Porque el tiempo si esta cerca - Todo hecho nuevo

17. Todo hecho nuevo (Ap. 21:1-22:5)

A lo largo de la historia de la iglesia, el pueblo de Dios ha estado debidamente preocupado con el cielo. Los cristianos han anhelado su gozo porque no están fuertemente atados a esta tierra. Se han considerado “extranjeros y peregrinos sobre la tierra” que “anhelaban una mejor, esto es, celestial” (Heb_11:13; Heb_11:16).

Lamentablemente, esto ya no es verdad para muchos en la iglesia actual. Atrapada en la locura de nuestra sociedad, que corre tras la satisfacción inmediata, el bienestar material y la indulgencia narcisista, la iglesia se ha vuelto mundana. La Biblia pone en claro que los creyentes deben tener su vista puesta en el cielo. En Flp_3:20 Pablo señala: “nuestra ciudadanía está en el cielo”. Y exhortó a los creyentes en Colosas: “buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Col_3:1-2).

Las Escrituras se refieren al cielo más de quinientas veces.

Solamente Apocalipsis menciona el cielo más de cincuenta veces. La Biblia habla de tres cielos (2Co_12:2). El primer cielo es la atmósfera de la tierra (Gén_1:20; Job_12:7; Eze_38:20); el segundo cielo es el espacio interplanetario e interestelar (Gén_15:5; Gén_22:17; Deu_1:10; Deu_4:19; Sal_8:3; Isa_13:10); el tercer cielo es la morada de Dios (cp. Deu_4:39; 1Re_8:30; Job_22:12; Sal_14:2; Dan_2:28; Mat_5:34; Hch_7:55).

El cielo es un lugar real, no un estado de conciencia espiritual. Aunque el cielo está más allá del mundo creado en otra dimensión, cuando los creyentes mueren van allá de inmediato (Luc_23:43; 2Co_5:8). Los creyentes que estén vivos cuando ocurra el arrebatamiento, también serán trasladados inmediatamente al cielo (1Co_15:51-55; 1Ts_4:13-18).

EL CIELO NUEVO Y LA TIERRA NUEVA (Apo_21:1-8)

Los primeros ocho versículos revelan seis características del cielo nuevo y la tierra nueva.

1. Su apariencia

Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. (Apo_21:1)

La frase “[Y] Vi” se emplea en todo Apocalipsis para indicar secuencia cronológica. Ha presentado cada uno de los acontecimientos culminantes comenzando con la venida de Cristo en Apo_19:11. Cuando comienza este capítulo, todos los pecadores de todas las épocas, así como Satanás y sus demonios, han sido condenados al lago de fuego (Apo_20:10-15). Con todos los hombres y ángeles impíos desterrados para siempre y el presente universo destruido (Apo_20:11), Dios creará un nuevo reino donde los redimidos y los santos ángeles moren por siempre.

La frase “un cielo nuevo y una tierra nueva” se deriva de dos pasajes en Isaías. En Isa_65:17 Dios declaró: “Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento”. En Isa_66:22 añadió: “‘Porque como los cielos nuevos y la nueva tierra que yo hago permanecerán delante de mí, dice Jehová, así permanecerá vuestra descendencia y vuestro nombre”. Lo que profetizó Isaías es ahora una realidad en la visión de Juan.

“Nuevo” no significa nuevo en un sentido cronológico, sino nuevo en calidad. El cielo nuevo y la tierra nueva no sucederán simplemente al universo actual. Será algo completamente nuevo y original. Dios debe crear un cielo nuevo y una tierra nueva porque el primer cielo y la primera tierra pasaron.

El primer indicio de cómo serán el cielo nuevo y la tierra nueva nos llega en la observación de Juan de que el mar ya no existirá más. Este será un cambio sorprendente para la tierra actual, que tiene cerca de tres cuartas partes cubiertas por agua. El mar es emblemático del medio ambiente actual que tiene como base el agua. Toda la vida en la tierra depende del agua para su subsistencia. Pero el cuerpo glorificado de los creyentes no requerirá de agua (a diferencia del cuerpo humano actual, cuya sangre es un 90% agua). El cielo nuevo y la tierra nueva estarán basados en un principio de vida completamente diferente. Habrá un río en el cielo, no de agua, sino de “agua de vida” (Apo_22:1; Apo_22:17). Sin el mar, no habrá ciclo hidrológico, de modo que todas las características de la vida y del clima serán totalmente distintas.

