Ya se ha dicho antes que no hay poder alguno en la materia para poder influir en el espíritu. También se han hecho las matizaciones pertinentes a esa afirmación. Dicho lo cual habría que decir que lo que habría expulsado a Asmodeo no sería, propiamente hablando, la virtud ínsita en el corazón e hígado del pez, sino la obediencia de Tobías al hacer lo que el ángel le pidió. Es la obediencia, y no aquellas entrañas, lo que provoca el exorcismo. O dicho de otro modo, no es aquella materia sino el poder de Dios el que expulsa al demonio.
De la misma manera cuando Dios en el Antiguo Testamento mandó que para la purificación de los pecados se sacrificara un cordero en el altar del Templo, El sabía que la materialidad de esa muerte no perdonaba nada, ni tenía ningún efecto espiritual, sino que era la obediencia al Dios que mandaba ese rito la que purificaba y la que provocaba efectos espirituales. El rito en sí no purificaba, el rito era la verificación de esa obediencia.
Esta cuestión acerca de las entrañas del pez es muy útil para recordar que en el ejercicio del ministerio del exorcismo hay que evitar toda tentación de caer en cualquier tipo de especie de prácticas mágicas aunque su contenido sea cristiano. Es el poder de Dios lo que expulsa al demonio, lo que vaya más allá de la simplicidad de insistir en la oración y de la sencilla aplicación de cosas bendecidas sobre el cuerpo del poseso, lo que va más allá de la llana transparencia de la fe, es materia no sólo peligrosa, sino errada. Pues es caer en prácticas mágicas con la excusa de que lo estamos haciendo con objetos bendecidos u oraciones dirigidas a Dios. Sería algo mágico, por ejemplo, el que el sacerdote dijera que para liberar a alguien del demonio hay que aplicarle una mezcla de óleo sagrado con agua bendita e incienso en polvo durante cuatro domingos seguidos, y que cada vez que se haga se tiene después que recitar el padre nuestro de pie y otro de rodillas. U otro ejemplo de práctica mágica con elementos cristianos sería por ejemplo decir que hay que rezar una determinada oración siete veces y que tras cada recitación hay que darle a beber agua bendita y después mirar a la Virgen juntando las manos y recitando tres veces el Gloria. Todo esto, aunque sea con objetos cristianos sería de hecho una práctica mágica. Pues la eficacia de la liberación ya no se pondría en la fe en Dios, en la oración simple dirigida a El con la confianza de un niño que pide a su padre, sino que la eficacia habría pasado a la materialidad de un objeto que debe ser aplicado de un modo extremadamente determinado para que funcione la oración.