1. Abram amaba mucho a Isaac, porque era
su unigénito y le había sido dado por Dios en los límites de la senectud. El
niño a su vez se ganaba la benevolencia y el amor paternos practicando todas
las virtudes, cumpliendo con su deber hacia sus padres y observando
piadosamente la adoración de Dios. Abram también cifraba su felicidad en la
esperanza de que a su muerte dejaría a su hijo en situación próspera, y la
obtuvo por la voluntad de Dios. Queriendo probar la piedad de Abram, Dios se le
apareció y le enumeró todos los beneficios que le había concedido; le recordó
que lo había hecho superior a sus enemigos y que el nacimiento de su hijo
Isaac, motivo principal de su presente felicidad, se lo debía a él; y le dijo
que quería que le ofreciera a su hijo como sacrificio y víctima. Le ordenó que
lo llevara al monte Morio, que levantara un altar y lo ofreciera en holocausto;
esa sería la mejor manera de manifestar su piedad, anteponiendo a la salvación
de su hijo lo que era grato a Dios.
2. Abram juzgó que no era justo
desobedecer a Dios y que estaba obligado a servirlo en todas las circunstancias
de la vida, porque todos los seres vivos gozaban de la vida por su providencia
y sus dones. Ocultando la orden de Dios y sus propósitos de sacrificar a su
hijo a su mujer y sus siervos, para que no le impidieran obedecer a Dios, tomó
a Isaac con dos siervos y cargando en un asno lo necesario para el sacrificio
partió hacia la montaña.
Los siervos marcharon con él dos días; al tercer día, cuando vio delante
de sí a la montaña, dejó en el campo a los siervos que lo acompañaban y siguió
adelante con su hijo. Era la montaña en la cual el rey David levantó después el
Templo. Llevaba todo lo necesario para el sacrificio menos el animal que había
de ser ofrendado. Isaac tenía veinticinco años de edad. Y cuando estaba
construyendo el ara preguntó a su padre qué sacrificio ofrecerían, ya que faltaba
la víctima para el holocausto. Le contestó que Dios proveería la víctima,
porque él tenía el poder de suministrar todo lo que el hombre necesita y de
privar de lo que tienen a los que se creen seguros; por eso si Dios quería que
le fuera propicio el sacrificio proveería él mismo la víctima.
3. Cuando estuvo preparado el altar y
Abram depositó la leña y todo estuvo listo, habló de este modo a su hijo: —¡Oh,
hijo! Muchos votos hice a Dios para que tú nacieras. Cuando viniste al mundo te
eduqué con los mayores cuidados, no habiendo nada que te fuera útil que no me
empeñara en conseguir, y nada que me hiciera más feliz que la idea de verte
hecho un hombre y de dejarte a mi muerte como sucesor de mis dominios. Pero
como fué voluntad de Dios que yo fuera tu padre, y ahora es su voluntad que
renuncie a ti, acepta con valor tu consagración. Porque te cedo a Dios, que ha
considerado conveniente reclamarme esta prueba de veneración por los beneficios
que me ha concedido, siendo mi sostenedor y mi defensor. Como has nacido
morirás ahora, no de la manera ordinaria, sino enviado a Dios, padre de todos
los hombres, por tu propio padre, por la vía ritual del sacrificio. Sin duda te
considera digno de irte del mundo no por enfermedad ni por guerra ni por
ninguna de las otras maneras corrientes, sino recibiendo tu alma en solemne
sacrificio, para ponerte junto a sí; y allí serás mi apoyo y el sostenedor de
mi vejez. Para eso principalmente te crié, y tú ahora harás que Dios sea mi
consuelo en tu lugar 1.
4. Isaac (que era de ánimo generoso,
como hijo de su padre), quedó muy satisfecho del sermón y dijo que no habría
merecido haber nacido si rechazase la decisión de Dios y de su padre y no se
adaptase rápidamente a su gusto; sería injusto desobedecerlo aunque lo hubiese
resuelto únicamente su padre. Y se dirigió inmediatamente al altar para ser
sacrificado.
El hecho se habría consumado si Dios no se hubiera opuesto; llamando en
voz alta a Abram por su nombre, le prohibió que matara a su hijo. Y le dijo que
no era por deseo de sangre humana que le había mandado matar a su hijo, ni
quería apartarlo de aquel a quien había hecho su padre, sino para explorar su
ánimo y saber si obedecería la orden. Conociendo ahora la prontitud y
disposición de su piedad, se alegraba de haberle concedido sus favores y no
dejaría de velar por él y por toda su descendencia. Su hijo viviría muchos años
y después de gozar de una existencia feliz dejaría una fuerza potente a una
posteridad grande y legítima. Le predijo asimismo que su familia crearía numerosas
naciones y que los patriarcas dejarían una fama eterna. Su posteridad obtendría
la tierra de Canaán y concitaría la envidia de todos los hombres.
Dicho esto, Dios hizo aparecer de
pronto un carnero para el sacrificio. Habiendo recibido la promesa de tantos
grandes favores, Abram e Isaac se abrazaron, y después de hacer el sacrificio
volvieron a reunirse con Sara y vivieron felices todos juntos, asistidos por
Dios en todo lo que necesitaban.
1 En la
Biblia no figura este discurso.