2. Un avance del regreso de Cristo (Ap. 1:9-20)
A principios del siglo ll, Plinio se refirió
al cristianismo como una “depravada y extravagante superstición” y se quejó de
que “el contagio de esta superstición [el cristianismo] se había extendido no
solo en las ciudades, sino también en las aldeas y en los distritos rurales”.1 El historiador romano Tácito, un contemporáneo de Plinio, describió a los cristianos como “una
clase odiada por sus abominaciones”.2
Políticamente, los romanos veían a los cristianos
como desleales, porque se negaron a reconocer a César como la autoridad
suprema. Desde el punto de vista religioso, a los cristianos se les acusaba de
ateos, porque rechazaban los dioses romanos y adoraban a un Dios invisible en
vez de ídolos. Socialmente, los cristianos eran a menudo despreciados, porque
muchos provenían de la clase baja (cp. 1Co_1:26). La enseñanza cristiana de que todas las personas son iguales (Gál_3:28; Col_3:11) amenazaba con socavar la
estructura cultural de los romanos acomodados y dio comienzo a una preocupación por una revuelta de esclavos.
En tal era de superstición,
muchos romanos temían que los desastres naturales eran el resultado del
descuido de los dioses paganos. Un líder eclesial del siglo iii, Tertuliano,
observó: “Si el Tíber alcanza los muros, si el Nilo no crece hasta los campos,
si el cielo no se mueve o la tierra lo hace, si hay hambruna, si hay plaga, se
grita a una voz, ‘¡los cristianos al león!’”.3
Durante las primeras décadas después de la muerte de
Cristo, el gobierno romano consideraba el cristianismo como una secta del
judaísmo (Hch_18:12-16). Al final, los romanos reconocieron el
cristianismo como una religión distinta del judaísmo. Esto
identificaba a los cristianos como adoradores de una religión ilícita (el
judaísmo era una religión lícita). A pesar de eso, no hubo persecución oficial
por las autoridades romanas hasta el tiempo de Nerón. Buscando desviar la
sospecha pública de que él había sido el causante del gran incendio en Roma (19
jul., 64 d.C.), Nerón culpó a los cristianos. Como resultado, muchos cristianos
fueron ejecutados en Roma, seguido poco después por la persecución por todo el
imperio.
Tres décadas más tarde,
Domiciano instigó una persecución oficial a los cristianos. Se extendió a la
provincia de Asia (la moderna Turquía) durante el tiempo en el que el apóstol
Juan había sido desterrado a la isla de Patmos. Los cristianos perseguidos a
quienes Juan escribió en Apocalipsis, necesitaban ánimo desesperadamente. Los
demás apóstoles estaban muertos, y Juan había sido desterrado a Patmos.
Los lectores de Juan recibieron
consuelo por el hecho de que Cristo un día vendría en gloria a derrotar a sus
enemigos. Sin embargo, la visión de Jesucristo que comienza el libro no
describe a Jesucristo en su gloria futura, sino que lo representa en la
actualidad como el Señor glorificado de la Iglesia. A pesar de toda la
desilusión, el Señor no ha abandonado a su pueblo ni sus promesas. Esa poderosa
visión del ministerio de Cristo hacia ellos debió haber provisto gran esperanza
a las sufridas iglesias a las que Juan escribió.
EL ESCENARIO DE LA VISIÓN (Apo_1:9-11)
Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en
la paciencia de Jesucristo, estaba en la isla llamada Patmos, por causa de la
palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo. Yo estaba en el Espíritu en el
día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta, que decía: Yo
soy el Alfa y la Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves,
y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Efeso, Esmirna, Pérgamo,
Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea. (Apo_1:9-11)
Esta es la tercera vez en los primeros nueve versículos que Juan
se refiere a sí mismo por nombre (Apo_1:1; Apo_1:4). Juan estaba asombrado de que
a pesar de su indignidad, tuvo el incomparable privilegio de recibir esta
extraordinaria visión.
