El arrepentimiento sólo puede nacer de la gracia. Si Dios no envía una gracia al espíritu haciéndole comprender el mal cometido, no puede haber arrepentimiento sobrenatural. Sin la gracia un demonio puede entender que ha sido una mala decisión el haberse rebelado, que ha sido una decisión que le ha provocado males, que ha sido un necio. Pero el arrepentimiento sobrenatural es otra cosa, cualitativamente es otra cosa. No es un mero acto de nuestro entendimiento. Es un don de Dios enviado al espíritu para que doblemos nuestra rodilla y le pidamos de corazón perdón a Dios, con humildad. Sin esta gracia invisible, cabe perfectamente el dolor por la decisión errada, pero sin petición de perdón. Cabe admitir el error que se cometió, pero con soberbia. Los demonios pueden llegar a admitir que su opción les llevó al sufrimiento, pero no por eso dejan de odiar a Dios.
Dios ya no enviará ninguna gracia de arrepentimiento a los demonios. Hubo un momento en que se les concedió la última, después de la cual ya no hay ninguna más. Los demonios saben que el último tren ya ha partido, y que ya no hay ninguno más. Ni uno solo en toda la eternidad. Es en este sentido en el que se puede afirmar que los demonios han sido abandonados por Dios. Pues el Creador los ha abandonado a sí mismos para siempre.
Como se ve la eternidad de la pena no viene dada por una arbitraria decisión divina, sino que esa eternidad viene dada de que ellos se han alejado y no quieren volver. Muchas veces muchos cristianos consideran a Dios excesivamente severo por imponer una condenación eterna, y no se dan cuenta de que es Él, Dios, el que ha sido abandonado y que a ellos se les concede justamente lo que desean.
Algunos al escuchar esto pensarán: ah, pues yo por más que peque no querré alejarme de Dios, siempre le querré pedir perdón. Y con tal razonamiento se quedarán tranquilos sin salir del pecado. A esos hay que decirles que nadie que está condenado por toda la eternidad pensó que lo estaría algún día. Si uno continua en el pecado, esos pecados le llevarán a otros pecados peores. Y esos a otros peores. Y finalmente no querrá pedir perdón. Es lo que sucede con los consumidores de droga, al principio ellos eran, todos, personas normales que cuando vieron los casos más extremos se preguntaron cómo era posible llegar a tal necedad y debilidad. Pues lo mismo sucede con el pecado. Todo condenado creyó que no llegaría a traspasar ciertos límites.