Sermones sobre la Segunda Venida - Spurgeon - Capítulo 1


LA PRIMERA RESURRECCIÓN

(El autor hace mención de este sermón diciendo que fue usado por el Espíritu para bendecir las almas de muchos, tanto cuando fue oído directamente, como cuando fue publicado y leído. Fue pronunciado en su nuevo templo, el Tabernáculo Metropolitano, el 5 de mayo de 1861. La parte doctrinal del sermón toca la cuestión disputada del Milenio, y el reino personal de Cristo en la tierra. Su espíritu es amable, la discusión enérgica, las inferencias prácticas sencillas, sinceras y solemnes.)
Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la Palabra de Dios, y a los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no habían recibido la marca en sus frentes, ni en sus manos; y volvieron a la vida, y reinaron con Cristo mil años. Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron los mil años. Ésta es la primera resurrección. Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él por mil años (Apo_20:4-6).
Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie delante de Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras (Apo_20:12).
   Sabéis muy bien, amigos, que es muy raro que trate de penetrar los misterios del futuro, tanto con respecto al segundo advenimiento, el reino milenial, o la primera y la segunda resurrección. Siempre que pasamos por ellos, en el curso de nuestras exposiciones, no nos desviamos del punto, pero si en algo somos culpables respecto al mismo, es más bien por decir demasiado poco del tema que por hablar en exceso.
      Y ahora, al entrar de plano en la cuestión, diré también que no lo hago por curiosidad o por novedad, ni pretendo tener la verdadera clave de las profecías que no han sido cumplidas todavía. No creo que fuera justificable el que pasara el tiempo en estudios proféticos, para los que no tengo el talento necesario, ni es la vocación a la cual el Maestro me ha llamado. Creo que algunos ministros sacarían mucha ventaja para el pueblo de Dios si hablaran más sobre el primer advenimiento y menos sobre el segundo. Pero he escogido este tópico porque creo que tiene aplicaciones prácticas, y que puede ser útil, instructivo y estimulante para todos nosotros.
   Encuentro que los predicadores más sinceros, entre los puritanos, no se abstuvieron de hablar de este tema misterioso. Voy a Chamock; y en su disquisición sobre la inmutabilidad de Dios no vacila en hablar de la conflagración de los mundos, del reino del milenio y de los nuevos cielos y la nueva tierra.
Si vamos a Richard Baxter, el hombre que amaba tanto las almas de los hombres, que quizá más que ningún otro, con la excepción de Pablo, sufrió de dolores de parto por las almas, encuentro que hace de la doctrina de la venida del Señor una saeta aguzada, y la lanza con gran precisión en el mismo corazón y conciencia de los incrédulos, como si fuera la misma lanza del cielo.
   John Bunyan también —el sencillo y honrado John—, que predicaba de modo que lo comprendiera un niño, y que nunca fue culpable de haber escrito sobre su .frente la palabra «Misterio», también él habla del advenimiento de Cristo, y de las glorias que le seguirán; y usa esta doctrina como un estímulo para los santos, y como una advertencia para los impíos.
No creo que haya de temblar si se me acusa de traer ante vosotros un tema sin provecho. Nos será provechoso si Dios bendice la palabra; y si es la Palabra de Dios, podemos esperar su bendición al predicarlo, pero Él no nos bendecirá si nosotros, por nuestra parte, decidimos no enseñar alguna parte de su consejo porque con nuestra pretendida sabiduría nos imaginamos que no tendrá efectos prácticos.

   I. Tomamos el primer texto con sus tres privilegios. Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con Él por mil años.
   Antes de entrar en estos privilegios, he de hacer notar que hay un modo de entender este versículo que creo inaceptable. He estado leyendo cuidadosamente a Albert Bames. Dice Barnes que, en su opinión, la primera resurrección mencionada aquí se refiere a una resurrección de principios: resurrección de la paciencia, valor indomable, audacia y constancia, como las de los antiguos mártires. Dice que estos grandes principios han sido olvidados, y están, como si dijéramos, enterrados; y que durante el reino espiritual de Cristo que ha de venir, estos grandes principios van a resucitar.