Juan era un apóstol, miembro del
círculo íntimo de los Doce con Pedro y Jacobo, y el escritor de un Evangelio y
tres epístolas. Pero con humildad se identifica sencillamente como “vuestro
hermano”. No escribió para impresionar, sino como un testigo de la revelación de
Cristo, que comienza a desarrollarse con esta visión.
Juan se identifica también con
sus lectores describiéndose como “copartícipe” de ellos. Al igual que ellos,
Juan estaba sufriendo una severa persecución por la causa de Cristo, habiendo
sido desterrado como si fuera un delincuente común. Podía identificarse con
otros aquejados creyentes. Juan también formaba parte del mismo reino que sus
lectores, la comunidad redimida de los que seguían al Cristo resucitado. Por
último, Juan se identificó con sus lectores en cuanto a paciencia. La palabra
griega traducida en el versículo 9 como “paciencia” significa literalmente
“permanecer bajo”, es decir, soportar con paciencia las dificultades sin
renunciar.
Cuando recibió esta visión, Juan
estaba desterrado en la isla llamada Patmos, una isla desértica y volcánica en
el mar Egeo, que tiene unos quince kilómetros de largo y unos diez kilómetros
de ancho. Está situada a unos sesenta y cuatro kilómetros de la costa de la
moderna Turquía. Según el historiador romano Tácito, el destierro a tales islas
era una forma común de castigo en el primer siglo. Casi al mismo tiempo que
Juan fue desterrado a Patmos, el emperador Domiciano desterró a su propia
sobrina, Flavia Domitilla, a otra isla.4 Las
condiciones de Juan habrían sido muy duras. Trabajo
extenuante bajo la vigilancia de un soldado romano, comida y ropa insuficientes
y el tener que dormir sobre el suelo descubierto pasarían factura a un anciano
de noventa años. Fue en esa sombría y desértica isla, bajo esas brutales condiciones,
que Juan recibió la revelación más extensa que se haya ofrecido sobre el
futuro.
Juan recibió su visión mientras
estaba “en el Espíritu”. Su experiencia trascendió los límites de la
comprensión humana normal. En ese estado, Dios le reveló cosas de manera
sobrenatural. Si bien es poco frecuente, este tipo de experiencia ocurrió
también a otros líderes en la Biblia como Ezequiel (Eze_2:2; Eze_3:12; Eze_3:14), Pedro (Hch_10:9 ss) y Pablo (Hch_22:17-21; 2Co_12:1 ss).
Juan recibió su visión en “el día del
Señor”. Algunos argumentan que esto se refiere al tiempo del juicio futuro
llamado el día del Señor, pero es mejor entenderlo como una alusión al domingo.
La frase griega traducida aquí “el día del Señor” es diferente a la frase
traducida “el día del Señor” en otros versículos (1Co_5:5; 1Ts_5:2; 2Ts_2:2; 2Pe_3:10) y aparece solo aquí en el Nuevo Testamento. Además de eso, la visión que Juan recibió no
tenía nada que ver con el futuro día del Señor. Era una visión del actual
ministerio de Cristo en la iglesia. Por último, en el segundo siglo la frase se
empleaba ampliamente para referirse al domingo.5 La frase “el
día del Señor” vino a ser la forma acostumbrada de referirse al domingo, ya que
la resurrección de Cristo tuvo lugar en domingo.
Juan recibió de modo
espectacular su encomienda de registrar la visión (Apo_1:10 b). La gran voz era la voz del
Señor Jesucristo (Apo_1:12-13;
Apo_1:17-18), sonando a Juan “como de trompeta”. En todo Apocalipsis, una gran voz o sonido indica
la seriedad de lo que está a punto de revelarse.
La voz soberana y poderosa del
cielo le ordenó a Juan: “Escribe en un libro lo que ves”. Esta es la primera de
doce órdenes en el libro de Apocalipsis para que Juan escribiera lo que veía.
En otra ocasión se le prohibió escribir (Apo_10:4).