2. Su capital

Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. (Apo_21:2)

Luego Juan va de una descripción del cielo nuevo y de la tierra nueva en general, a una descripción de la ciudad capital del estado eterno. Como el texto explícitamente la identifica como tal, no hay razón para dudar que “la nueva Jerusalén”, sea una ciudad real. La nueva Jerusalén no es el cielo, sino la capital del cielo. (No es sinónimo de cielo, porque se dan sus dimensiones en el versículo Apo_21:16). Será la tercera ciudad nombrada Jerusalén en la historia de la redención. La primera es la histórica Jerusalén, la ciudad de David, que está actualmente en Palestina. La segunda Jerusalén será la restaurada Jerusalén, cuando Cristo reine durante el reino milenario.

Pero la nueva Jerusalén no pertenece a la primera creación, de modo que no es la ciudad histórica ni la ciudad milenaria. Es del todo una nueva ciudad eterna. La antigua Jerusalén, en ruinas durante veinticinco años cuando Juan recibió esta visión, está demasiada manchada por el pecado para sobrevivir en el estado eterno. A la nueva Jerusalén se le llama la santa ciudad porque todo lo que hay en ella es santo (Apo_20:6). El concepto de una ciudad incluye relaciones, actividad, responsabilidad, unidad, socialización, comunión y cooperación. A diferencia de lo que ocurre en las malas ciudades de la era actual, las personas en la nueva Jerusalén vivirán y trabajarán juntas en perfecta armonía.

En su visión, Juan vio la “nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios”, su “arquitecto y constructor” (Heb_11:10). La implicación es que ya existe (Heb_12:22-23). Todo el cielo está contenido en la nueva Jerusalén. Está separada del universo actual. Los creyentes que mueren van a la “Jerusalén la celestial”, a donde Jesucristo fue antes que ellos a prepararles un lugar (Jua_14:1-3). Pero cuando Dios cree el cielo nuevo y la tierra nueva, la nueva Jerusalén descenderá en medio de ese nuevo universo santo (Apo_21:10), y servirá como morada de los redimidos por toda la eternidad.

Juan observa entonces que estaba “dispuesta como una esposa ataviada para su marido”. Se describe la ciudad como una esposa porque contiene a la novia y toma su carácter. La imagen se toma de una boda judía. Juan vio a la esposa ataviada para su marido porque era el tiempo de la consumación, el estado eterno de los creyentes. Para ese momento en Apocalipsis, el concepto de esposa se extiende para incluir no solo a la Iglesia, sino también al resto de los redimidos de todas las épocas que viven para siempre en esa ciudad eterna.

3. Su realidad suprema

Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. (Apo_21:3)

La gloria y gozo supremos del cielo están en la Persona de Dios (cp. Sal_73:25). Una gran voz (probablemente un ángel, ya que Dios habla en el v. 5) hace un anuncio de gran importancia: “He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres”. La palabra griega traducida “tabernáculo” también puede significar “tienda” o “morada”. Dios armará su tienda entre su pueblo; ya nunca más Dios estará lejos y distante. Nunca más su presencia estará velada en la forma humana de Jesucristo, incluso en su majestad del milenio, o en la nube y columna de fuego, o dentro del lugar santísimo.

A la sorprendente realidad de que el tabernáculo de Dios está con los hombres añade la declaración de que Dios “morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos” (Apo_21:3-4). Esta será una manifestación de la gloriosa presencia de Dios con su pueblo, como ninguna otra en la historia de la redención y la culminación de toda promesa divina y esperanza humana.

¿Cómo será vivir en la gloriosa presencia de Dios en el cielo? En primer lugar, los creyentes disfrutarán de la comunión con Él. La comunión obstaculizada por el pecado que tienen los creyentes con Dios en esta vida (1Jn_1:3), será ahora plena e ilimitada. En segundo lugar, los creyentes verán a Dios como Él es (1Jn_3:2), una visión amplia y eterna de la manifestación de Dios en su resplandeciente gloria (Apo_21:11; Apo_21:23; Apo_22:5). Verán todo lo que los seres glorificados pueden comprender. En tercer lugar, los creyentes adorarán a Dios. Cada vistazo del cielo en Apocalipsis revela a los redimidos y a los ángeles en adoración (Apo_4:10; Apo_5:14; Apo_7:11; Apo_11:1; Apo_11:16; Apo_19:4). En cuarto lugar, los creyentes servirán a Dios (Apo_22:3). Se dice de los santos en el cielo descritos en Apo_7:15 que “le sirven día y noche en su templo”. La capacidad de los creyentes para el servicio celestial se reflejará en su fidelidad en esta vida.

