Pablo dice que todos nosotros, tanto los predicadores como las demás personas, debemos comparecer ante el tribunal de Cristo. Pero si aprendes a vivir bajo el escrutinio de la transparente luz del Señor, aquí y ahora, tu juicio final sólo te producirá gozo cuando contemples la obra que Dios ha hecho en ti. Confróntate sin cesar con el tribunal de Cristo y camina en el conocimiento que Él te ha dado de la santidad. Tolerar una mala actitud hacia otra persona te lleva a seguir el espíritu del diablo, sin importar lo piadoso o santo que seas. Un juicio carnal de otra persona únicamente sirve para que los propósitos del infierno se cumplan en ti. Tráelo a la luz enseguida y confiesa: "Oh, Señor, soy culpable en esto". Si no lo haces, tu corazón se endurecerá cada vez más. Uno de los castigos del pecado es que nos afirmamos en él. Dios no es el único que castiga por el pecado, sino que el pecado se afirma a si mismo en el pecador y cobra su paga. Ninguna lucha ni oración te permitirán dejar ciertas prácticas. El castigo del pecado es que gradualmente te acostumbras a el y al final ya ni siquiera lo identificas como pecado. Ningún poder, excepto el que viene por la llenura del Espíritu Santo, podrá evitar o modificar las consecuencias inherentes al pecado.
"Pero si andamos en luz, como Él está en luz...", 1Jn_1:7. Para muchos de nosotros, andar en la luz significa que otras personas deben caminar de acuerdo con la norma de vida que les hemos trazado. La actitud más mortífera de los fariseos, que también manifestamos en la actualidad, no es la hipocresía, sino la que resulta de vivir inconscientemente una mentira.