Después de escribir la visión, Juan debía enviarla a
las siete iglesias. Como ya se ha mencionado, esas ciudades estaban situadas en
la provincia romana de Asia (la moderna Turquía). Esas siete iglesias fueron
escogidas porque estaban situadas en ciudades importantes de los siete
distritos postales en los que se dividía Asia. Ellas eran los puntos centrales
para diseminar información.
Las siete ciudades aparecen en
el orden en el que un mensajero, viajando por una gran carretera circular que
las unía, las visitaría. Después de llegar a Mileto, el mensajero o los
mensajeros que llevaban el libro de Apocalipsis, habrían viajado al norte hasta
Efeso (la ciudad más cerca de Mileto), luego, en el sentido del reloj, Esmirna,
Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea. Se habrían repartido copias de
Apocalipsis a cada iglesia. (Véase el mapa de “Patmos y las siete iglesias de
Asia” en la página 42).
LA REVELACIÓN DE LA VISIÓN (Apo_1:12-16;
Apo_1:20)
Después de describir las circunstancias, Juan expone la
revelación de la visión. Esa reveladora mirada a la obra de Cristo deja al
descubierto siete aspectos del ministerio continuo del Señor en su Iglesia.
1. Cristo da poder a su Iglesia
Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de
oro, y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre,…
los siete candeleros… son las siete iglesias. (Apo_1:12-13 a, Apo_1:20 b)
Al principio, Juan estaba de espaldas a la voz, de modo que “[se volvió] para ver la voz que hablaba con” él. Al volverse, primero
vio siete candeleros de oro, identificados en el versículo 20 como las siete
iglesias. Eran lámparas portátiles comunes, ubicadas en sus bases y que se
usaban para alumbrar las habitaciones en las noches. Simbolizan las iglesias
como las luces del mundo (Flp_2:15). Son de oro porque el oro era
el metal más precioso. La Iglesia es para Dios lo más bello
en la tierra. “Siete” es el número de la perfección (Éxo_25:31-40; Zac_4:2). Aquí,
las siete iglesias simbolizan las iglesias en general. Esas eran iglesias
reales en lugares reales, pero simbolizan los tipos de iglesias que hay a
través de toda la historia de la Iglesia.
En medio de los siete candeleros
Juan vio “a uno semejante al Hijo del Hombre” (Dan_7:13), el Señor glorificado. Jesucristo prometió su continua presencia con su
Iglesia. En Mat_28:20 dijo: “Yo
estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”.
2. Cristo intercede por su Iglesia
vestido de una ropa que llegaba hasta los
pies, y ceñido
por el pecho con un cinto de oro. (Apo_1:13 b)
Lo primero que Juan observó fue que Cristo estaba “vestido
de una ropa que llegaba hasta los pies” (cp. Isa_6:1). Tal ropa la usaba la realeza
(p. ej., Jue_8:26; 1Sa_18:4) y los profetas (1Sa_28:14). En el Antiguo Testamento en
griego, la palabra traducida “ropa” se empleó con más
frecuencia para describir la ropa usada por el sumo sacerdote. Aunque a Cristo
se le presenta bíblicamente como profeta y rey, aquí la ropa describe a Cristo
en su función de gran Sumo Sacerdote de su pueblo. La imagen de Cristo “ceñido
por el pecho con un cinto de oro” respalda esa interpretación, ya que el sumo
sacerdote en el Antiguo Testamento usaba ese cinto (Éxo_28:4; Lev_16:4).
Como nuestro sumo sacerdote, Cristo ofreció
una vez el perfecto y completo sacrificio por nuestros pecados, y ahora
intercede fielmente por nosotros de manera permanente (Rom_8:33-34). Él
tiene una capacidad sin igual de compadecerse de nosotros en nuestras tristezas
y tentaciones (Heb_2:18; Heb_4:15). El conocimiento de que su
Sumo Sacerdote se estaba moviendo en medio de ellos con compasión para cuidarlos, proporcionó un gran consuelo y esperanza a las
iglesias perseguidas.