4. Su singularidad

Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. (Apo_21:4-6 a)

La vida en el cielo será diferente de cualquier cosa que hemos conocido en el mundo actual. El primer cambio con relación a su vida terrenal, es que “enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos” (cp. 7:17; Isa_25:8). Eso no quiere decir que las personas que lleguen al cielo estarán llorando al enfrentar el registro de sus pecados. No hay tal registro, porque “ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Rom_8:1). Lo que declara es la ausencia de cualquier cosa por la que sentir pesar; no habrá tristezas, ni desconsuelos, ni dolor. No habrá lágrimas de remordimiento, lágrimas de arrepentimiento, lágrimas por la muerte de seres queridos, o lágrimas por cualquier otra razón.

Otra notable diferencia del mundo actual será que en el cielo “ya no habrá muerte”. Ya no habrá esa gran maldición sobre la humanidad. “…Sorbida es la muerte en victoria” (1Co_15:54). Ni habrá más llanto, ni clamor en el cielo. La aflicción y la tristeza que producen llanto no existirán en el cielo.

La santidad perfecta y la ausencia de pecado que distinguirán al cielo harán también que no haya más dolor. Los cuerpos glorificados, libres de pecado, que poseerán los creyentes en el cielo, no estarán sujetos a dolor de ningún tipo.

La vida en el cielo será sin igual. Todos estos cambios indican que las primeras cosas pasaron. Toda antigua experiencia humana relacionada con la creación original ha desaparecido para siempre, y con ella todo el pesar, el sufrimiento, la enfermedad, el dolor y la muerte que la ha caracterizado desde la caída. En esta nueva y perpetua creación, no habrá decadencia, ni deterioro, ni desperdicios. Resumiendo todos estos cambios de una forma positiva, el que estaba sentado en el trono dijo: “He aquí, yo hago nuevas todas las cosas”. El que estaba sentado en el trono es el mismo “de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos” (Apo_20:11).

Abrumado por todo lo que ha visto, Juan parece haber perdido su concentración. Entonces el que es glorioso y majestuoso que estaba sentado en el trono le dijo: “Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas” (Apo_21:5). Las palabras que Dios le dijo a Juan que escribiera son tan fieles y verdaderas como el mismo que se las revelaba (Apo_3:14; Apo_19:11). El que estaba sentado en el trono es competente para declarar el fin de la historia de la redención, porque Él es el Alfa y la Omega, la primera y última letras del alfabeto griego, el principio y el fin (Isa_44:6; Isa_48:12). Dios dio inicio a la historia, y Él la hará terminar, y toda ella se ha desarrollado según su plan soberano.

5. Sus residentes

Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. (Apo_21:6 7)

Dos frases descriptivas revelan quiénes vivirán en el cielo nuevo y la tierra nueva. En primer lugar, se describe a un ciudadano del cielo como “que tuviere sed”. Esa frase representa a los que tienen “hambre y sed de justicia” (Mat_5:6). Los redimidos que entrarán en el cielo son los que están inconformes con su condición perdida y sin esperanza y desean ardientemente la justicia de Dios con cada parte de su ser. Al alma del salmista que bramaba por Dios (Sal_42:1) y a todos los fervorosos buscadores, la promesa es que su sed será satisfecha. Dios dará “al que tuviere sed… gratuitamente de la fuente del agua de la vida” (Isa_55:1-2).

En segundo lugar, el cielo es de los que “vencen”. Un vencedor, según 1Jn_5:4-5, es uno que pone en práctica la fe salvadora en Cristo.

La promesa más maravillosa para el que venciere y que tiene sed de justicia, es la promesa de Dios: “Yo seré su Dios”. Igualmente asombrosa es la promesa de Dios de que el que vence “será mi hijo”. Incluso en esta vida es el privilegio del creyente ser el hijo adoptado del Dios del universo (Jua_1:12; Rom_8:14-17). Solo en el cielo se realizará plenamente esta adopción (Rom_8:23).