   Ahora bien, apelo a vosotros, para que leáis el pasaje y me digáis si creéis que éste es el significado. ¿Puede alguien creer que esto es lo que significa el texto, a menos que el tal tenga entre, manos una tesis que defender? El hecho es que, con frecuencia, leemos las Escrituras pensando en lo que deberían decir, más bien que en lo que dicen. Pido a cualquier persona sin doblez en su mente, que procura descubrir lo que hay en la mentalidad del Espíritu, y no descubrir un método por el cual fuerce las palabras a expresar lo que él quiere, que nos diga si aquí se trata de la resurrección de principios, de la resurrección de doctrinas, y que éste es el significado justo de lo que dicen las palabras.
   Hermanos, ¿no os dais cuenta con una mirada de que aquí se trata de la resurrección de hombres? Y ¿no es una resurrección literal, también? ¿No dice: Vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús? ¿No dice los otros muertos no volvieron a vivir? ¿Puede significar este otros muertos el resto de los principios muertos, o el resto de las doctrinas muertas? Es imposible traducirlo así. Es, sin la menor duda, una resurrección literal de los santos de Dios, y no de principios ni de doctrinas.
   Hermanos, el Espíritu Santo no hace juegos malabares con metáforas y hechos juntamente. Un libro de la Biblia que contiene tipos tiene indicaciones claras de este propósito, y cuando se llega a un pasaje literal incluido en un capítulo de carácter típico, siempre va unido a algo más que es de modo claro literal, de forma que no se puede darle un sentido típico sin que se haga violencia al sentido común.
   El hecho es que, al leer este pasaje con el juicio imparcial, no teniendo intención de servir a ninguna teoría, y sin tener ninguna que defender —pues confieso que no tengo ninguna, pues sé muy poco sobre los misterios futuros—, no puedo por menos que ver que hay dos resurrecciones literales aquí, una de los espíritus de los justos, y la otra de los cuerpos de los malos; una de los santos que duermen en Jesús, a quienes Dios traerá con Él, y otra de los que viven y mueren impenitentes, que han de ser condenados por sus pecados.
   Pero esto es a modo de prefacio. Hay tres privilegios en el texto.
   1. Veamos ahora el primer privilegio, el orden y la prioridad de la resurrección. Creo que la Escritura es en extremo clara y explícita sobre este punto. Es posible que os hayáis imaginado que todos los hombres van a resucitar en el mismo momento. Que la trompeta del arcángel abrirá todas las tumbas en el mismo instante, y que el sonido llegará al oído de cada durmiente en un mismo momento. No creo que sea éste el testimonio de la Palabra de Dios. Creo que la Palabra de Dios enseña, de modo indiscutible, que los santos se levantarán primero. Y no me interesa ahora hablar de la longitud del intervalo entre las dos resurrecciones, trátese de mil años literales, o de un período más largo; sólo quiero considerar el hecho de que hay dos resurrecciones, una resurrección de los justos, y después la de los injustos; un momento en que se levantarán los santos de Dios, y un momento después, cuando resucitarán los que van a condenación.
   Me referiré ahora a uno o dos pasajes en la Escritura, y podéis usar vuestra Biblia y seguirme. Primero, consideremos las palabras del apóstol en el capítulo que generalmente usamos en los servicios de entierro, la 1Co_15:20: «Ahora bien. Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. Porque ya que la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias, después, los que son de Cristo, en su venida. Después el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo principado, toda autoridad y potencia.»
   Ha habido un intervalo de dos mil años entre «Cristo las primicias» y el «después los que son de Cristo a su venida». ¿Por qué no ha de haber mil años entre la primera resurrección y «el fin»? Aquí hay una resurrección de los que son de Cristo, y sólo ellos. En cuanto a los no creyentes, apenas se puede saber que van a resucitar por este pasaje, si no fuera por la afirmación general, «todos serán vivificados», y esto, aún puede ser menos comprensivo de lo que parece a primera vista. Ahora me basta que haya aquí una resurrección particular y exclusiva de los que están en Cristo.
   Vayamos a otro pasaje que es, quizá, más sencillo; la epístola a los 1Ts_4:13 : «Y no queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los demás que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en Él. Por lo cual os decimos esto por Palabra del Señor: que nosotros los que vivamos, los que hayamos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivamos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para salir al encuentro del Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.»
   Aquí no se dice nada en absoluto sobre la resurrección de los no creyentes, sino de que los muertos en Cristo resucitarán primero. Nuestro apóstol, evidentemente, está hablando de la primera resurrección: y como sabemos que una primera resurrección implica otra segunda, y como sabemos que los no creyentes han de resucitar igual que los justos que hayan muerto, podemos sacar la conclusión de que ellos resucitarán en la segunda resurrección, después que el intervalo entre las dos resurrecciones sea llenado.