3. Cristo purifica a su Iglesia
Su cabeza y sus cabellos eran blancos como
blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al
bronce bruñido,
refulgente como en un horno; (Apo_1:14-15 a)
Juan describe a Cristo mismo en los versículos
Apo_1:14-15; empieza con detallar la obra de Cristo de
corregir y purificar a su Iglesia. Esto resuena con las enseñanzas del Nuevo Testamento que con toda claridad proclama la norma
santa que Cristo ha establecido para su Iglesia. “Sed, pues, vosotros perfectos
como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mat_5:48).
La descripción de Juan de la “cabeza [y los]
cabellos [de Cristo] blancos como blanca lana, como nieve,” es una clara
alusión a Dan_7:9, donde una terminología similar describe al Anciano de días (Dios el Padre). Las
descripciones paralelas confirman la deidad de Cristo. Él posee el mismo
atributo de conocimiento y sabiduría santos como el Padre. “Blancos” incluye la
idea de “brillante” o “radiante”. Simboliza la veracidad eterna y santa de
Cristo.
Juan observa también que eran
sus ojos “como llama de fuego” (cp. Apo_2:18; Apo_19:12). Su mirada escrutadora penetra
hasta las mismas profundidades de su Iglesia, revelando con penetrante claridad
la realidad de todo lo que debe saberse.
Que los pies de Cristo fueran “semejantes
al bronce bruñido, refulgente como en un horno”, es una evidente alusión al
juicio sobre los pecadores en la Iglesia. Los reyes en los tiempos antiguos se
sentaban en tronos altos, de modo que los que eran juzgados siempre estarían
bajo los pies del rey. Los pies de un rey, por tanto, vinieron a ser símbolos
de su autoridad. Los pies candentes y resplandecientes de Cristo lo describen
moviéndose entre la Iglesia para ejercer su santo escrutinio.
4. Cristo habla con autoridad a su Iglesia
y su voz como estruendo de muchas aguas. (Apo_1:15 b)
Cuando Cristo volvió a hablar, ya no fue con el
sonido como de trompeta del versículo 10. Ahora era su voz “como estruendo de
muchas aguas”, como el conocido sonido de las olas que chocan contra las
rocosas costas de Patmos en una tormenta. La voz del Dios eterno fue de igual
manera descrita en Eze_43:2, y muestra otro paralelo que afirma la
deidad de Cristo.
Cuando Cristo habla, la Iglesia debe escuchar. En la transfiguración Dios dijo: “Este es mi Hijo amado,… a él oíd” (Mat_17:5). “Dios,
habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres
por los profetas”, escribió el autor de Hebreos, “en estos postreros días nos
ha hablado por el Hijo” (Heb_1:1-2). Cristo habla a su Iglesia
directamente por medio de las Escrituras inspiradas por el Espíritu Santo.
5. Cristo domina a su Iglesia
Tenía en su
diestra siete estrellas…
las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, (Apo_1:16 a, Apo_1:20 a)
Como cabeza de su Iglesia (Efe_4:15; Efe_5:23; Col_1:18), Cristo ejerce autoridad en
su Iglesia. En la visión de Juan, Cristo tiene siete
estrellas en su diestra, identificadas en el versículo 20 como “los ángeles de
las siete iglesias”, que simbolizaban a esas autoridades. El que las tuviera en
su diestra no describe seguridad y protección, sino dominio.