6. Los excluidos

Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda. (Apo_21:8)

Juan concluye su visión de conjunto del cielo nuevo y de la tierra nueva con una seria advertencia. Señala a los que serán excluidos de participación en las bendiciones del cielo, todos los pecadores sin perdón ni redención. El primer grupo incluye a “los cobardes”. Cayeron y se alejaron cuando su fe fue sometida a prueba, o encontró opositores, porque su fe no era genuina.

Como son incrédulos, su deslealtad los excluye del cielo. También son abominables, y homicidas, fornicarios y hechiceros, idólatras y mentirosos. Aquellos cuya vida está caracterizada por tales cosas dan evidencia de que no son salvos y nunca entrarán en la ciudad celestial. “Tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda”. En contraste con la bendición eterna de los justos en el cielo, los malos sufrirán tormento eterno en el infierno.

LA NUEVA JERUSALÉN (Apo_21:9 a Apo_22:5)

Al revelarse la visión de la nueva Jerusalén, la historia ha terminado, y el tiempo no será más. A Juan y a sus lectores se les traslada al estado eterno. Después de describir el lago de fuego (v. Apo_20:8; Apo_20:14-15), la visión lleva al desterrado apóstol al eterno lugar de descanso de los redimidos. Puesto que es la ciudad capital del cielo y el vínculo entre el cielo nuevo y la tierra nueva, la nueva Jerusalén es fundamental para la visión y se describe en mucho más detalle que el resto del estado eterno.

1. Su apariencia general

Vino entonces a mí uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas postreras, y habló conmigo, diciendo: Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero. Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal. (Apo_21:9-11)

El ángel vino para llamar la atención de Juan a la ciudad. “Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero”. La nueva Jerusalén se describe como una esposa porque toma el carácter de sus ocupantes. Los ocupantes son la esposa del Cordero, un título dado originalmente a la Iglesia (Apo_19:7), pero que ahora se ha ampliado para abarcar a todos los redimidos de todas las épocas, que viven para siempre. Se compara a la nueva Jerusalén con una esposa porque los redimidos están unidos para siempre a Dios y al Cordero. Además, se le define como “la esposa del Cordero” porque el matrimonio ha tenido lugar (Apo_19:7).

La increíble visión de Juan comenzó cuando el ángel lo llevó en el Espíritu. Cuando recibió las visiones que comprenden el libro de Apocalipsis, el anciano apóstol fue trasladado desde la isla de Patmos (Apo_1:9) en un asombroso viaje espiritual para que viera lo que los ojos nunca pudieran ver por sí mismos. Las visiones de Juan no fueron sueños, sino realidades espirituales, como las que Pablo vio cuando también fue arrebatado al tercer cielo (2Co_12:2-4).

La primera parada fue “un monte grande y alto”. Desde ese lugar, el ángel le mostró a Juan “la gran ciudad santa de Jerusalén”. El apóstol repite su observación del versículo Apo_21:2 de que la nueva Jerusalén “descendía del cielo, de Dios”. Debe observarse que lo que aquí se describe no es la creación del cielo. Es sencillamente el descenso de lo que ya existía desde la eternidad pasada, ahora situada en el centro del cielo nuevo y de la tierra nueva.

La característica más significativa de la ciudad capital de la eternidad es que es el trono del Eterno y Todopoderoso, y por lo tanto tenía la gloria de Dios en ella. Resplandeciendo desde la nueva Jerusalén estará el resplandor de la plena manifestación de la gloria de Dios, tanto que “la ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera” (v. Apo_21:23).

Al describir el efecto de la gloria de Dios resplandeciendo desde la nueva Jerusalén, Juan observa que su fulgor era “semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe”. La palabra griega traducida “fulgor” se refiere a algo desde donde irradia luz. Para Juan, la ciudad celestial parecía como una gigantesca bombilla desde donde se irradia la brillante luz de la gloria de Dios. Pero esa luz no brilla a través del delgado vidrio de una bombilla, sino a través de lo que pareció a Juan como una piedra preciosísima de jaspe. La ciudad parecía al apóstol como una gigantesca piedra preciosa. “Jaspe” no se refiere a la piedra moderna del mismo nombre, que es opaca. Es de la palabra griega que se refiere a una piedra transparente. Es mejor entender la palabra “jaspe” en este pasaje como refiriéndose a un diamante, una piedra preciosísima porque es diáfana como el cristal y sin mancha. De modo que se describe la ciudad capital del cielo como un enorme y perfecto diamante, refractando la gloria brillante y resplandeciente de Dios por todo el cielo nuevo y la tierra nueva.