   Vayamos ahora a Flp_3:8 y Flp_3:11, y comparemos los dos. «Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo.» «A fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a Él en su muerte, por si de algún modo consigo llegar a la resurrección de entre los muertos.»
   ¿Qué significa aquí? Todos van a resucitar; no hay ningún cristiano ortodoxo que dude de esto. La doctrina de la resurrección general es recibida por todos los miembros de la Iglesia cristiana. ¿Qué es, pues, esta resurrección hacia la cual se esfuerza Pablo, por si de algún modo puede alcanzarla? No puede ser la resurrección general; Él no podría alcanzarla, por más que viviera. Tiene que ser alguna resurrección superior, de la cual sólo son partícipes los que han conocido a Cristo y el poder de su resurrección, habiéndose sido hechos conforme a su muerte. Creo que no podemos interpretar este pasaje, o darle ninguna fuerza de significado sin admitir que hay una resurrección anterior de los justos, antes de la resurrección de los injustos.
     Si vamos al pasaje de Luc_20:35, que probablemente tenéis fresco en la memoria, hallaréis algo que me atrevo a llamar una prueba clara de una resurrección especial. Los saduceos han propuesto una dificultad en relación con la relación del hombre y la mujer en el estado venidero, y Jesús les dice: «Pero los que sean tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos, ni se casan ni se dan en casamiento: porque ni tampoco pueden ya morir; pues son como ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de resurrección.»
   Ahora, hermanos, hay cierta «dignidad» necesaria para esta resurrección. ¿Os dais cuenta? Hay cierta distinción implicada en el ser llamados los hijos de resurrección. De otro modo, todo hombre sería un hijo de la resurrección: no se necesitaría dignidad para esta resurrección en absoluto.
   Tiene que haber, pues, una resurrección para la cual sea necesaria dignidad, una resurrección que será un privilegio distinguido, que de ser obtenida, conferirá sobre su posesor el título distinguido y honroso de «hijo de resurrección». Me parece que esto es bien claro, y que está más allá de toda discusión. En el capítulo 14 del mismo Evangelio, en el versículo Luc_14:13-14, tenéis una promesa hecha a aquellos que cuando hacen una fiesta, no la hacen con intención de conseguir nada en retorno. «Cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos; y serás dichoso, porque ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos.»
   No quisiera insistir sobre el hecho que esto prueba que los justos son resucitados a un tiempo diferente, pero ha de haber una resurrección de los justos, y ha de haber una resurrección de los injustos; y el tiempo de recompensar a los justos, será la resurrección de los justos, del cual se habla como de un período particular. Podría haber dicho: «Tú serás recompensado en la resurrección general.» No había necesidad de añadir, «a la resurrección de los justos», si las dos han de suceder al mismo tiempo. Las palabras «de los justos» son superfluas en el pasaje, a menos que se refieran a alguna época distinta y distinguida, no a la resurrección universal de todos los hombres.
  No diré que esto es una prueba clara, pero todo esto junto, con otros pasajes que podría citar si no me faltara el tiempo, creo que establece la base escritural de la doctrina de las dos resurrecciones.
  Pero voy a referirme a uno que me parece es del todo claro, en Jua_6:39, Jua_6:40, Jua_6:44-54. En estos versículos el Salvador habla cuatro veces de su propio pueblo, creyente, y les promete una resurrección. «Le resucitaré en el último día.» Ahora bien, ¿hay algún gozo o hermosura en esto, para el pueblo de Dios en particular, a menos que sea algo especial para ellos? El destino de todos es resucitar, pero aquí tenemos un privilegio para los elegidos. Sin duda, hermanos, hay una resurrección diferente.
   Además, hay un pasaje en Hebreos que ahora me viene a la memoria, cuando el apóstol, hablando de las pruebas de los cristianos, en el hecho de que soportaron noblemente estas pruebas, dice que «no aceptaron el rescate a fin de obtener una mejor resurrección». La calidad de mejor no dependía de los resultados de la resurrección, sino que se hallaba en la resurrección misma. ¿Cómo puede ser, pues, una mejor resurrección, a menos que haya alguna distinción entre la resurrección de los creyentes y la resurrección general?
   Una de ellas es una resurrección de esplendor, la otra es una resurrección de castigo y condenación, y ha de haber una división marcada entre las dos, para que como fue en el principio, sea también al fin, ya que el Señor hace una diferencia entre el que teme a Dios y el que no le teme.