La palabra griega que se traduce
aquí “ángeles” es la palabra común para ángeles, llevando a algunos intérpretes
a concluir que se habla de seres angelicales en este pasaje. Pero en ninguna
parte del Nuevo Testamento se enseña que los ángeles participen en el liderazgo
de la iglesia. Los ángeles no pecan y no tienen que arrepentirse, como se les
exhorta a los mensajeros y a las congregaciones que representan (Apo_2:4-5;
Apo_2:14;
Apo_2:20;
Apo_3:1-3;
Apo_3:15;
Apo_3:17;
Apo_3:19). El doctor Robert L. Thomas
observa una dificultad adicional con este punto de vista: “Supone que Cristo está enviando un mensaje a seres celestiales a
través de Juan, un agente terrenal, para que llegue a iglesias terrenales a
través de representantes angelicales”.6
Se entiende mejor como “mensajeros”, como en Luc_7:24; Luc_9:52; y Stg_2:25. Algunos sugieren que esos
mensajeros eran representantes de cada una de las siete iglesias que fueron a
visitar a Juan en Patmos y se llevaron de vuelta consigo el libro de
Apocalipsis. Pero como se dice que Cristo los tiene en su mano derecha, es más probable que fueran ancianos y pastores, uno de cada una de las
siete iglesias.
Esos siete hombres muestran la
función de los guías espirituales en la iglesia. Deben ser instrumentos por
medio de los cuales Cristo establezca su dominio. Por eso las normas para el
liderazgo en el Nuevo Testamento son tan elevadas. Tener el encargo de ser como
un intermediario por medio del cual el Señor Jesucristo domina a su iglesia es
tener el llamado a una responsabilidad muy seria (cp. 1Ti_3:1-7; Tit_1:5-9).
6. Cristo protege a su Iglesia
de su boca salía una espada aguda de dos filos; (Apo_1:16 b)
La presencia de Cristo también brinda protección a su
iglesia; “de su boca sale una espada aguda” que se emplea para defender a la
iglesia contra las amenazas externas. Sin embargo, aquí se refiere
primordialmente al juicio contra los enemigos de dentro de la iglesia (Apo_2:12; Apo_2:16; Hch_20:30). Los que atacan la Iglesia de
Cristo, siembran mentiras, crean discordias o de otro modo dañan a su pueblo tendrán que enfrentarse personalmente al Señor de la
Iglesia. Su Palabra es potente (Heb_4:12-13), y la usará contra los enemigos de su pueblo (cp. 2Ts_2:8), para que todo el poder de la
potestad de las tinieblas sean incapaces de impedir que el Señor Jesucristo edifique su Iglesia.
Cristo refleja su gloria por
medio de su Iglesiay su rostro era como el sol cuando resplandece en su
fuerza.
(Apo_1:16 c)
La visión que tuvo Juan del glorificado Señor de la
Iglesia culminó en esta descripción de la gloria radiante que se veía en su
rostro. Juan tomó prestada esta frase de Jue_5:31, donde describe a los que aman
al Señor (Mat_13:43). La gloria de Dios a través de Cristo brilla en su Iglesia y mediante su Iglesia, reflejando su
gloria al mundo (2Co_4:6). El resultado final es que Él es glorificado (Efe_3:21).
Los efectos de la visión (Apo_1:17-19)
La abrumadora visión que presenció Juan le
transformó. Su respuesta inicial fue de temor devastador, que el Señor eliminó
al darle a Juan confianza y luego un sentido de responsabilidad.
Temor
Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. (Apo_1:17 a)
De una forma similar a su experiencia en la transfiguración de Jesús más de seis décadas antes (Mat_17:6), Juan se sintió una vez más abrumado con temor al encontrarse con la gloria de Cristo.
Dicho temor era una norma en todos los que experimentaban tales excepcionales
visiones del cielo (Isa_6:5; Eze_1:28; Eze_3:23; Dan_10:8-9).
En marcado contraste con los reclamos jactanciosos de muchos en la
actualidad que dicen haber visto a Dios, la reacción
de los que, en las Escrituras, vieron realmente a Dios fue la de temor. Los que
se han enfrentado cara a cara con la gloria de Cristo se atemorizan, al
comprender que su pecaminosa indignidad está en su santa presencia.