2. Su diseño exterior

Tenía un muro grande y alto con doce puertas; y en las puertas, doce ángeles, y nombres inscritos, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel; al oriente tres puertas; al norte tres puertas; al sur tres puertas; al occidente tres puertas. Y el muro de la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero.

El que hablaba conmigo tenía una caña de medir, de oro, para medir la ciudad, sus puertas y su muro. La ciudad se halla establecida en cuadro, y su longitud es igual a su anchura; y él midió la ciudad con la caña, doce mil estadios; la longitud, la altura y la anchura de ella son iguales. Y midió su muro, ciento cuarenta y cuatro codos, de medida de hombre, la cual es de ángel. El material de su muro era de jaspe; pero la ciudad era de oro puro, semejante al vidrio limpio; y los cimientos del muro de la ciudad estaban adornados con toda piedra preciosa. El primer cimiento era jaspe; el segundo, zafiro; el tercero, ágata; el cuarto, esmeralda; el quinto, ónice; el sexto, cornalina; el séptimo, crisólito; el octavo, berilo; el noveno, topacio; el décimo, crisopraso; el undécimo, jacinto; el duodécimo, amatista. Las doce puertas eran doce perlas; cada una de las puertas era una perla. (Apo_21:12-21 a)

El que esa ciudad tuviera “un muro grande y alto” indica que no es un lugar nebuloso, flotante. Tiene dimensiones específicas y límites. Se puede entrar y salir de ella a través de sus doce puertas. En esas puertas, doce ángeles estaban parados, para encargarse de la gloria de Dios y servir a su pueblo. Las puertas tenían “nombres inscritos, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel”, celebrando por toda la eternidad la relación de pacto de Dios con Israel. Estaban dispuestas de modo simétrico. Había tres puertas al oriente, al sur, al norte, y al occidente. Tal disposición es evocadora de la forma en que las doce tribus acampaban alrededor del tabernáculo (

Núm_2:1-34), y de la distribución de las tierras de las tribus alrededor del templo del milenio (Eze_48:1-35).

El macizo muro de la ciudad estaba afirmado por “doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero”. Esos cimientos conmemoran la relación de pacto de Dios con la Iglesia, de la cual los apóstoles son el cimiento (Efe_2:20). En la parte superior de cada puerta estaba el nombre de una de las tribus de Israel. Debajo de cada puerta estaba el nombre de uno de los apóstoles. La distribución de las puertas de la ciudad muestra el favor de Dios para todo su pueblo redimido, tanto para los que estaban bajo el antiguo pacto como el nuevo pacto.

Entonces ocurrió algo curioso. El ángel que hablaba con Juan “tenía una caña de medir, de oro, para medir la ciudad, sus puertas y su muro”. Este interesante acontecimiento recuerda las mediciones del templo milenario (Eze_40:3 ss.) y las mediciones del templo de la tribulación (Apo_11:1). La importancia de las tres mediciones es que señalan lo que pertenece a Dios.

Los resultados de las mediciones del ángel revelan que “la ciudad se halla establecida en cuadro”. Los muros de la ciudad tenían unos 2.220 kilómetros en cada dirección. La longitud, la altura y la anchura de ella son iguales. Algunos han sugerido que la ciudad está en forma de pirámide, sin embargo es mejor verla como un cubo.1 Lo importante es que Dios diseñará la nueva Jerusalén con espacio suficiente para todos los redimidos (cp. Jua_14:2-3).

Luego el ángel midió el muro de la ciudad en ciento cuarenta y cuatro codos, lo más probable es que fuera su espesor. Entonces, como para subrayar que las dimensiones de la ciudad son literales y no místicas, Juan añade una nota aclaratoria para decir que las dimensiones estaban dadas en “medida de hombre, la cual es de ángel”. Una yarda es una yarda, un metro es un metro y un kilómetro es un kilómetro, tanto para los seres humanos como para los ángeles.

El material de que estaba hecho el macizo muro de la ciudad era jaspe, la misma piedra como diamante que se mencionó en el versículo Apo_21:11. No solo el muro era transparente, sino que también la ciudad misma “era de oro puro, semejante al vidrio limpio”. Los muros y edificios de la nueva Jerusalén deben ser limpios para que la ciudad irradie la gloria de Dios.