   Me doy perfecta cuenta que no he podido poner el argumento de forma que uno que se sienta antagónico no pueda aún cavilar sobre él, pero estoy predicando a mi propia congregación, no arguyendo con contrincantes, y espero que vais a tomar estos pasajes y sopesarlos por vuestra cuenta y, si no os enseñan que los muertos en Cristo van a resucitar primero, no me creáis si yo os digo que es así. Si no podéis percibir el hecho por vuestra propia cuenta, si el Espíritu Santo no os lo muestra, leed el pasaje de nuevo, y buscad si podéis hallar otro significado mejor en él.
   No tengo ningún propósito para defender, excepto el hacer las Escrituras tan claras como pueda; y vuelvo a repetirlo, a mí no me queda la menor sombra de duda en la mente de que estos pasajes enseñan que habrá primero una resurrección de los justos, de la que se podrá decir: «Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección: la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con Él por mil años.»
   2. Paso ahora al segundo privilegio prometido a los creyentes. La segunda muerte no tiene poder sobre ellos. Ésta es, también, una muerte literal; no menos literal porque su terror principal es espiritual, porque una muerte espiritual es tan literal como una muerte carnal. La muerte que acaecerá a los no creyentes, sin excepción, no puede tocar a los creyentes.
   ¡Oh, hermanos!, esto es lo mejor de todo. En cuanto a la primera resurrección, si Dios la ha concedido a su pueblo, tiene que haber algo glorioso en ella, aunque no podamos percibirlo. «Aún no se ha manifestado lo que tenemos que ser, pero sabemos que cuando Él aparezca seremos como Él es.» Creo que las glorias de la primera resurrección pertenecen a las glorias que serán manifestadas en nosotros, más bien que a las glorias que serán reveladas a nosotros. Cuál será la majestad de esta forma en la cual resucitaremos, cuál la dicha especial de que gozaremos, sólo podemos vislumbrarlo a distancia, no podemos conocerlo de lleno.
   Pero en este punto podemos entender lo que afirma la Escritura, y entender esto bien, que la condenación, la segunda muerte, no tendrá poder sobre aquellos que se levantan en la primera resurrección. ¿Por qué? ¿Cómo puede caer la condenación sobre alguno a menos que sea pecador y culpable de pecado? Los santos no serán culpables de pecado. Han pecado como los demás, y eran por naturaleza hijos de ira como los demás. Pero su pecado les ha sido quitado: fue puesto sobre la víctima propiciatoria de todos.
   Él, el sustituto eterno, a saber, nuestro Señor Jesús, llevó la culpa y la iniquidad de todos ellos al desierto del olvido, donde nunca más será encontrada contra ellos. Llevan la justicia del Salvador, ya que han sido,  lavados en su sangre; y ¿qué ira puede caer sobre uno que no sólo es inocente por la sangre, sino que es digno de la justicia que se le ha imputado?
   ¡Oh brazo de la Justicia, nunca vas a herir al que ha sido lavado por la sangre! ¡Las llamas del infierno, no pueden tocar al que está a salvo, cubierto por las heridas del Salvador! ¡Cómo es posible que tú, oh muerte, destrucción, horror, condenación, tinieblas, plaga, terror, puedas deslizarte sobre el cielo sereno del espíritu del que ha hallado la paz con Dios por medio de la sangre de Cristo!
  Habrá una muerte segunda; pero sobre nosotros no tendrá poder. ¿Entendéis la hermosura del cuadro? Es como si anduviéramos por entre las llamas del infierno, pero no tuvieran poder para devorarnos, como no tocaron a los jóvenes de Israel que andaban entre las brasas del horno de Nabucodonosor encendido siete veces más que de ordinario.
   La muerte puede tensar su arco y poner la flecha en la cuerda. Pero nosotros nos reímos de ti, ¡oh muerte!, de ti, ¡oh infierno!; te despreciamos, porque sobre vosotros, enemigos del hombre, seremos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Seremos invulnerables e invencibles, desafiándoos y burlándonos de vosotros. Y todo esto porque hemos sido lavados del pecado y cubiertos por la justicia inmaculada.
   Pero hay otra razón por la que la segunda muerte no puede tener poder sobre el creyente; porque, cuando el príncipe de este mundo venga contra nosotros, nosotros podremos decir lo que dijo nuestro Señor: «No tiene nada en mí.» Cuando nos levantemos, seremos libres de toda corrupción; no habrá tendencia al mal en nosotros. «Limpiaré su sangre, que no he limpiado, porque el Señor mora en Sión.»
