"Entonces Pedro, al verlo, dijo a Jesús: Señor, ¿y éste qué? Jesús le dijo...¿a ti, qué? Tú, sígueme",
Juan 21:21-22
Una de las lecciones más difíciles de aprender surge de nuestra obstinada negativa a dejar de interferir en la vida de otras personas. Toma mucho tiempo comprender el peligro de jugar a ser dioses aficionados, es decir, interferir en el plan de Dios para los demás. Ves sufrir a alguien y dices: “No sufrirás y me encargaré de que eso no ocurra”. Cuando pones tu mano directamente al frente de la voluntad permisiva de Dios para impedirla, entonces Él te dice: "¿A ti qué?" ¿Hay estancamiento espiritual? No permitas que continúe, pero va ante la presencia de Dios y averigua la razón. Quizá se deba a que te haz estado entrometiendo en otra vida, haciendo propuestas sin ningún derecho, o aconsejando sin ninguna razón. Cuando tienes que aconsejar a otra persona, Dios lo hará por medio de ti con el entendimiento directo de su Espíritu. Tu parte consiste en mantener una relación correcta con Dios para que su discernimiento se manifieste a través de ti todo el tiempo, a fin de bendecir a alguien más.
La mayoría de nosotros vive en el nivel de la mente consciente consagrados a Dios de una manera consciente y sirviéndole conscientemente. Esto demuestra inmadurez y la realidad de que aun no estamos viviendo la verdadera vida cristiana. La madurez es la vida de un hijo que no es consciente, es decir, que está tan entregado a Dios que nunca se hace consciente de que Él lo está usando. Cuando yo soy utilizado conscientemente como pan partido y vino derramado, es necesario alcanzar otro nivel; un nivel donde se elimine completamente toda conciencia de nosotros mismos y de lo que Dios hace a través de nosotros.
Un santo nunca es consciente de serlo; sólo es consciente de que depende de Dios.