A continuación Juan vuelve su atención en la visión a los cimientos del muro de la ciudad. Estaban adornados con toda piedra preciosa, doce de las cuales con los nombres de los apóstoles. Los nombres de algunas de las piedras han cambiado a través de los siglos, haciendo incierta su identificación. Estas piedras de colores brillantes refractan la refulgente brillantez de la gloria de Dios en una amplia variedad de maravillosos colores. La escena era de conmovedora belleza, un espectro de deslumbrantes colores brillando desde la nueva Jerusalén en todo el recién creado universo.

El otro aspecto de la ciudad celestial que captó la atención de Juan fue las doce puertas, que eran doce perlas. Las perlas eran altamente apreciadas y de gran valor en la época de Juan. Pero esas perlas no eran como cualquiera de las perlas que pueda producir una ostra, ya que cada una de las puertas era una perla gigantesca de casi 2.200 kilómetros de altura.

3. Su carácter interno

Y la calle de la ciudad era de oro puro, transparente como vidrio. Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero. La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera. Y las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella; y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella. Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche. Y llevarán la gloria y la honra de las naciones a ella. No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero.

Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones. (Apo_21:21 to Apo_22:2)

Como si ver la espléndida ciudad capital del cielo desde lejos no fuera privilegio suficiente, el guía angelical de Juan lo llevó a su interior. Al entrar en la ciudad, el apóstol observó que la calle de la ciudad “era de oro puro, transparente como vidrio”. Las calles en la nueva Jerusalén estaban hechas de oro puro de la más alta calidad, que, como todo el resto de las cosas en la ciudad celestial, era transparente como vidrio. El oro transparente no es un material que conozcamos en la tierra. Sin embargo, todo en el cielo es transparente para dejar que la luz de la gloria de Dios brille sin restricciones.

Una vez dentro de la ciudad, lo primero que Juan observó fue que “en ella [no había] templo”. Hasta este punto, ha habido un templo en el cielo; pero no habrá necesidad de uno ahora, “porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero”. Su gloria resplandeciente llenará el cielo nuevo y la tierra nueva, y no habrá necesidad de que alguien vaya a algún lugar para adorar a Dios. La vida será la adoración, y la adoración será la vida. Los creyentes estarán constantemente en su presencia.

Juan también observa que la ciudad “no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera”. El cielo nuevo y la tierra nueva serán radicalmente diferentes de lo que tenemos en la tierra actual, que es totalmente dependiente del sol y la luna, es decir, de los ciclos de la luz y las tinieblas y de las mareas de los océanos. En el cielo nuevo y en la tierra nueva serán innecesarios. No habrá mar (Apo_21:1), ni se necesitará el sol ni la luna para que den luz, porque la gloria de Dios ilumina a la nueva Jerusalén y su lumbrera será el Cordero. Una vez más en Apocalipsis, Dios el Padre y el Cordero, Jesucristo, comparten autoridad (Apo_3:21).

Pudiera ser que la verdad de que “los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a [la ciudad]” ofrezca una prueba adicional de la absoluta igualdad en el cielo. Esa frase pudiera indicar que no habrá estructura social o clasista, que los que entren en la ciudad renunciarán a su gloria terrenal. Otra posible interpretación es que esa frase se refiera a los creyentes que vivan al final del milenio. Según ese punto de vista, la declaración de que los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a la nueva Jerusalén se refiere al traslado de esos creyentes antes de la desaparición del universo actual.

Luego Juan añade otro detalle a su descripción de la nueva Jerusalén. Por todo el interminable día del estado eterno “sus puertas nunca serán cerradas”. En una antigua ciudad amurallada se cerraban las puertas al anochecer, a fin de impedir que entraran en la ciudad invasores y otros individuos potencialmente peligrosos, al abrigo de las tinieblas. En la eternidad, la ciudad será completamente segura; “no habrá noche” y las puertas de la nueva Jerusalén nunca serán cerradas. Será un lugar de seguridad y solaz, donde el pueblo de Dios “descansará de sus trabajos” (Apo_14:13).

Los reyes no serán los únicos que rendirán su prestigio y gloria terrenales cuando entren en el cielo. La gloria y la honra de las naciones también se acabará, por decirlo así, ante la eterna adoración de Dios el Padre y del Señor Jesucristo.

