La venida del Espíritu al mundo en el día de Pentecostés debe verse en relación a su obra en dispensaciones previas. En el Antiguo Testamento el Espíritu Santo estaba en el mundo como el Dios omnipresente; sin embargo, se dice que El vino al mundo en el día de Pentecostés. Durante la edad presente se dice que El permanece en el mundo, pero que partirá fuera del mundo en el mismo sentido como vino en el día de Pentecostéscuando ocurra el arrebatamiento de la iglesia. Con el propósito de entender esta verdad del Espíritu Santo, deben ser considerados varios aspectos de la relación del Espíritu con el mundo.
A. El espíritu santo en el antiguo testamento
A través del extenso período antes de la primera venida de Cristo, el Espíritu estaba presente en el mundo en el mismo sentido en el cual está presente en cualquier parte, y El obraba en y a través del pueblo de Dios de acuerdo a su divina voluntad (Gn. 41:38; Ex. 31:3; 35:31; Nm. 27:18; Job 33:4; Sal. 139:7; Hag. 2:4-5; Zac. 4:6). En el Antiguo Testamento el Espíritu de Dios se ve teniendo una relación con respecto a la creación del mundo. El tuvo parte en la revelación de la verdad divina a los santos profetas. El inspiró las Escrituras que están escritas, y tiene un ministerio en general hacia el mundo restringiendo el pecado, capacitando a los creyentes para el servicio y ejecutando milagros. Todas estas actividades indican que el Espíritu era muy activo en el Antiguo Testamento; sin embargo, no hay evidencia en el Antiguo Testamento de que el Espíritu morara en cada creyente.
Como indica Juan 14:17, El estaba «con» ellos pero no «en» ellos. De la misma manera, no hay mención de la obra de sellar del Espíritu o acerca del bautismo del Espíritu Santo antes del día de Pentecostés. De acuerdo a ello, podía anticiparse que después de Pentecostés habría una obra mucho mayor del Espíritu que en las edades precedentes.
B. El Espíritu Santo durante la vida de cristo en la tierra
Es razonable suponer que la presencia encarnada y activa de la Segunda Persona de la Trinidad en el mundo afectaría los ministerios del Espíritu, y encontramos que esto es cierto.
1. En relación a Cristo, el Espíritu era el poder generador por medio del cual el Dios-hombre fue formado en la matriz virginal.
El Espíritu también es visto descendiendo, en la forma de una paloma, sobre Cristo en el momento de su bautismo. Y otra vez se revela que era solamente a través del Espíritu eterno que Cristo se ofreció a sí mismo a Dios (He. 9:14).
2. La relación del Espíritu para con los hombres durante el ministerio terrenal de Cristo era progresiva.
Cristo les dio primeramente a sus discípulos la seguridad de que ellos podrían recibir el Espíritu pidiéndolo (Lc. 11:13). Aunque el Espíritu había venido previamente sobre los hombres de acuerdo a la soberana voluntad de Dios, su presencia en el corazón humano nunca había estado antes condicionada a la petición, y este nuevo privilegio nunca fue reclamado por ninguno en aquel tiempo, con respecto a lo que las Escrituras muestran.
Al término de su ministerio y justamente antes de su muerte, Cristo dijo: «Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: El Espíritu de verdad (Jn. 14:16-17). De igual manera, después de su resurrección el Señor sopló sobre ellos y dijo:
«Recibid el Espíritu Santo» (Jn. 20:22); pero, a pesar de este don temporal del Espíritu, ellos deberían de permanecer en Jerusalén hasta que fueran investidos permanentemente con poder de lo alto (Lc. 24:49; Hch. 1:4).
C. La venida del Espíritu Santo en Pentecostés
Como fue prometido por el Padre (Jn. 14:16-17, 26) y por el Hijo (Jn. 16:7), el Espíritu -quien como el único Omnipresente había estado siempre en el mundo- vino al mundo en el día de Pentecostés. La fuerza de esta repetición aparente de ideas se ve cuando queda comprendido que su venida en el día de Pentecostés era para que Él pudiera hacer su morada en el mundo. Dios el Padre, aunque Omnipresente (Ef. 4:6), es, en cuanto a su morada, «Padre nuestro que estás en los cielos» (Mt. 6:9). De la misma manera, Dios el Hijo, aunque omnipresente (Mt. 18:20; Col. 1:27), en cuanto a su morada ahora está sentado a la diestra de Dios (He. 1:3; 10:12). Del mismo modo, el Espíritu, aunque Omnipresente, está ahora aquí en la tierra en lo que respecta a su morada. El ocupar su morada en la tierra era el sentido en el cual el Espíritu vino en el día de Pentecostés. Su lugar de habitación fue cambiado del cielo a la tierra. Fue por esta venida del Espíritu al mundo que se dijo a los discípulos que esperaran. El nuevo ministerio de esta edad de gracia no podría comenzar aparte de la venida del Espíritu.