   «Sin mancha ni arruga ni cosa semejante», sin la sombra sólo de una mancha que puedan discernir los ojos del Omnisciente, seremos tan puros como Adán antes de la caída, tan santos como el ser inmaculado cuando salió de la mano divina. Seremos mejores que Adán, porque Adán podía pecar, mientras que nosotros estaremos tan establecidos en bondad, verdad y justicia, que ya no podremos ser tentados, mucho menos tendremos temor de caer. Seremos inmaculados y sin falta al levantarnos en aquel gran día.
   Hermanos, levantad la cabeza. Contendéis con el pecado, os abaten las dudas, pero levantad la cabeza, y enjugad las lágrimas de vuestros ojos. Vendrán días que no han visto nunca los ángeles, pero vosotros los veréis. Habrá días en que vuestros espíritus ya no van a temer la cadena, ni será recordado el gusano ni el ajenjo ni la hiel. Y cuando se levanten dejarán atrás al viejo Adán. ¡Bendito día! Una de las más grandes bendiciones del cielo —del cielo arriba o del cielo abajo— será la libertad de la tendencia al pecado, una muerte total a la vieja naturaleza que ha sido nuestra plaga y nuestro terror.
   3. El tercer privilegio del texto es: «Reinarán con Él mil años». Aquí hay otro punto sobre el cual ha habido una contienda larga y vigorosa. La Iglesia primitiva creía (aunque no sé que haya ninguna base escritural para poder precisar la fecha de modo fijo) que en el año siete mil de la historia del mundo, habría otro Sábado o Día de reposo; que así como hay seis días de trabajo en la semana, y el séptimo es un día de reposo, lo mismo el mundo tendría seis mil años de trabajo y aflicción, y el séptimo sería un descanso de mil años.
   Digo que no sé que haya ningún texto escritural que lo confirme; no sé que haya alguno en contra. Creo que el Señor vendrá, «pero ni el día ni la hora lo conoce el hombre, ni aun los ángeles de Dios». Creo que es inútil y vano el intentar precisar el año o incluso el siglo en que volverá Cristo. Lo que nos importa es esperarle siempre, estar siempre esperando su aparición; para que, cuando Él venga, sea al canto del gallo o a la medianoche o la vigilia de la mañana, podamos estar preparados para entrar con las vírgenes prudentes a la fiesta de las bodas con nuestro Esposo. Si se han dado algunas fechas no puedo hallarlas. Todas estas fechas y misterios puedo dejarlos a personas más entendidas que yo, a los que dediquen su tiempo a ello.
   El libro del Apocalipsis necesita otro expositor además de los que han llenado los estantes de nuestras bibliotecas, que, después de todo, no han conseguido más que llenarnos de confusión. Sus exposiciones han sido más bien una «ocultación» que una «revelación»; más bien han oscurecido el consejo con palabras sin conocimiento que hacer las cosas más claras.
   Estoy dispuesto a ir en esto con mi predecesor, el doctor Gilí; como fueron los antiguos padres de la Iglesia; como Baxter y Bunyan fueron, pero no voy a ir más allá. Con todo, creo que podemos decir esta mañana que en nuestro texto hay una promesa clara de que los santos van a reinar mil años con Cristo; y creo que han de reinar con Él en esta tierra.
   Hay algunos pasajes que creo proporcionan mucha claridad en este sentido. Vayamos al Sal_37:10-11. Es el Salmo en que David ha venido angustiándose a causa de los malhechores y su prosperidad en la tierra. «Porque de aquí a poco no existirá el malvado; observarás su lugar, y ya no estará allí. Pero los mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de paz.» Podéis interpretar que el significado es: los mansos gozarán mucho más de los bienes de este mundo que el pecador, y que tendrán abundancia de paz. Pero yo creo que de ser así dais al texto un significado muy reducido. Si es verdad que estos mansos un día van a poseer la misma tierra, y que aquí, en la abundancia de la paz durante el reino del Mesías, se regocijarán, creo que tendréis un significado más pleno, y que está más conforme a las promesas de Dios.
   Y el caso es que las promesas de Dios siempre tienen un significado más amplio del que les concedemos; ahora, en este caso, si sólo significa que los mansos han de tener lo que ganan en esta vida, que es muy poco, verdaderamente, si sólo han de gozar de lo que gozan aquí en la tierra, que es muy poco, si en esta vida es en lo único que tienen esperanza, son más bien dignos de lástima y entonces la promesa significa menos de lo que podemos concebir que significa.