Todo en el cielo será perfectamente santo. “No entrará en [la nueva Jerusalén] ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira”. Los únicos allí serán “aquellos cuyos nombres están escritos en el libro de la vida del Cordero” (Apo_3:5; Apo_13:8; Apo_20:12).

Entonces el ángel le muestra al apóstol “un río limpio de agua de vida”. El agua de vida no es agua como la conocemos (recuerde que no hay ningún mar en el estado eterno, más bien se trata de un símbolo de la vida eterna; Isa_12:3; Jua_4:13-14; Jua_7:38). Como todo lo demás en la nueva Jerusalén, el río era resplandeciente como cristal, de modo que pueda reflejar la gloria de Dios. Cae en forma de cascada del trono de Dios y del Cordero en una corriente deslumbrante, y sin fin. Su fluir puro y despejado simboliza el constante fluir de la vida eterna desde el trono de Dios hacia el pueblo de Dios.

La frase “en medio de la calle” se traduce mejor “en medio de su senda” y se relaciona con la frase siguiente: “y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida”. El árbol de la vida es el equivalente celestial del árbol de la vida en Edén (Gén_2:9; Gén_3:22-24). Provee para los que son inmortales. El árbol de la vida era un conocido concepto judío que expresaba bendición (Apo_2:7). El árbol celestial simboliza las bendiciones de vida eterna. El que el árbol produzca doce frutos, “dando cada mes su fruto” subraya la infinita variedad que llenará el cielo. El empleo del término “mes” no se refiere a tiempo, ya que este es el estado eterno y ya no existe el tiempo. Es una expresión de la gozosa provisión de eternidad, expresada en términos de tiempo conocidos.

Luego Juan hace la intrigante observación de que “las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones”. Tal vez una mejor forma de traducirlo sería “dar vida”, “dar salud”, ya que la palabra griega para “sanidad” también puede significar “terapéutica”. Las hojas del árbol se pueden comparar con vitaminas sobrenaturales, ya que las vitaminas no se toman para tratar enfermedades, sino para proporcionar una salud general. La vida en el cielo será totalmente llena de energía y emocionante.

El texto no dice si los santos se comerán realmente las hojas del árbol, aunque eso es posible. Los ángeles comieron comida con Abraham y Sara (Gén_18:1-8), como hizo Cristo con sus discípulos después de su resurrección (Luc_24:42-43; Hch_10:41). Es posible que los santos en el cielo coman, no por necesidad, sino por disfrute.

4. Los privilegios de sus habitantes

Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes. No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos. (Apo_22:3-5)

Mientras Juan recorría la nueva Jerusalén, no pudo menos que observar que la vida era muy diferente para sus habitantes. El cambio más radical con relación a la tierra actual es que “no habrá más maldición”. Como observamos antes, la eliminación de la maldición traerá como resultado el fin del sufrimiento, del dolor y sobre todo de la muerte, el aspecto más terrible de la maldición (Gén_2:17). Aunque no habrá templo en la nueva Jerusalén, “el trono de Dios y del Cordero estará en ella”. Dios el Padre y el Cordero, Jesucristo, reinarán por toda la eternidad. Como Dios seguirá por siempre siendo el soberano del cielo, sus siervos le servirán. Dedicarán toda la eternidad a llevar a cabo la infinidad de tareas que la ilimitada mente de Dios pueda concebir. Increíblemente, como indica la parábola en Luc_12:35-40, el Señor también les servirá a ellos.

Los santos en la nueva Jerusalén también verán el rostro de Dios. Al ser perfectamente santos y justos, podrán soportar el nivel celestial de la luz gloriosa de la presencia de Dios, sin ser consumidos, algo imposible para los hombres de la tierra (Éxo_33:20).

Además, los redimidos serán la posesión personal de Dios. “Su nombre estará en sus frentes”. Tal identificación no dejará dudas de a quién le pertenecen para siempre. Juan repite la anterior descripción de la magnificencia del cielo: “No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará” (cp. Apo_21:22-26). Luego añade un emotivo final que describe la experiencia celestial de los santos: nunca terminará, ya que “reinarán por los siglos de los siglos”.

La eterna ciudad capital del cielo, la nueva Jerusalén, será un lugar de indescriptible belleza. Pero la más gloriosa realidad de todas será que los que en otros tiempos habían sido rebeldes pecadores serán hechos justos, disfrutarán de íntima comunión con Dios y con el Cordero, les servirán, y reinarán con ellos para siempre en completo gozo e incesante alabanza.