“Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de Su conocimiento”
(2Co_2:14).
Para este pasaje Pablo usó la figura de un desfile triunfal en el que un general militar acaba de volver de una conquista en el extranjero. él encabeza el desfile, saboreando la dulce satisfacción de la victoria. Detrás de él vienen sus tropas jubilosas, y tras ellas los prisioneros de guerra, ya señalados para el castigo, quizás la muerte. Por toda la ruta del desfile hay incensarios que llenan el aire de aromas y perfumes. Pero estas fragancias significan cosas diferentes para los que desfilan, dependiendo del bando en que se encuentran. Para aquellos que son leales al vencedor, es fragancia de victoria, más para los cautivos, es presagio de derrota y condenación.
La senda del siervo del Señor Jesús coincide con esta descripción en diferentes aspectos. El Señor va a la cabeza guiándole siempre en triunfo. Aunque no siempre parece haber victoria, el creyente está del lado de los vencedores y la causa de Dios jamás fracasa.
A dondequiera que va lleva consigo el aroma de Cristo. Pero este aroma tiene diferente significado a los que participan de él: Olor de vida eterna a los que se someten al Señor Jesús, y de muerte y destrucción a los que rechazan el evangelio.
Pero en ambos casos Dios es glorificado: en la salvación de los que se arrepienten, y en el rechazo de los que perecen. Cuando estos últimos estén ante Cristo, en el Juicio del Gran Trono Blanco, no podrán acusar a Dios por su situación desdichada, porque tuvieron la oportunidad de ser salvos pero la rechazaron.
Hay una tendencia muy generalizada de juzgar la efectividad del servicio cristiano por el número de personas que se salvan. Este pasaje nos sugiere que es igualmente válido juzgarlo por el número de personas que, después de oír el evangelio, lo rechazan y se hunden en el infierno.
Dios es glorificado en ambos casos. A Su presencia asciende el suave aroma de la gracia en los que se salvan y de la justicia en los que se pierden.
¡Qué tema tan solemne! No es de extrañar que el apóstol pregunte como conclusión: “¿Para estas cosas, ¿quién es suficiente?”