   Pero si significa que tendrán gloria incluso aquí, entonces tenéis uno de los significados más amplios que podéis concebir, un significado como las promesas de Dios; amplio, extenso y digno de Él. Hermanos, los mansos no heredan la tierra en mucha extensión en el presente, y esperamos que lo hagan en otra época. Dejadme citar las palabras de Cristo, para que no penséis que este pasaje es peculiar de la dispensación del Antiguo Testamento: «Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.» ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Cuándo? No ahora, ciertamente, ni en los días de Cristo, ni en los tiempos apostólicos en modo alguno. ¿Qué merecieron, hermanos? Haces de leña, llamas, calabozos, torturas. Su herencia no fue muy halagüeña verdaderamente. Se vieron destituidos, afligidos, atormentados; anduvieron vestidos de pieles de oveja y de cabra; y si los mansos han de heredar la tierra, ciertamente tiene que ser en alguna edad futura, porque no la han heredado todavía.
Volvamos al pasaje de Apo_5:9-10. «Y cantarán un nuevo cántico.» Es el mismo cántico que cantamos esta mañana y que dice: «Eres digno de tomar el libro y de abrir sus sellos, porque fuiste inmolado, y con tu sangre nos compraste para Dios, de todo linaje, lengua, pueblo y nación; y nos hiciste para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra.»
   Si alguno disputa la genuinidad de estas palabras, no lo sé; pero si significan algo, si el Espíritu Santo quiere que tengan algún significado, sin duda ha de ser el que el pueblo de Cristo ha de reinar sobre la tierra. Además, recordemos las palabras de nuestro Salvador, en Mat_19:28, en respuesta a la pregunta de Pedro sobre lo que los santos tendrían como resultado de sus pérdidas por amor a Él en la tierra: «De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido os sentaréis también sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Y todo el que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna.»
   Parece aquí que Cristo ha de venir en la regeneración, cuando en un mundo recién nacido habrá gozos apropiados para los espíritus recién nacidos; y cuando habrá esplendores y glorias para los apóstoles primero, y para aquellos que en alguna forma hayan sufrido pérdidas por Cristo Jesús.
   Se hallan estos pasajes en la Palabra de Dios: «Jehová de los ejércitos reinará en el monte de Sión, y en Jerusalén, y ante los suyos gloriosamente.» Se halla otro pasaje semejante en Zacarías: «Mi Dios vendrá con la multitud de sus santos.» Verdaderamente, no puedo ocupar más tiempo citando muchos otros pasajes en los cuales a mí me parece que el significado de lo que dice la Palabra de Dios sólo se puede entender como que el triunfo es en el mismo lugar en que se ha luchado la batalla, y la gloria es en el mismo lugar en que ha habido la lucha.
   Espero esto con gozo, aunque puede que duerma con Cristo antes que venga el Señor, y sé que tanto si es así como si no, resucitaré el día de su aparición, y seré recompensado en la resurrección de los justos, si le he servido en verdad y fielmente; y la recompensa será ser hecho como Él, y participar de sus glorias ante los ojos de los hombres, y reinar con Él durante los mil años.
   Pero para hacer otra observación. Esta doctrina que he predicado hoy no deja de ser práctica. Porque por todo el Nuevo Testamento, siempre que el apóstol quiere estimular a los hombres a la paciencia, a la labor, a la esperanza, a la resistencia, a la santidad, en general, dice algo del advenimiento de Cristo. «Sed pacientes, hermanos —dice—, porque la venida del Señor se acerca.» «Sea conocida vuestra moderación de todos los hombres, porque el Señor está cerca.» «No juzguéis antes de tiempo, hasta que venga el Señor.» «Cuando aparezca el gran Pastor, vosotros apareceréis con Él en gloria.»
   Hermanos, creo que haremos mal si nos absorbemos totalmente en esto; pero también haremos mal si no le damos importancia. Démosle el lugar que le corresponde en nuestros pensamientos, y especialmente que los que temen a Dios y aman y creen en Jesús, lo consideren como una ventana a través de la cual pueden mirar, cuando la casa está a oscuras y llena de miseria; miremos al tiempo en que resucitaremos entre los primeros, siguiendo a Cristo, las primicias, cuando reinaremos con Cristo, participando en sus glorias, y cuando sabremos que la segunda muerte no tiene poder sobre nosotros.

