargó que dijeran a Esaú que Jacob no
había creído conveniente vivir con él cuando estaba enojado y por eso se había
ido de la región, pero que ahora, suponiendo que el tiempo transcurrido había
modificado las cosas, volvía a su hogar trayendo consigo a sus esposas y sus
hijos y los bienes que había adquirido. Se entregaba en sus manos, con todo lo
que era más caro para él. Su mayor placer sería compartir con su hermano todo
lo que Dios le había dado.
Los mensajeros transmitieron el mensaje y Esaú, muy contento, le salió
al encuentro con cuatrocientos hombres. Cuando Jacob supo que se aproximaba con
tanta gente armada, tuvo miedo. Se encomendó a Dios y arbitró los recursos
necesarios para salvarse él y los suyos si los atacaban violentamente. Dividió
a su comitiva en dos partes; envió la primera delante y ordenó a la otra que lo
siguiera muy de cerca. De tal modo si el enemigo dominaba a la primera se
refugiaría en la segunda. Hecho esto envió presentes a su hermano, consistentes
en animales de carga y numerosos cuadrúpedos de todas clases que serían muy
estimados por sus destinatarios debido a su rareza. Los envió separados por
ciertos intervalos entre sí, para que fueran llegando continuamente y parecieran
más numerosos. Esperaba aplacar la cólera de Esaú con los presentes, si aún
estaba irritado. Dio asimismo instrucciones a los mensajeros de que le hablaran
en términos amables.
Hechos todos estos preparativos de
día, Jacob se puso en marcha de noche con su comitiva. Después de cruzar el río
Jaboc, Jacob quedó rezagado. Tropezó con un espectro que lo provocó, luchó con
él y lo venció. El espectro alzó la voz y habló, diciéndole que se alegrara por
lo que le había sucedido porque no era una victoria fácil la que había
obtenido: había vencido a un ángel divino y debía considerar la victoria como
un presagio de la gran felicidad que le esperaba. Su descendencia jamás
fracasaría y nadie sería bastante fuerte para vencerla. Le ordenó además que en
lo sucesivo se llamara Israel, palabra que en hebreo significa "el que
luchó con el ángel divino".
Estas promesas fueron formuladas a ruego de Jacob, que cuando supo que
era un ángel de Dios le pidió que le aclarara su futuro. Pronunciadas sus
palabras el espectro desapareció. Jacob quedó complacido por todo lo ocurrido y
llamó a aquel sitio Fa-nuel, que
significa "el rostro
de Dios". Como
de la lucha le quedara dolorido el nervio ancho, se abstuvo después de
comer ese nervio. Y por eso nosotros no lo comemos hoy en día.
Cuando
Jacob supo que su hermano estaba cerca envió delante a sus mujeres, cada cual
con su criada, para que vieran de lejos la pelea de los hombres, si éste era el
designio de Esaú. Luego se dirigió a su hermano Esaú y le hizo una reverencia.
Esaú, que no abrigaba malas intenciones, le devolvió el saludo, y le preguntó
quiénes eran esas mujeres y esos niños. Cuando averiguó lo que deseaba saber,
le pidió que fueran con él a la casa de su padre. Pero Jacob se excusó
pretextando que los animales estaban cansados, y Esaú se volvió a Saira, que
así se llamaba el lugar donde vivía. Le había puesto ese nombre,
"hirsuto", por su hirsuta cabellera.