2. Seguridad
Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y
el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos
de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades. (Apo_1:17
b-Apo_1:18)
Como había hecho en la transfiguración (Mat_17:7), Jesucristo puso su diestra
sobre Juan y lo consoló. Este es un toque de consuelo
y seguridad. Hay consuelo para los cristianos anonadados ante la majestad de
Cristo, en la seguridad de su amor y su perdón. Las palabras consoladoras de
Jesucristo, “No temas”, muestran su compasión al brindar seguridad al
atemorizado apóstol.
El consuelo que Jesús ofrece se
basa en su persona y su autoridad. En primer lugar, se identificó como “yo
soy”, el nombre de pacto de Dios (Éxo_3:14). Acto seguido Jesucristo se
identificó como “el primero y el último” (véase también Apo_2:8; Apo_22:13), un título para referirse a Dios en el Antiguo Testamento (Isa_44:6; Isa_48:12). Tercero, Jesucristo reclamó ser “el que vivo” (cp. Jua_1:4; Jua_14:6). Él
es el Eterno, el no creado, el que existe por sí mismo. El que Jesús se haya
atribuido estos títulos es una prueba convincente de su deidad.
La aparente declaración
paradójica de Cristo “estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los
siglos” proporciona mayor fundamento para la seguridad. El texto griego dice
literalmente “me hice muerto”. El que vive, el eterno Dios que nunca puede
morir, se hizo hombre y murió (1Pe_3:18).
“He aquí” presenta una
declaración de asombro y admiración: “vivo por los siglos de los siglos”.
Cristo vive para siempre en una unión de humanidad glorificada y deidad, “según
el poder de una vida indestructible” (
Heb_7:16). “Cristo,
habiendo resucitado de los muertos”, escribió Pablo, “ya no muere; la muerte no
se enseñorea más de él” (Rom_6:9).
Jesús también “tiene las llaves de la muerte y del
Hades”. Esos términos son esencialmente sinónimos, ya que la muerte es la
condición y el Hades es el lugar. “Hades” es el equivalente neotestamentario
del término “Seol” del Antiguo Testamento y se refiere al lugar de los muertos;
“llaves” denota acceso y autoridad. Jesucristo tiene la autoridad para decidir
quién muere y quién vive. Juan, como todos los redimidos, no tiene de qué
temer, porque Cristo ya lo libró de la muerte y el Hades por su propia muerte.
El saber que Cristo tiene autoridad
sobre la muerte proporciona seguridad, porque los creyentes ya no tienen que
temerla. Jesús dijo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí,
aunque esté muerto, vivirá… porque yo vivo, vosotros también viviréis” (Jua_11:25; Jua_14:19). El conocimiento de que
Cristo “nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su
sangre” (Apo_1:5) proporciona seguridad, que es el
equilibrio con el temor reverencial que evoca su gloria y majestad.
3. Deber
Escribe las cosas que has visto, y las que
son, y las que han de ser después de estas. (Apo_1:19)
Por último, se le proporciona a Juan un recordatorio
de su responsabilidad. La anterior orden de Cristo de que escriba se amplía
ahora, al decírsele a Juan que registrara tres cosas. En primer lugar, “las
cosas que has visto”, la visión que Juan acababa de ver y de contar en los
versículos Apo_1:10-16. Después, “las que son”, una alusión a las cartas a las siete iglesias en los
capítulos 2 y 3. Por último, Juan debía escribir “las cosas que han de ser
después de estas”, las profecías de los acontecimientos futuros que se muestran
en los capítulos 4-22. Esta orden triple proporciona un bosquejo para el libro
de Apocalipsis, abarcando pasado, presente y futuro.
Al igual que Juan, todos los cristianos tenemos una responsabilidad de transmitir las verdades que hemos aprendido de las visiones que se registran en este libro. Esas visiones al principio pueden parecer alarmantes, incluso inquietantes, pero ellas, como todas las Escrituras, son “[inspiradas] por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2Ti_3:16-17). Cuando los creyentes estudiamos la gloria de Cristo reflejada en Apocalipsis, “nosotros todos… [seremos] transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2Co_3:18).