   II. Voy ahora a dirigirme a la segunda parte del discurso brevemente. Para los no creyentes, tres cosas simples.
   Pecador, has oído hablar de la resurrección de los justos. La palabra «resurrección», para ti, no tiene encanto. No hay una vibración de gozo en tu espíritu cuando oyes que los muertos resucitarán. Pero te ruego que me prestes atención, mientras te aseguro en nombre de Dios que vas a resucitar. No sólo vivirá tu alma —aunque quizá tu vida espiritual esté tan embrutecida que te hayas olvidado de que tienes alma— sino que tu cuerpo mismo vivirá.
   Aquellos ojos que han seguido ávidamente las concupiscencias se llenarán de horror; en los oídos que han escuchado las tentaciones del maligno, resonarán los truenos del día del juicio; los mismos pies que te han llevado a las diversiones mundanas, aunque lo intenten, van a fallar en sostenerte cuando Cristo esté sentado en el trono del juicio. No creas que tu cuerpo ha terminado cuando lo pongan en la mortaja. Ha sido socio de tu alma en el pecado; compartirá con tu alma el castigo. Él es poderoso para echar tu cuerpo y tu alma en el infierno.
   Los paganos creían en la inmortalidad del alma. Nosotros no tenemos necesidad de probar lo que un pagano podía concebir. Se trata de la doctrina de la resurrección del cuerpo que es peculiar del cristianismo. No estás preparado para despreciar la revelación de Dios, esto lo sé. Recibes este libro como el libro de Dios, y este libro me dice que los muertos, todos, grandes y pequeños, resucitarán.
   Cuando suene la trompeta del arcángel, los antiguos habitantes del mundo antes del diluvio se levantarán del océano. Los palacios enterrados, las casas hundidas, todas devolverán a aquellos que un tiempo se casaban y eran dados en casamiento, hasta que Noé entró en el arca. Todos saldrán de las grandes profundidades del mar, donde han dormido estos miles de años. Todo cementerio, también, donde los hombres han dormido en silencio con los ritos cristianos, pero sin ser cristianos, también devolverá a sus muertos.
   Los campos de batalla cederán también su gran cosecha, una cosecha que fue sembrada en sangre y que se recogerá en tempestad. Cada lugar en que el hombre ha vivido y ha muerto verá a los muertos vivificados, y la carne y la sangre, una vez más, llenas de vida.
   Pero lo principal para ti es que tú también estarás allí. Vivos y muertos, uno de los cuales eres ahora, impíos y no convertidos, la peor desgracia que tenéis, con la excepción de la condenación del alma, es la seguridad y certeza de la resurrección de vuestro cuerpo. Ve, ahora, y pinta tu cuerpo si quieres, y busca una hermosura que el gusano destruirá. Acarícialo, bebe la dulzura y come la gordura. Ve, trátate con indulgencia. Puedes dar a tu cuerpo toda clase de regalo; pero dentro de poco tendrás otra copa que beber, las heces de la copa de la ira de Dios, que los malos tendrán que apurar hasta la última gota.
   Da satisfacción a tus oídos con música deleitosa; ¡pronto vas a oír sólo los aullidos de los condenados! Sigue tu camino, come, bebe, y alégrate; pero todas estas cosas te traerán a juicio —siete veces más por todos tus placeres pecaminosos, sí, setenta veces siete, por todas las concupiscencias y maldades y crimen, serán vengadas por el Señor sobre ti en el día terrible de su ira. ¡Pecador, piensa en esto, y cuando peques, piensa en la resurrección!
   Pero después de la resurrección, según el texto, viene el juicio. Has maldecido a Dios. El juramento ¿se lo llevó el viento? No, queda impreso en el gran Libro de Registro de Dios. Has entrado en la cámara de la impudicia, en el antro de la infidelidad; has entrado por el camino del crimen, y por la suciedad del burdel; te has revolcado en el pecado, pensando que todo esto morirá con el día.
   Pero no es así. Los libros serán abiertos, y puedo ver que tus mejillas palidecen, tus ojos se cierran porque no te atreves a mirar al Juez que abre la página en que hay tu historia. Escucho a aquel pecador, el más atrevido entre vosotros todos. Está llorando y gritando: «¡Rocas, caed sobre mí!» Pero estas rocas no se mueven; el pecador preferiría ser aplastado que hacer frente al ojo vengador; pero los montes no se desprenden; sus visceras de granito no sienten la menor simpatía.
