El sueño de Jacob. Raquel. Jacob huye a la Mesopotamia

Jacob fué enviado a la Mesopotamia por su madre para que se casara con la hija de su hermano Labán, matrimonio autorizado por Isaac en atención a los deseos de su esposa. Viajó por las tierras de Canaán y como odiaba a sus habitantes no se alojó en la casa de ninguno de ellos; antes bien se tendió al aire libre apoyando la cabeza en un montón de piedras reunidas. Vio entonces en sueños una escalera que iba de la tierra al cielo, y personas que descendían de la escalera y que parecían superiores a los seres humanos. Finalmente, apareció Dios mismo sobre ella, claramente visible. Y llamándolo por su nombre le habló de esta manera:
 —Jacob, no es propio que tú, hijo de un buen padre y nieto de un abuelo que ganó reputación por sus grandes virtudes, te desalientes por tu actual situación; debes esperar tiempos mejores, porque con mi ayuda tendrás todas las cosas buenas en abundancia; yo traje a Abram hasta aquí desde la Mesopotamia, cuando fué desterrado por sus parientes, e hice de tu padre un hombre feliz. No menor será la felicidad que te concederé a ti. Levanta el ánimo y prosigue este viaje con mi guía, porque el matrimonio que buscas con tanto empeño será consumado. Y tendrás buenos hijos cuyos descendientes serán multitudes innumerables; y dejarán lo que tengan a una posteridad más numerosa aún, y a ellos y su posteridad les doy el domino de esta tierra, y su posteridad llenará toda la tierra y el mar que ilumina el sol. No temas ningún peligro, ni al trabajo que deberás cumplir; yo velaré ahora por lo que debes hacer, y mucho más en lo futuro.

 Estas fueron las predicciones que Dios hizo a Jacob, quien se alegró de lo que había visto y oído y echó aceite en las piedras, porque en ellas le habían sido hechas las predicciones de tantos grandes favores. Hizo, además, el voto de que ofrecería un sacrificio sobre ellas, si vivía y volvía sano y salvo; y en tal caso daría a Dios el diezmo de lo que hubiese adquirido. Consideró también que aquél era un lugar de honor, y lo llamó Bezel, lo que en la lengua de los griegos significa casa de Dios.

 Prosiguió viaje hacia la Mesopotamia y llegó finalmente a Carra. Se encontró en los suburbios con pastores, adolescentes y muchachas, sentados junto a un pozo, y se quedó con ellos como si desease tomar agua. Comenzó a hablar con ellos y les preguntó si conocían a un tal Labán y si aún vivía. Todos respondieron que lo conocían (porque no era una persona sin importancia para que hubiese alguno que lo ignorara), y que su hija solía pacer con ellos el rebaño de su padre. Y se extrañaron de que aún no hubiese llegado.
   —Por su intermedio —dijeron— podrás averiguar mayores detalles sobre su familia.
Cuando decían esto llegó la doncella con otros pastores. Le señalaron a Jacob diciéndole que era un forastero que preguntaba por su padre. Contenta como una criatura por la llegada de Jacob, le preguntó quién era, de dónde venía y qué le hacía falta. Y le dijo que ojalá pudieran darle todo lo que necesitaba.

 Jacob quedó cautivado no tanto por la comprobación de su parentesco ni por la benevolencia con que lo recibía, como por el sentimiento de amor que le provocó la doncella y la sorpresa que experimentó ante su belleza, tan deslumbrante que pocas mujeres de su edad podían ostentar. Y dijo: —Si tú eres la hija de Labán, existe un parentesco anterior a tu nacimiento y al mío. Abram fué hijo de Tare, como Aran y Nacor. Tu abuelo Batuel fué hijo de Nacor. Mi padre, Isaac, de Abram y Sara, hija de Aran. Pero hay otro lazo de parentesco más próximo  entre nosotros  dos,  porque mi madre,  Rebeca, es hermana de tu padre Labán, de padre y madre. Luego tú y yo somos primos hermanos. Vine ahora a saludaros y a renovar nuestra relación.
   Ante estos recuerdos la doncella (como suelen hacer las adolescentes), se echó a llorar y abrazó a Jacob, porque había oído hablar a su padre de Rebeca y sabía que sus padres la apreciaban. Lo abrazó y le dijo que su llegada sería un gran placer para su padre y para toda su familia, los que siempre hablaban de su madre y la recordaban mucho. Luego le rogó que fuera a ver a su padre; ella lo conduciría, porque no era justo privarlo más tiempo de ese gran placer.