En los capítulos que siguen será presentada la obra del Espíritu en la edad presente. El Espíritu de Dios primeramente tiene un ministerio hacia el mundo, como se indica en Juan 16:7-11. Aquí El está revelado convenciendo al mundo de pecado, de justicia y de juicio. Esta obra que prepara a un individuo para recibir a Cristo inteligentemente es una obra especial del Espíritu, una obra de gracia, la cual ilumina a las mentes de los hombres incrédulos, cegados por Satanás, respecto a tres grandes doctrinas.
1 Al incrédulo se le hace entender que el pecado de la incredulidad en Jesucristo como su Salvador personal es el único pecado que permanece entre él y su salvación. No es cuestión de su justicia, sus sentimientos o cualquier otro factor. El pecado de la incredulidad es el pecado que impide su salvación (Jn. 3:18).
2. El incrédulo es informado en lo que concierne a la justicia de Dios. Mientras que en la tierra Cristo fue la viva ilustración de la justicia de Dios, luego de su partida el Espíritu es enviado para revelar la justicia de Dios hacia el mundo. Esto incluye el hecho de que Dios es un Dios justo, quien demanda mucho más de lo que cualquier hombre puede hacer por sí mismo, y esto elimina cualquier posibilidad de obras humanas como base para la salvación. Más importante, el Espíritu de Dios revela que hay una justicia obtenible por la fe en Cristo, y que cuando uno cree en Jesucristo puede ser declarado justo, justificado por la fe y aceptado por su fe en Cristo, quien es justo en ambas cosas, su persona y su obra en la cruz (Ro. 1:16-17; 3:22; 4:5).
3. Se revela el hecho de que el príncipe de este mundo, esto es, el mismo Satanás, ha sido juzgado en la cruz y está sentenciado al castigo eterno. Esto revela el hecho de que la obra en la cruz está terminada, que ese juicio ha tenido lugar, que Satanás ha sido vencido y que la salvación es obtenible para aquellos quienes ponen su confianza en Cristo. Mientras que no es necesario para un incrédulo comprender completamente todos estos hechos para ser salvado, el Espíritu Santo debe revelar lo suficiente de manera que, a medida que él cree, inteligentemente recibe a Cristo en su persona y su obra.
Hay un sentido en el cual esto fue parcialmente cierto en las edades pasadas, ya que incluso en el Antiguo Testamento era imposible para una persona creer y ser salvada sin una obra del Espíritu. Sin embargo, en la edad presente, siguiendo a la muerte y la resurrección de Cristo, estos hechos se vuelven ahora mucho más claros, y la obra del Espíritu, al revelarlos a los incrédulos, es parte de la razón importante para su venida a la esfera del mundo y hacer de ella su residencia.
En su venida al mundo en el día de Pentecostés, la obra del Espíritu en la iglesia tomó lugar en muchos aspectos nuevos. Esto será considerado en los últimos capítulos. Se dice que el Espíritu Santo regenera a cada creyente (Jn. 3:3-7; 36).
El Espíritu Santo mora en cada creyente (Jn. 7:37-39; Hch. 11:15-17; Ro. 5:5; 8:9-11; 1 Co. 6:19-20). Habitando en el creyente, el Espíritu Santo es nuestro sello hasta el día de la redención (Ef. 4:30). Luego, cada hijo de Dios es bautizado dentro del cuerpo de Cristo por el Espíritu (1 Co. 12:13). Todos estos ministerios se aplican igualmente a cada creyente verdadero en esta edad presente. En adición a estas obras que están relacionadas a la salvación del creyente, está la posibilidad del ser lleno del Espíritu y el andar por el Espíritu, lo cual abre la puerta a todo el ministerio del Espíritu en cuanto al creyente en esta edad presente. Estas grandes obras del Espíritu son la llave no solamente de la salvación sino que también para una vida cristiana efectiva en la edad presente.
Cuando el propósito de Dios en esta edad sea completado por el arrebatamiento de la iglesia, el Espíritu Santo habrá cumplido el propósito de su especial advenimiento al mundo y partirá del mundo en el mismo sentido de que Él vino en el día de Pentecostés. Puede verse un paralelo entre la venida de Cristo a la tierra para cumplir su obra y su partida hacia el cielo. Como Cristo, sin embargo, el Espíritu Santo continuará siendo omnipresente y seguirá una obra después del arrebatamiento similar a aquella que fue verdadera antes del día de Pentecostés.
La época presente es, de acuerdo a esto, en muchos aspectos, la edad del Espíritu, una edad en la cual el Espíritu de Dios está obrando en una manera especial para llamar a una compañía de creyentes de los judíos y los gentiles a formar el cuerpo de Cristo. El Espíritu Santo continuará trabajando después del arrebatamiento, como lo hará también en la edad del reino, la cual tendrá sus propias características y probablemente incluirá todos los ministerios del Espíritu Santo en la edad presente excepto aquel del bautismo del Espíritu.
La venida del Espíritu debería ser vista como un acontecimiento importante, esencial para la obra de Dios en la edad presente, así como la venida de Cristo es esencial para la salvación y el propósito elemental de Dios para proveer salvación para todo el mundo y especialmente para aquellos que creerían.