Jiping es el primer dirigente tras Mao Tse-Tung en permanecer al frente del Partido comunista chino, y por tanto, al frente de toda China, durante más de dos mandatos.
En un discurso de una hora y tres cuartos, el comunista fue especialemente aplaudido cuando habló de «completar la reunificación de China», en clara referencia a Taiwán, la isla autónoma que las autoridades chinas consideras una provincia separatista de la que tarde o temprano tomará el control. Taiwán, de hecho, solo es reconocida como estado independiente por un escaso número de naciones a lo largo del mundo. «No renunciaremos al uso de la fuerza y tomaremos todas las medidas necesarias para detener todos los movimientos separatistas», dijo el presidente chino. «La resolución del problema de Taiwan es un asunto del propio pueblo chino, que debe ser decidido por el pueblo chino», añadió.
En su largo discurso también se acordó de la religión, pero para enfatizar en que China continuará su impulso para «sinizar la religión y dirigir de manera proactiva la adaptación de la religión y la sociedad socialista».
Eso supone un control absoluto sobre las creencias religiosas, lo cual incluye las de los católicos chinos. Algo para lo que cuenta con la inestimable colaboración de la Asociación Patriótica Católica China, al servicio de la dictadura comunista, y con la de la Santa Sede, que hace años firmó un acuerdo con dicha dictadura para el nombramiento de obispos.