 Dicho esto lo llevó a presencia de Labán. Recibido por su tío, se sintió seguro y entre amigos, y les produjo mucho placer con su presencia inesperada. Pocos días después Labán le dijo que no podía expresar en palabras la alegría que le había ocasionado su llegada, pero quería saber el motivo de su visita, y por qué había dejado a sus ancianos padres, que necesitaban de sus cuidados; y le dijo que le daría toda la ayuda que fuera necesario.
   Jacob le explicó el motivo de su viaje, diciéndole que Isaac tenía dos hijos mellizos, él y Esaú; que esté, habiendo perdido las bendiciones de su padre, que por la sabiduría de su madre habían recaído en él, quiso matarlo, por haber sido privado del reino que le daría Dios, y de los beneficios implorados por su padre. Por eso  se había ido, siguiendo las instrucciones  de su madre.
   —Porque —dijo—, todos somos hermanos, pero mi madre aprecia más una alianza con ustedes que con cualquier familia de aquella tierra. Confié para mi peregrinación en la protección de Dios y en la tuya y por eso me considero seguro en las actuales circunstancias.

 Labán prometió ayudarlo amistosamente, en homenaje de sus antepasados y sobre todo en obsequio de su madre, a la que demostraría su afecto, aún estando ausente, rodeando de atenciones a su hijo. Porque lo nombraría principal pastor de su rebaño, con toda la autoridad necesaria. Y cuando quisiera volver a reunirse con sus padres, les enviaría obsequios dignos de su estrecho parentesco.
   Jacob escuchó sus palabras con mucha alegría y le dijo que con gusto aceptaría todas las labores que quisiera encomendarle mientras estuviese con ellos, pero que quería a Raquel por esposa, como recompensa por esas labores, porque ése fué el propósito de su viaje (y porque amaba a la doncella). Labán aceptó complacido la propuesta y consintió en darle la doncella porque dijo que no podría encontrar otro yerno mejor que él. Pero le anunció que se la daría por esposa si se quedaba cierto tiempo a vivir con ellos, porque no quería que su hija fuera a vivir entre los cananeos; ya estaba bastante arrepentido de la alianza que había hecho anteriormente su hermana.
   Jacob consintió, conviniendo en que se quedaría siete años. Resolvió servir este tiempo a su suegro, para que así, conociendo su virtud, supiera qué clase de hombre era. Labán aceptó las condiciones y transcurrido el tiempo señalado, preparó la ceremonia nupcial. Cuando llegó la noche, sin que Jacob lo adviritiera Labán le puso en la cama a su otra hija, que era mayor que Raquel y de rostro no tan agraciado. Por el vino que habían bebido y la oscuridad Jacob no advirtió con quién se acostaba.
Cuando llegó la luz del día conoció el engaño y reprochó a Labán su proceder injusto. Labán le pidió perdón y alegó que no le había dado a Lía por maldad, sino obligado por la necesidad. Sin embargo nada le impediría casarse también con Raquel; si le servía otros siete años le daría la doncella que amaba. Jacob accedió a la condición, porque su amor por la muchacha no le permitía hacer otra cosa. Y después de otro lapso de siete años, tomó a Raquel en matrimonio.

 Las dos hermanas tenían cada cual una criada, que les había dado el padre. La de Lía era Zelfa y la de Raquel, Bala; no eran esclavas, sino sometidas a sus amas. Lea sufría por el amor que su marido demostraba a su hermana; pensó que si le diera hijos sería más apreciada, y en este sentido rogó continuamente a Dios. Dio a luz un hijo, y su esposo se reconcilió con ella; Lía le puso el nombre de Rubén, porque Dios había tenido misericordia dándole un hijo; esto es lo que significaba el nombre. Después de cierto tiempo tuvo tres hijos más; Simeón, nombre que significa que Dios había escuchado sus ruegos; Leví, el confirmador de su amistad, y luego Judá, que significa acción de gracias.
   Raquel, temiendo que la fertilidad de Lía haría disminuir su parte del amor de Jacob, le dio como concubina a su criada Bala; con ella tuvo Jacob un hijo llamado Dan, nombre que en griego podría interpretarse como reivindicación de Dios. Luego nació Neftalí, "conquistado con dolo", porque Raquel había contendido con la fecundidad de su hermana mediante el dolo.
   Pero Lía siguió el mismo sistema, y usó del mismo artificio contra su hermana: dio a su marido a su criada Zelfa como concubina. Tuvo un hijo cuyo nombre fué Gad, que puede interpretarse como ventura. Después de él nació Aser, que sería "el que da dicha", porque había aumentado la dicha de Lía.
   Rubén, el hijo mayor de Lía, trajo mandragoras a su madre. Cuando Raquel las vio le pidió que se las diera, porque ansiaba comerlas. Su hermana se las negó, diciéndole que se conformara con haberla privado de los favores de su marido. Raquel, para aliviar la animosidad de su hermana, le propuso cederle esa noche a su marido para que se acostara con ella. Aceptó Lía el favor, y aquella noche Jacob durmió con ella, por gracia de Raquel. Luego dio a luz a estos hijos: Isacar, que significa nacido por merced, y Zabulón, o prueba de la benevolencia hacia ella; y una hija, Dina. Un tiempo después Raquel tuvo un hijo llamado José, que significa que habría un agregado.