   Y tú tienes que quedarte a la vista del ojo ígneo que te mira y te atraviesa. Y la voz pavorosa sigue leyendo, página tras página, todos tus actos, todas tus palabras y pensamientos.
   Veo que los ángeles y los hombres van escuchando tus crímenes vergonzosos cuando son leídos. Veo el horror que se ha apoderado de ti, a medida que tus actos incalificables van siendo expuestos, de modo que nadie puede confundirse. Los pensamientos, los crímenes que imaginaste, aunque no te atrevieras a cometerlos.
   Y en todo esto estás atónito como Belsasar, que vio el escrito en la pared, y sus lomos se aflojaron a causa del terror. Lo mismo será contigo; y una y otra vez prorrumpirás en el grito terrible: «¡Oh rocas, escondednos de la faz del que está sentado en el trono y de la ira del Cordero!»
   Pero ha llegado el fin. Después de la muerte el juicio; después del juicio la condenación. Será algo terrible vivir de nuevo, para, en aquel primer día, tener que estar presente ante el gran tribunal de Dios; pero cuánto más espantoso será el oír que se pronuncia la sentencia y el terror del castigo empiece a hacer sus efectos.
   Creemos que las almas de los impíos ya son castigadas en el hades Luc_16:19-31 , pero este juicio va a echar cuerpo y alma en el infierno Luc_12:4-5 . Hombres y mujeres, los que no teméis a Dios y no tenéis fe en Jesús, no puedo poner ante vuestros ojos lo que es la condenación. Dejadme que ponga una cortina delante. Pero, aunque no podemos pintarla, os ruego que tratéis de comprenderlo. Cuando Martín pintó algunas de sus sublimes pinturas, generalmente reforzó el efecto con masas oscuras. Sin duda, ésta es la forma en que Dios ha presentado el infierno, por medio de masas de oscuridad, más bien que con lo definido de la luz.
   Esto sabemos, que el infierno es un lugar del que Dios está ausente —un lugar alejado de Dios, un lugar en que Dios castiga día y noche a los que han pecado de noche y de día; un lugar en que es negada una gota de agua, aunque la sed haga arder la lengua; un lugar en que no hay placer de ninguna clase, en que no amanece la luz, en que no se oye consolación alguna, un lugar al que no llega el Evangelio, donde la misericordia no extiende sus alas; un lugar en que reina la venganza, un lugar de furia y ardor, un lugar que no puede describir la imaginación.
   Que Dios no permita que éste sea un lugar que puedas ver con tus propios ojos, y cuyo terror hayas de sentir. Pecador, en vez de predicar sobre él y describirle, permíteme que te diga que huyas de él. Nadie puede morir ni huir del infierno. En él estás perdido eternamente. Oh, en tanto que puedes orar, te ruego, piensa en tu fin. ¡Piensa! ¡Piensa!, este aviso es posible que sea el último que oigas. Quizá no vas a tener otra posibilidad de entrar en un lugar de culto. Quizá, mientras estás sentado aquí, están cayendo los últimos granos de arena de tu reloj; y después, no vas a recibir ningún nuevo aviso, y la redención y el escape serán imposibles para ti.
   Alma, levántate, mira al Crucificado. «Todo el que cree en Él no perecerá, sino que tendrá vida eterna.» Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, lo mismo esta mañana el Hijo del Hombre está levantado. Pecador, mira las heridas. Mira la corona de espinas en su cabeza. Mira los clavos de sus manos y sus pies. ¿No los ves? Presta atención. Escucha: «Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» Escucha aún: «Consumado está.» La salvación ha sido terminada. Y ahora, la salvación te es predicada gratuitamente. Cree en Cristo y serás salvo. Confía en Él, y todos los horrores del futuro no tendrán poder sobre ti; pero los esplendores de esta profecía serán cumplidos, sean los que sean.
   Oh, que esta mañana algunos puedan confiar en mi Señor por primera vez en sus vidas; y una vez hecho esto, no tendréis que inquirir con curiosidad sobre cuál será vuestro futuro, sino que podréis con calma decir: «Venga lo que venga, mi alma está sobre la roca de los siglos; no temeré mal alguno, no temeré la tempestad; puedo desafiar el dolor. ¡Ven pronto! ¡Ven pronto! Sí, ven, Señor Jesús.» AMÉN.