 Jacob apacentó el rebaño de su suegro durante veinte años. Pasado este tiempo le pidió permiso para irse a su casa con sus esposas. Como su suegro se lo negara, decidió marcharse secretamente y consultó la opinión de sus mujeres sobre el viaje. Ellas se declararon conformes.
   Raquel se llevó consigo las imágenes de los dioses que según sus leyes adoraban en esa tierra y se fugó con su hermana, los hijos de ambas, las criadas y todo lo que poseían. Jacob se llevó además la mitad del ganado, sin decir nada a Labán. La razón de que Raquel se llevase los ídolos, aunque Jacob le había enseñado a despreciar esos cultos, fué que, en caso de que fueran perseguidos y alcanzados por su padre, podría acudir a los ídolos para lograr su perdón.

 Tres días después, al enterarse de que Jacob había partido con sus hijas, Labán se sintió muy indignado y los persiguió llevando consigo un grupo de hombres; al séptimo día los alcanzó, encontrándolos cuando estaban descansando en una loma. No discutió con ellos porque era la caída de la tarde; pero Dios se le apareció en sueños y le advirtió que debía recibir a su yerno y sus hijas pacíficamente; que no se dejara llevar por la ira e hiciera un pacto con Jacob. Y le previno que si juzgando que eran un grupo reducido los atacaba violentamente, él estaría de parte de ellos. Advertido de ese modo por Dios, Labán llamó a Jacob al día siguiente para tratar con él y le relató el sueño que había tenido. Cuando aquél se acercó confiado le reprochó su proceder, diciendo que lo había mantenido cuando era pobre y le había dado todo lo que necesitaba.
   —Te di —dijo—, mis hijas en matrimonio, y supuse que de este modo aumentaría tu afecto; pero tú no tuviste consideración ni por el parentesco que me une con tu madre ni por el que contrajimos luego nosotros; ni por las esposas con quienes te casaste, ni por los hijos de los que soy abuelo. Me trataste como si fuera tu enemigo, llevándote mi ganado y convenciendo a mis hijas que huyeran del lado de su padre; y llevándote las sagradas imágenes paternales que adoraron mis antepasados y a las que yo honré con el mismo culto. Y todo esto lo has hecho siendo mi pariente, hijo de mi hermana y esposo de mis hijas, y después de haber sido tratado por mí con hospitalidad y de haber comido en mi mesa.
   Dicho esto por Labán, Jacob se defendió diciendo que él no era el único en quien Dios había implantado el amor a la patria y que era razonable que después de tanto tiempo quisiera volver a su tierra.
   —En cuanto a la rapiña de que me acusas —dijo—, cualquiera que lo juzgase encontraría que fuiste tú quien me trató con injusticia. En lugar de las gracias que debiera haber recibido de ti por cuidarte y aumentarte el ganado, me reprochas sin razón por haberme llevado apenas una pequeña parte. En cuanto a tus hijas has de saber que no es con malas artes que me han seguido en mi regreso a mi hogar, sino por el amor que las esposas sienten naturalmente por sus maridos. Y no me siguen tanto a mí como a sus hijos.
   De este modo se justificó para rechazar la acusación de haber actuado injustamente. Luego añadió sus propias quejas y acusaciones contra Labán, diciendo que era el hijo de su hermana y que le había dado sus hijas en matrimonio, pero que lo había agotado haciéndolo trabajar  para él veinte años. Los  que  tuvo que trabajar para casarse con sus hijas fueron pasables, pero los que agregó luego fueron peores que si hubiesen sido inferidos a un enemigo.
   Porque en realidad Labán había tratado muy mal a Jacob; como viera que Dios estaba con él en todo lo que deseaba, le prometía que del ganado nuevo que naciera, le corresponderían a veces los blancos y otras veces los negros; pero cuando los que debían pasar a poder de Jacob eran numerosos, no cumplía su palabra y le decía que se los entregaría al año siguiente, porque le envidiaba la cantidad de sus posesiones. Le prometía siempre en la creencia de que no habría una producción tan grande. Y cuando nacía el ganado lo engañaba.

 En cuanto a las imágenes sagradas, Jacob lo invitó a que lo registrara. Labán aceptó y cuando Raquel lo supo las puso en la silla del camello en que viajaba, y se sentó encima. Luego dijo que la menstruación le impedía levantarse. Labán dejó de buscar, porque no suponía que su hija se acercaría a los ídolos estando en ese estado. Hizo un pacto con Jacob, sellado con juramento, de que no le guardaría rencor por lo acontecido; y Jacob aceptó y prometió amar a las hijas de Labán. Hicieron los juramentos en unas montañas en las que levantaron una columna de forma de altar. Por eso aquella colina se llama Galaad, y por eso aquella tierra se sigue llamando aún hoy la tierra de Galaad. Después de festejar el pacto, Labán se volvió a su casa.